Secuoya

La última secuoya gigante trata de no pensar en el presente y se esfuerza cada día en recordar, siempre con nostalgia, los días idos y perdidos para siempre; su niñez a ras de piso; a sus hermanos que habían sido tantos y tan variados y que, uno a uno, por cientos de excusas, fueron transformados en casas, muebles, barcos o simplemente consumidos por el fuego; el bosque que parecía extenderse y cubrir el mundo entero. Pero hay veces en que los ruidos que suben de las calles la sacan de sus recuerdos y se ve obligada a volver al presente que le duele en el alma, porque el bosque que la rodea ya no está hecho de infinito verdor sino de concreto, acero y cristal, tan gris, tan frío y, sobretodo, tan artificial. Es raro el día en que no lamente su gigantismo y longevidad y el don de parecerse a la eternidad. Es más, la miserable honra de ser el último árbol en la tierra no es título que la llene de orgullo, antes hubiera preferido haber nacido pino o cualquier árbol de rango inferior, sino más bien de un eterno lamentar en la cárcel ficticia pero real, si se puede entender, donde, de ventana en ventana, la comedia humana la condena en cada minuto de su vida a odiar lo que en verdad debería amar, es decir la vida. 

                                                               Fin.