EN BUSCA DE LA LUZ 1

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Me hallo en el aeropuerto EL PRAT de Barcelona tomando un café con leche a la espera de embarcar en un avión con destino a París en busca de la mujer a la que amo llamada Beatriz que es de unos treinta y tres años recién cumplidos, la cual hace un mes y medio que por razones laboralesr se fue al país galo y desde entonces me ha ido enviando unos mensajes al móvil muy escuetos y muy fríos que me han causado una gran inquietud ante la posibilidad de perderla para siempre en la vorágine de aquella ciudad. Pues sé que ella se ha instalado provisionalmente en un apartamento en Montmatre, pero no es del todo seguro que la vuelva a encontrar en dicho lugar. Y esta incertidumbre no me deja vivir en paz, hasta el punto de que tampoco consigo centrarme en mi trabajo que ahora se me antoja que es una obligación onerosa e insoportable.

Recuerdo como si fuera ayer el día que conocí a Beatriz. Aquella tarde yo había ido a visitar a un familiar enfermo en el hospital, y posteriormente me dirigí a la estación de los trenes de cercanías para regresar a mi hogar que estaba en un pueblo del litoral. Entonces cuando llegó mi vehículo, una vez que me hube acomodado en un asiento de un vagón cualquiera se sentó frente a mí una joven mujer que iba con un grupo de amigos, que de un modo inesperado me causó una honda impresión su singular belleza, que no era tan sólo física sino que también era anímica puesto que parecía emanar de lo más profundo de su alma, la cual la envolvía como una radiante aura de luz que se reflejaba en su tan nítida como noble expresión de sus ojos negros. Pero no piense el lector que aquella sorpresa que me produjo aquella dama únicamente me afectara a mí como si de una emoción subjetiva se tratara, sino que también impactó a los demás pasajeros que estaban a su alrededor que quedaron embobados al contemplarla.

A decir verdad, yo desde mi adolescencia no he dejado de ser un sujeto agnóstico, sin embargo la hermosura angelical de aquella chica me hacía pensar en que tal vez podía ser una guía espiritual de otra dimensión espacio-temporal destinada a cumplir una especial misión en este mundo.

- Andate con cuidado, que hoy en día hay muchos tipos sin escrúpulos- le dije yo llevado por un raro instinto de protección.

-Sí, ya lo sé- me respondió ella con una luminosa sonrisa.

Al cabo de poso tiempo de haber conocido a Beatriz en el tren casualmente me la volví a encontrar una mañana brumosa desayunando en compañía de una amiga en un bar de Badalona, ya que yo había ido allí a resolver unos asuntos. Ella me reconoció enseguida y entablamos una breve charla intrascendente. No obstante yo a pesar de ser un hombre de cincuenta años, casado y con dos hijos me fue imposible desentenderme del embrujo de su persona, así que todo lo demás como mi familia y otras obligaciones cotidianas dejaron de tener importancia para mí; las veía muy lejos de mi ánimo. En consecuencia no pude resisitir de invitarla a salir una tarde entresemana, y la joven aceptó sin ninguna reserva. Tal era su espíritu confiado y de generosidad.

De manera que una tarde fuimos a una típica granja que estaba en una calle del casco antiguo de Barcelona, muy cerca de la Catedral, a tomar unos churros con una taza de chocolate caliente y hablamos con gran vivacidad de varias cosas; sobre todo de su familia y de su trabajo.

- Mis padres son de Córdoba; aunque yo he nacido aquí- me contó ella.

- Ah... ¿Y a qué te dedicas? - le pregunté.

- Soy diseñadora gráfica y trabajo en una empresa en la que me siento muy bien. ¿Y tú?

- Bueno, yo soy un administrador de una industria que fabrica porteros automáticos. Algo muy aburrido.

Tras una pausa le dije:

- Mira Bea. Cuando tú hables con alguien fíjate si esta persona te mira directamente a los ojos como lo hago yo ahora. Si lo hace es porque se interesa por ti. Pero si baja la vista, o mira hacia otro lado, es que pasa de ti - le dije protegiéndola del ingrato mundo.

-¡Ah! Lo tendré en cuenta. Esto quiere decir que yo te intereso. ¿Verdad?

-¡Claro!

Y los dos reímos, estableciendo así un nexo de armonía.

-Yo por mi parte no soporto a la gente amargada, porque siempre quiere arrastarte a su pesimismo. Mi exnovio era así y lo pasé muy mal - confesó Beatriz-. Al final lo tuve que dejar, porque yo soy una persona optimista y no quiero que nadie me fastidie la vida. Yo siempre pienso que en un futuro las cosas irán mejor.

- Eso está muy bien.

- Sí. ¿Y tú estás casado? - quiso saber de pronto.

-


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