Lubina al vodka (parte 2/4)

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Al día siguiente apareció en mi casa sobre la una y cuarto. Le abrí la puerta y me saludó al tiempo que entraba en casa y preguntaba dónde estaba la cocina. Vestía unos pantalones de lino oscuros y una camiseta suelta que hacía más que evidente que debería adelgazar.

Cerré la puerta y me dirigí a la cocina mientras me seguía. Al entrar se quedó parado y me dijo que era más grande que la cocina del restaurante donde trabajaba. La verdad es que la habíamos ampliado hacía años dándole una habitación contigua porque nos sobraba espacio en el piso. Habíamos puesto en un rincón un sofá de dos plazas con un sillón y una mesa baja a modo de cuarto de estar y enfrente teníamos una mesa redonda con cuatro sillas para comer sin tener que salir de la cocina. El mobiliario propio de cocina estaba al otro lado de la estancia y tenía una playa en medio con una cocina vitro-cerámica de cuatro fuegos y otros dos de gas.  

Empecé a sacar todo lo que habíamos comprado el día anterior, sin saber muy bien para que quería cada cosa. Él iba separando las cosas al tiempo que yo las sacaba de los paquetes. Cuando acabé me pidió una tabla de cortar y le enseñé donde estaba todo lo que pudiera necesitar. Empezó a picar cebolla y ajos que puso en una sartén con un poco de aceite para hacer un sofrito. Pelo unas zanahorias y las pieles las añadió a la sartén. Con la punta de un cuchillo pequeño hizo unas finas ranuras inclinadas a lo largo de las zanahorias y cuando acabó parecían estrellas si las mirabas por la punta, todo lo que quitó fue a parar también a la sartén, añadió un poco de sal y bajo el fuego. 

Yo no tenía ni idea para que quería un sofrito, pero tampoco pregunté. Me pidió un frasco pequeño de conservas vacío y puso dentro aceite, mostaza, miel que calentó en el microondas, un poco de salsa de soja, sal y pimienta. Cerró en bote y lo dejo apartado.

Abrió la lecha en dos lomos quitando toda la espina central, los lavó y los seco muy bien con papel de cocina, los recortó un poco con el cuchillo, los puso en un plato y los dejó aparte.

En ese momento me fui a dar la vuelta y me resbalé. Con buenos reflejos me sujetó como pudo y me incorporó. Sentí un tirón en las cervicales que me dejó un poco aturdida. Al recuperarme me encontré pegada a él de espaldas firmemente sujeta con una mano en un pecho y yo agarrada a su mano por encima, mientras con la otra me sujetaba por la cintura.

Nos incorporamos, le di las gracias por sujetarme y él me pidió perdón por haberme agarrado del pecho diciendo que había sido involuntario. Le dije que no tenía importancia, pero aquel contacto imprevisto no pasó inadvertido para mi anatomía.

Empezó a mover es sofrito volteándolo en la sartén con una sola mano. Me quedé mirando como lo hacía y me preguntó si sabía cómo hacerlo. Negué con la cabeza mientras le miraba como si estuviera loco. Me dijo que era muy fácil y me ofreció el mango de la sartén para que probara. Intenté imitarle, pero el sofrito no se movía.

Se colocó detrás de mí con una mano en el hombro y con la otra cogió mi mano mientras sujetaba la sartén y empezó a moverla. Me dijo que dejara el brazo muerto para que sintiera como era el movimiento que había que hacer. Lo intenté, pero mi brazo seguía estando un poco rígido.

Me preguntó que música me gustaba para bailar mientras sacaba su teléfono móvil del bolsillo del pantalón. Le dije que cualquier ritmo latino me gustaba. Busco en la pantalla y empezó a sonar música.

Se colocó de nuevo detrás de mí y me dijo que solo me dejara llevar por el ritmo de la canción sin pensar en otra cosa, mi brazo se relajó y pudo dirigir la operación. Su método funcionó. Inconscientemente empecé a mover las caderas al ritmo de la música y noté que estaba pegado a mi espalda y le rozaba el sexo con el culo. El contacto era cada vez mayor porque se me arrimaba más, pero yo en vez de retirarme y parar aquella locura empecé a apretarme contra él sin dejar de moverme y le rodeé con el brazo hacia atrás como señal para indicarle que me estaba gustando. Bueno, lo de rodearle es un decir porque estaba bastante gordo. Teníamos más o menos la misma estatura, pero seguro que pesaba el doble que yo.

Apagó el fuego de la sartén. Empezó a desabrocharme la camisa y me cogió los pechos, no llevaba sujetador porque en casa nunca me lo pongo y no me acorde al vestirme por la mañana que esperaba visita. Los estrujaba haciéndome daño mientras apretaba su entrepierna a mi culo. Yo me dejaba hacer dudando entre dejarle seguir y meterle mano o pedirle que por favor parara, porque al fin y al cabo no tendría más de veinticinco años y yo doblaba esa edad.

Me decidí por meter la mano entre su paquete y mi culo y se lo agarré. Me quedé pasmada al presionarlo a través del pantalón porque era increíblemente grueso. Me dio la vuelta y nos quedamos frente a frente cuando ya metía una mano por dentro de mis leggins y las bragas para poner dos dedos sobre mi coño mientras me chupaba las tetas, ya un poco caídas por la edad.

Al notar mi humedad metió un dedo dentro de la vagina y comprobó que estaba lista para follarme. Me cogió en brazos y me sentó sobre la encimera de la cocina comprobando que no hubiera nada debajo del culo. Me desnudó de cintura para abajo y metió la cabeza entre mis muslos. Cuando empecé a jadear ante la inminencia del orgasmo me dio con fuerza una toba en un pezón como si estuviera jugando a las chapas. El dolor fue como si me pincharan con un alfiler de costura, pero pronto se convirtió en placer como el que me proporcionaba con la lengua. Una corriente eléctrica me recorrió el cuerpo cuando me corrí.

Me bajó al suelo y casi me ordenó que se la chupara mientras se bajaba los pantalones y dejaba la polla al aire. Le dije que era imposible meterme semejante cosa en la boca y me contestó que de momento se conformaba con que le chupara solo el capullo. La tenía corta, no más de diez centímetros, pero descomunalmente gorda a juego con su cuerpo.

Me metí lo que pude en la boca y empecé a pasar la lengua por la rajita de mear haciendo círculos. Ya notaba su líquido pre-seminal en mi lengua cuando me hizo incorporarme y doblar la espalda para quedar apoyada sobre la encimera de la cocina y con el culo hacia fuera.


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