Las vecinas. Tercer relato. Desde el armario.

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    Entre los hechos que me acontecieron con mis vecinas, podría mencionar un episodio de incontinencia urinaria que acabó en el baño de mi piso con un cambio de ropa interior. Sin embargo, creo que este incidente tendría más interés si fuese relatado por ella, que aguantó lo que pudo. Pues al final, desde mi punto de vista, el interés erótico del relato residiría en toda esa amalgama de sensaciones, vergüenza y disimulo que concluyó en un striptease en la privacidad del aseo.

   Otro candidato a ocupar unas líneas en este relato podría ser un episodio en el que puse una inyección a mi vecina deportista y a su pareja. Describir el firme trasero de un varón en forma y el no menos firme trasero de su compañera no carece de interés. Incluso podría revelar el humillante incidente en forma de escape de gas que los nervios provocaron en la chica. 

    Pero si hay un relato que a mi juicio merece formar parte y poner fin a esta trilogía es el que a continuación voy a narrar.

    Se llama Lucía y una tarde me invitó a su casa para pedirme consejo. El saloncito donde tomé asiento estaba decorado con gusto y en el equipo de música sonaban los violines de Vivaldi. 

- Y bien. - dije cuando la anfitriona tomo asiento frente a mi.

- La música es bonita ¿verdad? - dijo la aludida mirándome a los ojos.

- Sí lo es. - respondí unos segundos después, tras escuchar como los instrumentos imitaban de forma magistral sonidos de la naturaleza.

- He quedado con un hombre. Este es su perfil. - dijo sin más preámbulos enseñandome la foto de un joven en la aplicación de citas que tenía abierta en el móvil.

- No entiendo de hombres, ¿cuándo has quedado? - pregunté.

- Esta tarde... quiero su opinión. -

   El uso de "usted", aun viniendo de alguien lo suficientemente joven para ser mi hija, hirió mi orgullo. Sin embargo, sonreí con resignación y dije lo que me pareció más lógico en ese momento.

- Pero... no te parece inadecuado tener una cita con alguien y que yo esté aquí... a menos que sea por un tema de seguridad... entiendo

- No, no es eso. - me interrumpió la muchacha. - Ya he estado con él dos veces. Cena, beso... hoy toca sexo. 

- ¿Perdón? No entiendo nada...

Ella sonrió y habló.

- Es fácil. Quiero que se esconda en el armario de mi habitación, nos espíe y luego me diga lo que opina de nuestra relación.

- Pero, eso es una... -

El timbre de la puerta interrumpió mi frase.

- ¡Es él! - dijo mi vecina alarmada, pero sin levantar la voz en exceso.

- Rápido, al armario... no puede encontrarle aquí.

Confundido, pero sin tiempo para pensar me dejé conducir al dormitorio.

- Por favor. - suplicó la chica, escóndete.

Y sin esperar confirmación salió de la habitación.

   Lo sensato hubiera sido terminar con la farsa, saludar al recién llegado y dejar aquella casa de locos. Pero en lugar de esto, abrí el armario de madera, vi que había hueco de sobra y entré. Olía a mujer y las puertas, a modo de estor, tenían rendijas que permitían ver el cuarto.

     No tuve que esperar mucho para que el tipo de la foto y mi vecina irrumpieran en el cuarto.

- Lo hacemos. - dijo él.

- Vale. Voy al baño y vuelvo enseguida. - respondió la joven.

     El varón comenzó a quitarse la ropa mientras silbaba quedándose en calzoncillos. Tenía la espalda ancha y los músculos de brazos y piernas, sin ser exagerados, se marcaban de un modo atractivo.

    La chica tardaba y el hombre se sentó en la cama para volverse a levantar un instante después. Luego se rascó una nalga distraído, dobló el brazo marcando bíceps y se volvió a sentar para levantarse una vez más. 

- Interesante habitación. - murmuró echando un vistazo al conjunto.

    Entonces se quedó mirando al armario, distraído sacó la verga, todavía chiquita y la agarró. Luego dio un paso al frente. Por un momento temí que abriese el armario y me descubriese. 

    El sonido de la puerta del cuarto de baño hizo que el amante escondiese su atributo viril y diera media vuelta dispuesto a recibir a su chica.

 Lucía hizo su entrada moviéndose con marcada sensualidad. Solo tenía puesta la ropa interior. Sus pechos, generosos, parecían querer escapar del ajustado sujetador. Al llegar a la altura del chico, le abrazó sujetándole por la cintura y comenzó a besarlo con pasión. El sonido del intercambio de saliva llenaba la habitación. Pronto, las manos de la muchacha bajaron hasta el culo del varón masajeándolo para poco después, deslizarse por debajo del calzoncillo en busca de piel desnuda.

- Desnudémonos. - dijo él.

- Vale. - respondió ella.

      Pronto ambos amantes estuvieron en cueros. Por un momento pude ver el tupido sexo de mi vecina y mi pene, que por aquel entonces ya andaba algo animado, empezó a latir. 

     Lo siguiente que oí fue el crujido de la cama sobre la que acababan de tumbarse. Ella de lado, como la venus del espejo, mostrándome su delicioso culete. Él con una pierna sobre sus muslos y el miembro en posición, listo para iniciar la penetración. Comenzó despacio, pero pronto, paulatinamente gano velocidad animado por los gemidos de su pareja. Un instante antes de alcanzar el orgasmo se detuvo, y cambiaron de posición. Lucía tumbada boca abajo, atravesando la cama de tal modo que las piernas colgaban por un lado y el rostro quedaba frente al armario. El invitado detrás de ella, dispuesto a metérsela de nuevo. El primer enviste hizo que las mejillas de la chica se colorearan de rojo. Los siguientes la hicieron gemir, gesticular, pedir que parase y siguiese, incapaz de controlar la excitación. No hicieron falta ni dos minutos para que ambos alcanzasen el orgasmo. 

Incapaz de aguantar más, desabroché los pantalones y liberé mi pene que ya goteaba.

      Tras el éxtasis llegó la calma. Luego ambos cubrieron su desnudez y él dejó la casa.

Lucía volvió y abrió la puerta del armario.

- ¿Te has corrido? - preguntó.

- ¿Te parece normal? - repliqué molesto.

Ella lanzó una carcajada desconcertante. Me miró y dijo.

- Acércate y bájate los pantalones. -

Obedecí.

Desde el salón llegaban los acordes de una nueva pieza clásica. Mi vecina se detuvo unos segundos y movió la mano como siguiendo la melodía.

- La música es bonita, ¿verdad? - me preguntó.

- Sí, lo es. - respondí.

Ella se agachó poniéndose en cuclillas.


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