Arrojo y rebeldía

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Lo único visible en la habitación es, al fondo, la imagen de la Virgen de Guadalupe que se ilumina en un juego de luces y sombras ante la llama del cirio. Acaso se divisan los pétalos marchitos de unas rosas que alguien puso quién sabe cuándo, sepa Dios a qué hora. Huele a parafina vieja y el eco de sus pasos retumba en el amplio espacio que fue vaciado para volverlo una capilla de velación eterna.

Él avanza y se coloca frente al altar, se quita el sombrero y prende, con la llama del cirio viejo, la veladora que el trae consigo desde el día en que ella murió. Al prender la vela, el espacio amplio se ilumina más y comprueba que al costado derecho de la Virgen, está ella, retratada en su cumpleaños veintisiete.

Siente que algo se le craquea en el pecho, quizá una costilla por el pulso acelerado al verla. Retira con sus manos agrietadas y temblorosas los indicios de telaraña que se empiezan a formar en el marco de caoba.

Apúrese jefe –escucha decir al capataz: un hombre amable del pueblo que aceptó el pago de cinco pesos plata para dejarlo entrar en la hora que todos se van al campo, cobijados por el manto frío y negro de la madrugada.

Si me permite llevarme el retrato –le responde él, en voz baja- serán diez pesos plata.

Lléveselo por el mismo precio –dice aquel hombre-, pero apúrese. A ver si usted se acuerda de ponerle algo en el altar.

Trece minutos después, ya fuera de la hacienda, él camina de vuelta a casa. En su eterno morral de cuero bovino lleva el retrato y la veladora, que de último momento decidió no dejar para evitar evidencias.

Cogerá el camino más largo, para dar tiempo a que abran los primeros locales del mercado.

2

Mientras camina, recuerda la última vez que la vio con vida: después de misa de siete. Él estaba al otro lado de la calle cuando la vio salir, quiso cruzar para ayudarle a bajar los amplios escalones de cantera, pero le faltó arrojo y se le atoró el caminar. Ella alcanzó a notarlo entre los parroquianos que abandonaban la celebración, y también hubiese querido cruzar para intercambiar alguna palabra, pero le faltó rebeldía y el qué dirá la gente se le atoró en el pensamiento. Solo levantaron la mano tímidamente y dejaron que la vida corriera. 

Las últimas estrellas de la mañana empiezan a desaparecer en el firmamento, pero el mercado ya es la génesis del bullicio en el pueblo.

Ha comprado lo de siempre: para mamá los dulces que tanto le gustaron en vida y algunos hilos, por si tejer fuese un pasatiempo permitido en los atardeceres del paraíso. Cigarrillos y pulque para papá, para acompañar sus descansos prolongados en el valle de la muerte.

La última compra le cuesta trabajo, pero al fin encuentra esa calaverita de azúcar que le prometió a ella, una noche hace varias décadas, y sí, tiene su nombre. Es hora de volver a casa, sin desviarse.

Ya por la noche, afeitado y con sus mejores galas, hará el sendero de cempasúchil que empieza en la calle y termina en la base del comedor, adaptado para la ocasión.

Ahí está todo, en el silencio de la visita esperada, un silencio que se altera solo con el crujir intermitente del pábilo encendido.

Ahora puede decirlo en voz alta: señorita, ojalá venga en espíritu a casa en esta fiesta de Todos Santos, prometí que encontraría su foto y una calaverita de azúcar con su nombre en mi altar.

Y todo está listo

 

* Este relato debió publicarse en noviembre, pero requería trabajo, mucho. Intenta ser un complemento de Altares, que es la primera parte de esta breve historia. Aquí puedes leerlo: https://www.cortorelatos.com/relato/39291/altares/

 

Nota: La imagen corresponde al mercado de El Parián, en mi ciudad natal. Era un mercado de productos locales hace muchos años. Es el escenario en dónde imagine el desarrollo de una breve parte de la historia.

Hoy día, esos mismos portalillos del antiguo mercado sirven para la exposición y taller de artistas locales, especialmente pintores y escultores. Aquí puedes ver una imagen actual del sitio: https://www.zonaturistica.com/files/atractivos/1869/A1_1869.jpg 

Créditos de la imagen, a quién correspondan. Gracias por leer. 


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