El camino de regreso

Por
Enviado el , clasificado en Drama
823044 visitas

Marcar como relato favorito

La autopista nueva se pierde en el horizonte. Los vastos campos áridos a sus costados son polvo y susurro de viento. En paralelo, ahí dónde el sol patina con su reflejo deslumbrante, a unos siete kilómetros de distancia, se observa la carretera panamericana en construcción. Son visibles las maquinarias amarillas que duermen en el tedio de las fiestas patronales. Parecen cochecitos de juguete en una maqueta desértica.

Justo en medio está el pueblo, flanqueado por esos amplios caminos de pavimento que algún día serán tragados por la tierra.

Algún Torton insensato rompe el silencio de forma repentina y él despierta con la resaca en su punto medio. Se ha quedado dormido y eso pudo costarle el pellejo.

Se incorpora para asomarse a la fosa de agua y confirma que ahí sigue ella, flotando bocabajo. Sin reparar, sumerge sus manos en el filo escarchado de la fosa y con el agua se acomoda el cabello. Observa sus palmas enrojecidas y se persigna. Balanceándose sube a la camioneta y abandona la escena en medio del claro azul frío que acompaña está mañana.

Avanza por la autopista en sentido contrario a la desviación que conduce al pueblo. Voltear fugazmente por el retrovisor no es necesario, salvo por algún borrachito perdido en la orilla del camino, todos los que pudiesen pasar a esta hora deben estar dormidos.

¿Cómo fue que llegó hasta aquí?

Fue el día anterior y su cataclismo de feria lo que propició este desenlace.

2

Volvió a casa tribulado por la carnicería que hubo en la plaza de toros. Estaba en primera fila, sentado en los tablones improvisados a manera de butacas para ver la función especial de lucha libre. Vio al Tornado Rojo subir a la parte alta del ring para chicotear en un lance hacia atrás y justo a medio vuelo vio, también, al  toro bravo que le atravesó el pecho con la cornamenta. Lo siguiente que recuerda son los gritos de la gente en la plaza, se armó un pandemónium.

El empuje de la masa lo condujo a la salida en lo que casi se convierte en un tapón humano de varios muertos. Alcanzó a ver al pobre muchacho tendido sobre el polvo, ya sin la máscara puesta. La sangre le brotaba profusamente, una muchacha de vestido amarillo le estaba sosteniendo la cabeza. 

Una sed amarga e instantánea le apuró la garganta mientras se alejaba, sentía las piernas volvérsele líquidas por el espanto. Al llegar a casa empujó la puerta, pero notó que estaba atrancada por dentro. El destino, o su ansia por beber hicieron que asomara por la ventana en mal momento.

A través de la rendija pudo observar a su mujer: le estaba quitando los ojos al gato. El animal no se retorcía, ni siquiera se quejaba; él creyó que estaba muerto, pero lo vio bajar de la mesa y rodear las piernas de ella  con el movimiento meloso de los felinos domésticos para después ir a echarse a un rincón. La mujer cogió los ojos y los colocó en el bolso delantero de su vestido negro.

3

Llamó  a la puerta y esperó impaciente.

Entró sin mediar palabra y se dirigió a la alacena, cogió el frasco de agua lavanda que había reemplazado por agua bendita de San Miguel, se bebió un trago. Todas las cosas que se decían en el pueblo cobraban sentido ahora en su cabeza. Buscó apoyo en el respaldo de la silla arrinconada y se sentó lentamente.

Mírate la cara –dijo ella-. ¿Qué es la cosa?

Hubieses ido –respondió él, aferrándose al frasco- hubo muerto.

La puta gente no me quiere- aseguró la mujer-, es tema viejo. Lo sabes.

Se miraron sin decir nada, se escrutaron en medio del silencio reinante y por alguna razón entendieron que ahí acababa algo para uno de los dos.

Ella quiso retroceder, pero fue sorprendida por el rocío de agua bendita y no tuvo para más, como si las gotas le hubiesen robado la fuerza. Cayó de cara en el piso de tierra, estiró las manos para alcanzar el hierro con el que atisbaba la estufa de leña… fue inútil, solo alcanzó a llenarse las manos de tizne.

Él se sentó sobre su cuerpo estirado y le dio la vuelta para tenerla de frente. Le abrió la boca con su fuerza feroz, entre maldiciones y rezos la hizo beber el resto del agua bendita, luego presionó con las manos para tapar su nariz y boca hasta que dejó de moverse y comprendió que si, se había acabado.

Al final, sin levantarse, alcanzó la caja de trabajo y sacó un cuchillo carnicero, le abrió el vestido a la altura del pecho: bruja –le puso con la punta cruda.

Volteó buscando al gato para matarlo, pero ya no estaba.

4

Subió el cuerpo a la batea de la camioneta y le echó una manta encima. Se dio tiempo para agarrar sus pocos harapos y antes de cerrar la puerta le prendió fuego a la casa. El techo de palma ardió rápidamente mientras él se alejaba por el camino viejo.

Pasó el resto del día en la trastienda de Columba, bebiendo aguardiente hasta darse el valor para deshacerse del cuerpo. Partió con las primeras estrellas.

En su mente disminuida no encontró otro lugar mejor que la antigua fosa, ahí donde se dice que alguna vez sacrificaron niños para la Coatlicue.

La bajó sin el menor cuidado y retiró la manta. Tan solo destaparla  aventó su cuerpo al agua y se sentó a esperar que no reviviera. El sueño lo venció pronto.

Despertó con el ruido de algún Torton insensato y se asomó a la fosa para confirmar que ahí seguía ella, flotando bocabajo. Sumergió sus manos en el filo escarchado de la fosa y con el agua se acomodó el cabello. Antes de subir a la camioneta se santiguó, al poco avanzó por la autopista en sentido contrario a la desviación que conduce de vuelta al pueblo. La impunidad del remanso social lo acompañó hasta los límites de la siguiente población.

De repente, en un acto involuntario, orilló la camioneta. Antes de bajar cogió un mecate de la guantera, después subió a la rama de un pirul vecino, fijó la cuerda y se lazó el cuello, observó por última vez la línea gris que conducía de regreso a ese lugar en el que no pudo ser feliz con la mujer que quiso amar para siempre. Se dejó caer al vacío de la muerte. Tres días después encontraron su cuerpo colgado, ya le habían robado los zapatos.

 

- Este relato es complemento de Calle Matanzas, otro relato publicado previamente en este espacio. Aquí el enlace: https://www.cortorelatos.com/relato/39136/calle-matanzas/

Nota: el escrito hace referencia a El Tornado Rojo, un luchador debutante que tiene su breve historia de amor, desesperación y muerte también en este espacio. Estos son los enlaces: 
https://www.cortorelatos.com/relato/37287/el-tornado-rojoparte-1/

https://www.cortorelatos.com/relato/37288/el-tornado-rojoparte-2/ 

 

Escrito dedicado a Joel Fortunato, a más de un año de su penosa ausencia en este lugar. 

 

LA VIDA ES UN TEATRO DE PUEBLO

Carlos Ann


¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales

Denunciar relato

Comentarios

COMENTAR

(No se hará publico)
Seguridad:
Indica el resultado correcto

Por favor, se respetuoso con tus comentarios, no insultes ni agravies.

Buscador

ElevoPress - Servicio de mantenimiento WordPress Zapatos para bebés, niños y niñas con grandes descuentos

Síguenos en:

Facebook Twitter RSS feed