Memorias de una persona muy reservada (Humor, 6 minutos)

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Nunca me ha gustado hablar, soy una persona muy reservada. Prefiero aparentar que escucho, poner cara de atención y de vez en cuando lanzar alguna pregunta que, por su brevedad y no venir a cuento, suelen interpretar como trascendente.

Curiosamente, por uno u otro motivo, esta forma de comportarme siempre ha despertado el interés de las mujeres. Un interés agravado por un físico nada despreciable y mi tarjeta de presentación con nombre en inglés, Brand Manager & Public Tender Executive. Lencery and Corsetery. Con semejantes credenciales no es de extrañar que por mi vida hayan pasado un sinfín de féminas. De algunas solo conservo el recuerdo, y de otras lo conservo todo. Eso es lo que sucede cuando uno decide compartir su vida con varias mujeres al tiempo, cosa que, aunque no es sencillo de llevar, me reporta gran satisfacción.

Se podría deducir con acierto que no soy de vivir sólo. Ser hijo único en una familia rara de cojones me marcó. "Cuantos más mejor”, esa era la máxima que había decidido aplicar a mi vida para alejarme de mi pasado. El problema —descubriría con los años— es no saber parar. Y más cuando vas a dos hijos por año, hasta sumar doce de tres madres distintas.

Como os contaba anteriormente, este carácter mío parco en el habla supone que en casa diga lo justo. Hilvanar más de diez palabras me supone un tormento que intento esquivar con especial interés.  Motivo por el que ninguna de mis parejas conoce la existencia de las otras dos. Justificar mi tendencia enfermiza a la poligamia con más silencios que palabras podría ser mal interpretado. Mejor dejar las cosas tal cual.

Por fortuna, cosas del destino, mis tres amores responden al mismo nombre. Con eso evito equívocos comprometidos, pero con mis hijos el asunto se complica. No hay quien acierte con sus nombres compuestos, las combinaciones parecen infinitas.  Para facilitarme la tarea  a partir del décimo nacimiento decidí dirigirme a todos ellos por el apodo de mi Princesa. Una idea que consideré brillante. Aunque a los dos varones este hecho y que les ponga bragas de la firma que represento, les incomoda. Pero bueno, con los años se han ido acostumbrando. Además, les da confianza que su padre utilice la misma línea de ropa interior. Un buen comercial   predica con el ejemplo: «Si las bragas son buenas para el cliente son buenas para el vendedor».

Mi experiencia en el sector me lleva a deciros que no hay nada más cómodo que la braga clásica de algodón. Si bien no las llevo tanto como me gustaría. Por cuestiones laborales intento cambiar de modelo a diario, y no por capricho o coquetería sino por exigencias del mercado. Mis clientas no realizan ningún pedido sin verme previamente con el género puesto. Al culotte y la braga faja no acabo de cogerles el punto, no se adaptan a mis formas, pero ¿qué oficio no tiene sus contras?

Hubo un tiempo, me da por pensar ahora, en que esta forma de ser me dio más problemas que alegrías. Es curioso cómo se pueden interpretar los silencios en función del contexto y de la edad. De pequeño pensaban que era tonto del culo, lo que era ciertamente imperdonable en una familia de super listos. Mis padres nunca se tomaron a bien que su único hijo y heredero, en el cual habían depositado tantas esperanzas, fuera presuntamente lelo. Así que tuve que aprender a desconectar mi interruptor de emociones cuando papá y mamá discutían:

¡Ocho años y solo dice jamón y con un deje ciertamente extraño! Esto es intolerable Cuca que somos del mismo Valladolid... Que te lo digo yo Cuquita, este niño nos ha salido raro de cojones. No es cuestión de logopedas es cuestión de que su cadena de ADN no está bien secuenciada y eso tiene mal remedio argumentaba  papá ante mi atenta y bóvida mirada.

A continuación, mamá procedía a gritar a papá y a recordarle que la Catedrática era ella y él un simple profesor asociado. Por lo que si había problemas de genoma no eran suyos, ni de su estirpe de catedráticos que se remontaba al bisabuelo don Mauro.  A lo que papá respondía: 

—Sí, pero catedráticos de letras, que a todos los efectos vale menos que mi ingeniería forestal.

Y en este ir y venir de acusaciones mutuas, yo observaba sentado desde mi inodoro portátil. Era como estar en el cine. «Qué actuaciones tan reales», pensaba. Aunque el guion no me acababa de convencer. Demasiado previsible, sin giros argumentales que mantuviesen la tensión.

En alguna de esas refriegas incluso estuve a punto de pedir palomitas, si bien al final siempre cambiaba la palabra «palomitas» por un «mamón, mamón, mamón» (que no jamón mal pronunciado), que para mí regocijo jodía especialmente a papá... :)

Jam Louvier, 2020

.. :)


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