Visita a casa de una paciente

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Llamé al timbre. La brisa soplaba algo fresca bajo la sombra del árbol donde esperaba, olía a tierra húmeda.

- Sí. - Se oyó la voz de Sandra al otro lado.

- Sandra. Soy Juan, Sandra. Vengo de parte del doctor García. - Respondí. La sorpresa inicial de la llamada y la petición de ayuda de mi tío había pasado y durante el corto trayecto a casa de la paciente me olvidé de que era estudiante de Farmacia de segundo año y de que esta era la primera vez que ayudaba a mi tío, el doctor.

La puerta se abrió y una chica de 34 años (según su expediente) y cara risueña, en la que se dibujaba una sonrisa amable, vestida con un jersey de pijama oscuro y unos pantalones negros abrió la puerta.

- Adelante - me invitó.

La decoración de la entrada era rústica y todo parecía ocupar su sitio en harmonía. Olía a algo parecido a lavanda.

- ¿Quieres algo? - me preguntó tosiendo un poco.

- No gracias. ¿Te pica la garganta? debe de ser molesto - comenté.

- Un poco bastante y el estómago anda algo revuelto. Vamos a la habitación - concluyó.

La seguí. En su rostro se adivinaba algo de cansancio, alguna pequeña arruga alrededor de los ojos era el único indicativo de su madurez.

Sin embargo, el color negro le quedaba muy bien y no pude dejar de fijarme en como el pantalón se metía un poco por su trasero al andar. Sin duda alguna una chica con ese algo atractivo que es tan difícil de definir y que se complementaba de manera maravillosa con sus gestos, su inteligencia y su amabilidad.

El cuarto, como es natural, estaba algo desordenado, la cama sin hacer, una papelera con clínex arrugados, un paño blanco y húmedo. La ventana estaba cerrada, pero cierto olor a tierra mojada que se mezclaba con el olor a lavanda, hacía pensar que la habitación se había ventilado hace poco.

- Perdona, voy un momento al baño. Puedes colocar las cosas sobre la mesa. - dijo Sandra.

- Gracias. - respondí mientras colocaba la bolsa encima de la mesa y empezaba a sacar las medicinas.

El ruido amortiguado que hace el agua cuando alguien tira de la cadena, inundó por unos instantes la habitación. De algún modo, la imagen de la chica sentada sobre
la taza, quizás orinando y dejando escapar algo de gas, cruzó mi mente. Observé las sábanas por un momento, esas sábanas que tenían permiso para abrazar su cuerpo sin restricciones de ningún tipo, esas sábanas que, a buen seguro, eran testigos de ruidos, sonidos y olores secretos.

- Lista - dijo Sandra tumbándose boca arriba en la cama.

- Perfecto. Termino de preparar la inyección en un par de minutos. - dije

- Mientras tanto, vamos a tomar la temperatura. Siéntate por favor, eso es... abre la boca, lengua arriba ahora ciérrala... bien.

El termómetro permaneció en la boca de la muchacha durante 4 minutos. Al acabar, retiré el mismo y comprobé que tenía algo de fiebre.

- Bien, llegó el momento. - dije mientras cogía la inyección que había preparado en una mano.

La mujer me miró y se ruborizó ligeramente. Sin embargo, con agilidad, se colocó boca abajo sobre la cama y se quitó los pantalones y bragas, dejando a la vista un culete bastante firme, más bien prieto y con una jugosa rajita. Me acerqué, dejé la jeringa con capucha sobre su espalda, mojé el algodón en alcohol y froté la parte superior de la nalga derecha. Un hilo de líquido se precipitó rápidamente hacia la línea divisoria de las nalgas como si fuese una gota de agua en un cristal golpeado por la lluvia.

- Perdón. Demasiado aceite en la ensalada. - Dije desenfadadamente mientras secaba el hilillo de alcohol con algodón seco.

- No pasa nada. - murmura la afectada.

- Ahora relaja el músculo. - Dije apoyando la mano izquierda en su espalda para tranquilizarla.

Luego, di tres golpecitos rápidos con los nudillos de la mano derecha sobre la nalga y, sin previo aviso, clave con maestría la aguja en el glúteo.

- Duele. - dije con suavidad

- No. Está bien. - respondió valientemente la muchacha mientras la medicina se introducía lentamente en el músculo.

- Pues ya está. - concluí unos segundos después retirando la aguja y frotando sobre el lugar donde había hecho el agujerito, causando que la nalga desnuda temblase levemente.

Seguidamente, Sandra se subió las bragas y los pantalones y se sentó con cuidado.

- Bueno, según el doctor con esto mejorarás pronto. También, esto... también me comentó que si la fiebre pasaba de 38, era conveniente poner un supositorio.

- Bueno, no sé, te apañas... quieres. - continué algo indeciso.

- Las inyecciones sabes ponerlas muy bien... la verdad, soy un poco vaga... si no te importa. - dijo con tono que trataba de ser adulto, pero en el que se adivinaba,
o eso creí ver yo, el lógico nerviosismo de la situación.

- Sin problema. Túmbate de lado. 

La mujer siguió mis instrucciones tumbándose y tirando de pantalones y braga con más seguridad que antes, descubrió de nuevo el culo. Antes de empezar, tome unos minutos para ir a lavarme las manos en la pila del lavabo.

- Veamos - Dije ya de vuelta mientras contemplaba el prieto y lindo pompis que tenía a mi merced.

- Si puedes... dobla un poco la pierna, eso es... si puedes separar un poco las nalgas con las manos para que podamos tener localizado el ano. Buena chica, perfecto... Vamos allá.

Y sin más demora introduje el supositorio en el recto de la paciente.

- Voy a empujar un poco más para que no se salga vale.

- Vale - respondió ella mientras introducía parte de mi dedo en el agujero íntimo.

- ¡Ya está! - dije tomándome la confianza de subir yo mismo las bragas de la paciente encontrando rápidamente la ayuda, algo atropellada de sus propias manos que algo torpemente, pero con sensualidad, acabaron el trabajo.

- Gracias. - Alcanzó a responder cuando se incorporó, las mejillas algo enrojecidas.

- Te acompaño a la puerta. - añadió.

- Bueno, espero que te mejores pronto y cualquier cosa... nos llamas... llamas a mi tío. - dije

- Lo haré. Gracias por todo. Al principio, he de confesar, tenía alguna duda y bueno, una persona joven.

- Tu eres joven. - protesté deseando, en ese momento, besarla.

- Sí, bueno. Bueno, una persona más joven que yo... bueno, sentía un poco de vergüenza... pero todo ha ido muy bien... Gracias.

- Gracias a ti. Ponte buena.

- Gracias. Nos vemos - sonrió. 

Y su sonrisa se tornó ante mis ojos en promesa.


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