Traseros con voz. Parte 2

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- Sí. -

- Hola. soy yo, la vecina de arriba. -

- Un minuto. - dijo Sergio yendo a buscar  la mascarilla.

- Adelante por favor. Pasa.  - ofreció a la recién llegada.

La chica entró en el piso. Llevaba una mascarilla de tela negra y vestía una camiseta de media manga y una falda que la llegaba a las rodillas. Calzaba zapatillas de andar por casa que se quitó en la entrada quedándose con unos calcetines de color azul eléctrico.

- ¿Quieres tomar algo? -

- ¿Tienes un vasito de vino? -

- Blanco? -

- Sí, blanco está bien. -

La vecina, que se llamaba Marta, se sentó en el sillón de dos plazas por indicación de Sergio. Sobre la mesita, el chico puso unos platos con queso, jamón y aceitunas y añadió un par de copas. A continuación, descorchó una botella de vino blanco de marca y tras servir la bebida a la vecina, llenó media copa para él.

- Yo creo que podemos quitarnos la mascarilla. - dijo ella. - Yo no he pisado la calle en semanas. -

- Yo acabo de ir a comprar. - dijo Sergio.

- Pero tienes pinta de ser un chico responsable. ¿Y trabajas desde casa verdad? -

Ambos se quitaron la mascarilla. Daba gusto poder ver sonrisas. Y pensar que hace un año nadie prestaba atención a algo tan normal como ver las caras.

- ¡Qué rico! - Dijo Marta sorbiendo un poco de vino y tirando un poco de su camiseta.

- ¿Tienes calor? - Preguntó solicito el hombre.

- No, está bien, es el vino... cada ver que bebo me entra calorcillo. -

Luego atacó al queso mientras hablaba. Sergio también se puso a comer y beber.

- Venía a lo de los papeles. Eso de cambiar la caldera. ¿Tú que vas a hacer? - dijo Marta.

Sergio argumentó su opinión. Poco después la conversación derivo en otros temas. Ambos sonreían, se les veía a gusto, incluso relajados. En un momento dado Marta, tras beber de un trago un culín de vino que le quedaba, eructó.

- Perdón. - dijo. - Se me ha escapado. -

Sergio, que estaba algo achispado respondió. - Mientras no se te escape otra cosa -

- ¿El qué? ¿Un pedo? - preguntó ella con naturalidad.

Y luego, como si no quisiese que el tema cayó en el olvido, siguió insistiendo.

- ¿Qué harías si me tiro un pedo? -

- Pues no sé... supongo que tendría que reñirte. - Dijo Sergio.

- ¿Me darías un azote? - Añadió ella con voz juguetona.

- ¡Quizás! ... pero sabes lo que me apetece ahora. - Dijo mirándola a los ojos. - Me apetece un montón besarte en la boca. -

La chica se arrimó más a Sergio. Este, cuando estaba cerca, puso la mano en la nuca de Marta y atrayéndola hacia sí la beso. La boca sabía a vino y a algo más, no era un sabor dulce o salado, pero tenía algo ciertamente adictivo, algo que no se encuentra ni en los mejores manjares.

- A qué te dedicas en tu tiempo libre... digo aparte de tirarte pedos - Preguntó la muchacha.

- Escribo relatos eróticos. - dijo Sergio. - Por ejemplo, cuando llamaste estaba empezando uno. -

- Eso suena interesante. ¿Puedo leerlo?

El muchacho le entrego la tableta.

- Vaya, cuanto culo anda suelto... - dijo Marta al terminar. - Oye, si te enseño el culo lo incluirías en el relato. -

- Por supuesto.-

- Pues no se hable más. -

Y diciendo esto se levantó y dando la espalda a Sergio se quitó la falda y se bajó las bragas hasta las rodillas.

Sergio tragó saliva.

- Bonito culo. - Dijo cuando recuperó la voz.

- Acércate y salúdale. - Dijo la muchacha.

Sergio obedeció y planto dos besos en las nalgas de la muchacha.

- ¿Quieres que te de las gracias? - dijo Marta

- ¿Te vas a tirar un pedo? - Interrogó Sergio.

- Si no te importa... si prefieres me lo tiro en el baño. Pero de esos seguro que has oído alguno con la ventana abierta.

Sergio se puso colorado.

- Bueno, ¿Qué dices? me das permiso. - Insistió Marta.

- Adelante. -

Marta dejó escapar gas a través de su ano. El cuesco fue breve, corto y apenas audible. El olor no tardó en llegar a la nariz de Sergio. No olía a rosas, pero tampoco era sumamente desagradable. De alguna manera, como el beso, tenía un componente que potencialmente lo podía hacer atractivo.

- No sé dónde leí que los pedos son sanos. - dijo Sandra. - Hombre, no es como para estar soltando gas todo el día en público, pero uno de vez en cuando. -

- Eres un poco guarrilla. - Dijo Sergio.

- Y a ti no te disgusta. - Rebatió Marta.

Sergio, excitado, azotó el trasero de la muchacha un par de veces, y luego, agachándose, separó las nalgas y metió la nariz olfateando. Cuando se incorporó, la erección era más que evidente bajo los pantalones cortos.

- Voy a hacer pis - Dijo Sergio.

- ¿Puedo mirar? - Dijo la chica.

Sergio no dijo nada y fue al baño, pero no cerró la puerta. Marta se acercó, quedándose tras él.

- Bájate un poco más la ropa, quiero verte el culo. -

El hombre obedeció bajándoselo todo hasta las rodillas. Luego agarrando la minga con ambas manos apuntó y aguardó. Mear con público no era algo a lo que estuviese acostumbrado. Además, tenía aire y parece que el pis y el aire estaban conectados, si soltaba el gas saldría el pis. Intentó jugar por unos segundos con su esfínter, contrayendo el culo y soltando la presión poco a poco, pero en el último minuto tuvo que contraerlo abruptamente de nuevo para evitar la ventosidad.

- Es difícil - observó Marta que no perdía de vista el pompis de su vecino. - Yo que tú me relajaba y dejaba actuar a la naturaleza.

Sergio vio que ella estaba en lo cierto y concentrándose en mear, dejó su ano sin control. El resultado fue un sonoro pedo, seguido de dos ventosidades cortas, como las que a veces hace un vagón de metro al iniciar la marcha... y por fin la orina. Marta se acercó y le tocó el culo mientras orinaba.

- Eres un poco marranete - le susurró al oído para a continuación, sujetarle el pene.

- No te preocupes, tu sigue meando que yo te ayudo a apuntar.

Fuera, tras una pausa, volvía a llover con fuerza. Dentro se estaba caliente y olía a perfume de chica, a colonia de chico, un poco a pedo. Y el sabor era a beso y a sudor, a vino y a culo... a sexo entre guarretes.

FIN


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