Lubina al vodka (parte 1/4)

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Cuando hablé por teléfono con mi marido el lunes por la noche me dijo que salía de Lisboa el jueves a medio día y llegaría a última hora de la tarde a Madrid. Calculaba que sobre las ocho o las nueve como mucho. Me dijo que me echaba de menos y otras tantas zalamerías para al final decirme que el sábado venían a casa a cenar su socio y un amigo con sus mujeres. Me avisaba con tiempo para que pensara que íbamos a hacer de cena. Lo de “íbamos” era solo una forma de hablar porque él no es capaz de ni de prepararse un bocadillo.

Mila, la mujer del socio de mi marido no come ningún tipo de carne, lo que implicaba tener que preparar un pescado y algo de entrada. No iba poner carne para los demás y algo distinto para ella.

A mí la cocina me gusta, pero no se me da muy bien y tampoco tengo una imaginación desbordante a la hora pensar menús. Siempre que voy a preparar pescado consultó con Paco, mi pescadero desde que me casé y nos fuimos a vivir al barrió ya hace veintiséis años, a una casa amplía con terraza en el centro de Madrid, un ático cerca del Bernabeu.

El martes me acerqué al mercado de Chamartín a hacer algo de compra y de paso fui a la pescadería a preguntar a Paco que me aconsejaba preparar para la cena del sábado para seis personas.

Me preguntó si la cena era en plan finolis con invitados o para los de casa. Él sabe que tengo dos hijos que a veces vienen a cenar con sus respectivas parejas. Le dije que en plan finolis.

Me dijo que estaba de suerte porque su sobrino estaba aquí de vacaciones en Madrid, señalando a un chico joven que estaba en la pescadería. Es cocinero en un restaurante de categoría en Castellón y seguramente él te puede orientar mejor que yo.

Su sobrino, Pedro, era un muchacho de unos veinticinco años que no mediría más de uno sesenta y cinco de estatura y visiblemente sobrepasado de peso, con una cara agradable de las que te transmiten simpatía y confianza.

El chico miró a su tío interrogándole con un movimiento de cabeza y su tío le contesto con otro movimiento similar. Finalmente preguntó a su tío si podía conseguir en lecha entre dos kilos y dos kilos y medio, señalando una pequeña que tenía expuesta sobre hielo. Paco le dijo que para el día siguiente no, pero para el sábado seguro que sí.

Paco me miró y me preguntó si me parecía bien y yo pregunte que era una lecha. Su sobrino me explicó que era un pescado blanco, de carne musculada y prieta, que normalmente solo se pesca en las zonas cálidas del Mediterráneo, principalmente en la zona de Murcia y que no se suele encontrar fuera de la zona de pesca porque hay muy poca cantidad y no comercializa normalmente como si fuera una pescadilla. No tenía ni idea de que pescado era, pero tal y como lo contaba sonaba bien. El problema era que iba a hacer con ese pescado.    

Pregunté al chico como se cocinaba y me dijo que como quisiera, que imaginara lo que podía hacer con una lubina grande y era lo mismo.

Paco siempre al quité, siendo consciente de mis pobres conocimientos de cocina y el apuro que estaba pasando, le dijo a Pedro que le diera alguna receta sencilla y fácil de preparar para ilustrarme con sus conocimientos.

Fácil y rápida yo la haría al vodka, dijo como si fuera lo más natural y todo el mundo supiera como se cocina un pescado con una bebida alcohólica.

Paco al ver mi cara de no saber de qué me estaba hablando, volvió a entrar al quite y le dijo a su sobrino que me explicara como hacerla. El chico empezó a decirme que se cocinaba a la plancha con el fuego medio al inicio y fuerte después para que la piel se tostara, luego se añadía un poco de vodka y se dejaba reducir para al final añadir un poco de nata. Se tapaba con la tapa de una cacerola para que se cocinara en vapor por la parte de arriba sin necesidad de darle la vuelta para que el pescado quedará tostado por abajo y totalmente blanco por arriba. Además, se puede y se debe hacer en el momento porque es muy rápido de cocinar.

Paco y yo nos miramos y empezamos a reírnos al mismo tiempo. Lo contaba como si fuera lo más sencillo del mundo, pero a mí me pareció que la cosa no tenía que ser tan fácil por el punto de cocción, cuanto vodka y nata echaba y como lo presentarlo a la mesa.

El tío le dijo que mejor me explicara algo más sencillo y el chico contestó que era receta muy sencilla, pero su tío le contestó que para él sí porque estaba acostumbrado a hacerlo, pero no para la gente corriente.

Paco que es un lince para las ventas y siempre está dispuesto a agradar a los clientes, sobre todo si son fijos, le dijo que ya que estaba de vacaciones y sin hacer nada podía ir a mi casa y cocinarnos. El chico se lo pensó un poco y preguntó a su tío si podía conseguir una lecha para dos raciones para el día siguiente y él me enseñaba a hacerla.

Paco me miro de forma interrogativa preguntándome si me parecía bien y dije que, por mi parte encantada, total tampoco tenía nada urgente que hacer que no pudiera hacer en otro momento.

Una vez acordado que vendría a casa al día siguiente a enseñarme, me empezó a preguntar si tenía en casa determinadas especias, condimentos y salsas necesarias. Le dije que no pero que me dijera lo que necesitaba y yo lo compraba en ese momento. Se prestó a acompañarme a comprar lo necesario y acepté encantada, así podíamos romper el hielo antes de meterle en mi casa.

Abusando de su amabilidad, le pregunté que pondría él de entrada y así me completaba el menú. Se quedó un momento pensativo y con decisión cogió del suelo mi bolsa de la compra de Mercadona y empezó a andar diciéndome que nos íbamos de compras. Me preguntó si tenía cocina eléctrica o con fuego, le contesté que de las dos y me miró con cara de sorpresa, pero dijo nada.

Le seguí por los distintos puestos del mercado y nos fuimos parando donde él decía. Pedía lo que quería y me miraba para que pagará. Cuando nos paramos en la tienda de licores se puso a mira todas las marcas de vodka que tenían y pidió una determinada, luego cogió el mismo de una estantería una botella de Pedro Ximénez seco y la puso en el mostrador. No tenía ni idea para que quería el vino, pero no pregunté y pagué.

Cuando consideró que teníamos todo lo necesario me devolvió la bolsa llena y me dijo que le diera mi número de teléfono móvil. Lo apuntó y me llamó. Cuando sonó mi teléfono colgó y me dijo que le enviara por WhatsApp con la dirección de mi casa y que estaría allí a la una al día siguiente. Me dijo que hasta mañana y se marchó sin esperar contestación.

Me quedé allí parada pensando en lo que estaba haciendo, iba a meter a un desconocido en mi casa estando sola para que me enseñara a cocinar algo que tendría que hacer yo sola el sábado. El hecho de ser sobrino del pescadero me tranquilizó y me convencí a mí misma de que no tenía que preocuparme por mi seguridad. Paco no habría empujado al chaval si pensara que me podía hacer algún daño.


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