Recuerdos de Japón

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La conocí en un curso de idiomas, en un país extranjero para ambos.

Ella era japonesa, su inglés titubeante pero preciso, su edad indeterminada, algo tímida, algo más madura que yo.

Le gustaba vestir bien, combinando desde faldas a cuadros de colegiala a pantalones de cuero ajustados. Aunque no estábamos en la misma clase, el deseo de practicar inglés hizo que naciera una amistad sincera. Había otras chicas, sí, chicas de todas las edades y procedencias.

Recuerdo especialmente a una morena de media melena, que tenía, a mi juicio, un culo contundente, de esos que destacan y atraen la atención. Mentiría si dijera que no soñé con él, como con tantos otros. Pero con el tiempo, la olvidé, o no me acuerdo de ella. No puedo decir lo mismo de mi amiga oriental.

Los años pasaron, pero de alguna forma, la amistad con la japonesa, continuaba a través de esporádicos emails. Algún día dejarían de llegar, pensé, pero no fue así. A veces me contaba alguna que otra relación. No sé muy bien la razón, pero eso me molestaba. Yo, claro está, la animaba, al fin y al cabo, solo éramos amigos y deseaba sinceramente lo mejor para ella. Quizás solo fuese la atención que me prestó, yo no estaba acostumbrado a ese modo de ser tan educado y respetuoso, y mucho menos a que alguien te escuchase con atención. Pero entonces... ¿por qué me alegré cuando apenada me contó cómo había roto con su novio?

Hablamos de vernos, pero siempre surgía algo que estropeaba nuestros planes, hasta que un día, decidí luchar contra el destino y viajar a Japón. Fui a un hotel, pero ella se encargó de todo, visitamos mil sitios, nos reímos mucho. Pero no pasó nada.

Luego, años después, nos encontramos de nuevo en un país extranjero. Y finalmente recibí su visita. Recuerdo que me cogió la mano, que apoyó la cabeza en mi hombro. Pero yo no hice nada, quizás temeroso de que nuestra amistad se rompiese, temeroso a romper algún código de honor japonés. Al fin y al cabo, ella había insinuado alguna vez, o eso me pareció, que era muy niño a pesar de mi edad. Aun así, un día, sin pensarlo, le hablé de volver a Japón, y ella aceptó, inicialmente me alojaría en su casa, en la habitación para invitados, pero viajaríamos bastante.

Recuerdo el día en que todo empezó a cambiar. Habíamos viajado a visitar una ciudad, llovía. Durante la cena me habló mezclando alguna palabra japonesa sobre la vida y las relaciones amorosas en su país. De vuelta al hotel, en donde, por decisión suya, teníamos cada uno nuestra habitación. Estuvimos hablando. Recuerdo que había un gran ventanal desde donde se podían ver las luces de la calle algo distorsionadas por el agua que empapaba el cristal. Llevaba una bata japonesa que daban en el hotel, le quedaba muy bien. Nos tumbamos un rato en la cama, muy cerca, podía sentir su cuerpo, su respiración, su olor.

Finalmente,  se levantó y se retiró a su habitación.

A la vuelta del viaje, ya en su casa, me senté en un sillón y ella se sentó a mi lado.

- ¡Bonito viaje! Gracias - Dije genuinamente agradecido. 

Y entonces ella hizo algo que me pilló por sorpresa, se volvió hacia mí y me beso en los labios.

- ¿Esta bien? - Me interrogó algo indecisa cuando nos separamos. - No sé si tu querías...

- Sí, muy bien. - dije rápidamente buscando su rostro de nuevo para besarla, temeroso de que la duda rompiese el momento. Nunca me había sentido tan bien en mi vida.

Poco después, me senté en mi habitación. Ella llegó, estaba de pie aguardando algo inquieta.

- Te tumbas conmigo. - La invité.

Se tumbó rápidamente a mi lado y un segundo después nos pusimos de lado, cara a cara, sonriendo como los adolescentes que hace años habíamos dejado de ser. Empezamos a besarnos. Mi mano acarició su espalda y ya sin cautela bajo hasta su trasero y empezó a frotarlo.

- ¿Te gusta mi oshiri? - dijo ella usando el término japonés para trasero.

- Me encanta tu culo.- 

- Cu...lo - repitió en español. La palabra en sus labios sonaba, de alguna manera, mejor.

- Si, culo, culete, culito...  Aunque el sabor de tu boca... no sé, es adictivo - dije dejando de hablar y besándola de nuevo con pasión.

- Hablas mucho - me dijo 

- ¿Te gusta que hable? - pregunté.

- Eeeeto... no - respondió.

- Eres muy traviesa, voy a tener que darte unos azotes. - respondí sonriendo de nuevo. Ella sonrió y olvidé el castigo que no merecía recibir de ningún modo... y la besé y me pregunté como iba a seguir viviendo cuando no tuviese sus besos.

Al día siguiente por la mañana nos quitamos la ropa de cintura para arriba y jugué con sus pechos haciéndola gemir y la besé en la boca y en el cuello.

Por la tarde, nos volvimos a liar. Nos quitamos todo excepto bragas y calzoncillos. Lentamente, avancé hacia su sexo, mi mano se perdió bajo su ropa interior, palpando,
investigando. Mis dedos exploraban con lentitud sus partes íntimas, para a continuación, sin previo aviso, entrar y salir rápidamente chapoteando entre la humedad. Su cuerpo se arqueaba de manera deliciosa.

Pasados unos minutos se incorporó y tras besarme, buscó con su mano mi miembro, tiró del calzoncillo descubriéndolo. Entonces, lleno de agradecimiento, temiendo que todo aquello se convirtiese en algo vulgar. Sujeté con ternura su rostro y acercándolo al mío la besé en los párpados cerrados, en las mejillas y como no... en los labios. Mi lengua buscaba ansioso conocer cada recoveco de su boca, mientras mi mano acariciaba cada rincón de su cuerpo.


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