Hippiosa - Primera parte

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Si alguien ha estado en Tepoz en estos últimos diez años seguro la reconocerá, pues por allá se hizo muy popular debido a su belleza, pero aún más por su desinhibida conducta; entre otras actividades acepta que ciertos “amigos” le tomen fotos desnuda. Solía andar con un grupo de amigos hippiosos tocando el ukulele y cantándole a los turistas para ganarse unas monedas.

No daré su nombre por obvias razones, pero quienes la conozcan hallarán verdad en mis palabras —aunque no todos estén de acuerdo conmigo, porque de seguro habrá los que aún estén “enamorados” de ella—. En esta narración la llamaré como sus “amigos” suelen decirle: Parcera. Aunque mayormente le dicen Parcerita, debido a su tamaño, pues no mide más de metro y medio de estatura. Característica que le brinda aspecto inocente aunque no lo es. Esto, sumado a su complexión y carita de niña, hace que aparente menor edad que la que tiene; en realidad actualmente está en sus treintas. La Parce es una total traga años que ha mal gastado la mayor parte de su vida en el desmadre, las bebidas alcohólicas y las sustancias sicotrópicas, o como ella suele llamarles: “la medicina sagrada”, pues es de onda hippie.

Así de hippiosa, quemada por el sol, con varios días sin bañarse y con un morral más grande que ella misma, se le presentó a su mamá en su casa. Nomás verla su madre tuvo idea de lo que había pasado, bien conocía a su hija. La recibió pesarosamente, aunque no la dejó en la calle, como se lo había prometido la última vez que habían discutido. Madre e hija llevan una relación complicada por el carácter pueril y ligero de esta última. La Parce es una mujer de treinta y tantos con un físico de adolescente y una mentalidad de niña caprichosa, pésima combinación.

Luego de mandarla a bañar y ofrecerle de comer la señora cuestionó a su hija, quien le dijo que había dejado a su pareja y a su hijo con él. Claro que Parce dio la versión que le convenía explicando, supuestamente, por qué había dejado a su propio hijo en vez de llevárselo consigo, como una madre responsable hubiese hecho.

Ahora ilustraré parte de la plática que tuvieron madre e hija. Claro que no serán las palabras exactas que ambas dijeron, pues no estuve presente aquella vez para atestiguarlo, pero espero me crean si les digo que es lo más cercano a lo ocurrido. Digo esto pues las he escuchado discutir en varias ocasiones, y casi siempre con la misma cantaleta, además, de dicha plática me habló su propia madre tiempo después.

—¿Y por qué se pelearon? —le cuestionó su madre.

—Porque él es un aburrido, mamá. No entiende mi espíritu libre, mi forma de ser —le respondió la Parce.

—¿Y cuál es esa forma de ser, hija? ¿La de andar de hippiosa, de marihuana?

—¡No soy una hippiosa! Yo tengo una conexión especial con el universo. ¡Y no soy una marihuana! Consumo medicina sagrada.

—Ah, ¿entonces igual de místico es andar engañando a tu marido? —le dijo su mamá.

—Ay, otra vez con los chismes, de seguro él te sigue llenando la cabeza con sus estupideces. Yo no lo he engañado, sólo exploro mi sexualidad, y tengo todo el derecho de hacerlo, es mi libertad. El que estemos casados no me debe limitar en mi experiencia sexual, en mi experiencia de vida. Practicar el sexo tántrico no tiene nada que ver con serle infiel. El tantra es un camino, al igual que el yoga. Su práctica me ayuda a equilibrar mis chakras —respondió la descarada.

—Bueno —dijo su mamá, acostumbrada a ese tipo de respuestas de parte de su hija—, ahora ¿a qué te vas a dedicar? —en el fondo su madre quería darle a entender que no estaba dispuesta a mantenerla como si aún fuera una chiquilla.

La otra siguió comiendo sin responder, como si no hubiese escuchado la pregunta, o no le diese importancia. Aquello era habitual en la Parce, cuando una pregunta le incomodaba simplemente hacía como si no se le hubiese dicho nada.

—¡Dime, ¿qué vas a hacer de tu vida ahora?! ¡Si ya no piensas vivir con él ¿qué vas a hacer?! ¿A qué te vas a dedicar? ¿Tienes un plan, una idea? ¿Algo? —insistió su madre ante su mutismo.

—¡Ay, claro que sí mamá! Tengo una gran idea, voy a dar clases de yoga. Así podré compartir mi sabiduría con otras personas, y ganar algo de dinero.

—¡¿Clases de yoga?! ¡¿Eso es todo lo que se te ocurre?! ¿Y en dónde vas a dar tus clases? —le cuestionó la señora, en un tono que revelaba el no estar dispuesta a que lo hiciera en su casa. No quería que extraños, y más del tipo que frecuentaban a su hija, entraran allí.

—Ay, no te preocupes mamá —respondió la Parce, seguramente adivinando el temor de su progenitora—. Voy a darlas en el parque.

—¿No crees que deberías buscar algo más serio, más estable?

—¡El yoga es una actividad muy seria! Ya verás que voy a ganar lo suficiente como para pagarte una renta y no ser una carga. Estoy segura de que tendré mucho éxito. Vas a ver cómo tendré muchos alumnos que me seguirán y me admirarán —respondió Parcera, acostumbrada a ganarse “admiradores” fácilmente.

—Mira hija, no te estoy cobrando una renta pero, debes comprender que ya no eres una chiquilla. Y, de cualquier forma, yo no te puedo mantener para siempre. Además, debes hacerte responsable de tus actos. Recuerda que tienes un hijo.

—No te preocupes mamá. Sólo necesito tu amor y tu apoyo.

—Ay, hija, yo te amo pero...

La Parce se levantó, le dio un beso a su madre y subió a su habitación sin siquiera recoger sus trastes sucios.

Aquello no debió sorprenderle. Bien la conoce ella y bien la conozco yo, a la Parcerita se le hace muy fácil ganar dinero, ya sea cantando; vendiendo pulseras; ofreciendo poemas; dando masajes o escribiendo canciones. Pues en realidad satisface sus caprichos de otra forma.

Honestamente creo que la Parce es la persona más inmadura que he conocido. Acostumbrada a que los hombres hicieran de todo por ella desde muy joven, debido a su belleza física, nunca ha tenido la necesidad de conseguir nada por sí misma. Obtiene cualquier cosa gracias a la atracción sexual que ejerce. Esto no le ha permitido crecer, madurar.

Sé que sonará mal que yo lo diga, después de todo fui uno de esos que dio todo por ella, pero la Parce es una niña caprichosa de treinta y pico de años cuya belleza es su mayor atributo y su mayor defecto. Pero voy a respaldar mis palabras al contarles cómo la conocí, y como, ya desde entonces, usaba su atractivo físico para satisfacer sus caprichos.


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