La muerte de un monarca suele causar revueltas catastróficas, sobre todo cuando el príncipe no es considerado apto para el trono.
Augustus era un niño sin carácter a los ojos de los miembros de la corte. Su amor por la poesía y la música no le serviría en épocas de guerra.
-Eres Augustus III -dijo su madre-, heredero al trono. Debes aprender a comportarte como tal.
-Este no es más que un reinado de odio y destrucción -dijo el joven.
-Así es; provienes de un largo linaje de conquistadores.
Augustus suspiró desanimado.
-Tu abuelo, por ejemplo -continuó la madre-, nos liberó de los dragones. Cuando yo era pequeña ellos surcaban los cielos. Sus enormes sombras recorrían el reino entero, como si el sol se apagara de repente. Ellos odiaban a los hombres; cada vez que los atacábamos, incineraban nuestros hogares. Los dragones eran territoriales y amantes del oro, y devoraban a todo aquel que intentara robárselo. Pero tu abuelo los exterminó, y él mismo fue quien mató al último de esos reptiles con la lanza real.
Augustus volvió a suspirar.
-¿Qué dices de todo eso, hijo?
-Que entregaría mi corona a cambio de ver volar a un dragón.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales