Carla y su peculiar café cargado

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Carla está preocupada porque su jefe la citó en la cafetería de la empresa, para tener una charla con ella. Sospecha que le vaya a endosar un servicio de guardia para el fin de semana. Carla había planeado irse de acampada con su Manolo y su niña.

 


Desde el umbral de la entrada, divisa en el fondo del salón a Federico, su jefe. Entra, se acerca a la mesa donde está el gerente y lo saluda. Carla se sienta y al momento, un camarero le pregunta qué va a tomar. Carla pide un café capuchino. Federico se bebe de un trago el coñac que tiene a su lado y pide otro capuchino para él.

 


--Bueno, Carla, te he convocado a esta charla informal para trasladarte la noticia de que vas a tener que hacer 12 horas de guardia el sábado y otras 12 horas el domingo. Pero no solo eso, el próximo fin de semana vas a tener que repetir otra tanda de guardias. Hay poco personal y tú al ser una de las empleadas que lleva menos tiempo en la plantilla, pues te tocó jorobarte –y suelta una carcajada.

 


El camarero les sirvió los cafés capuchinos, pero a Carla se le habían quitado las ganas de tomar nada. Federico se excusó para ir al servicio. En el espacio de tiempo en el que Carla se quedó sola en la mesa, quedó pensativa, se le había caído el cielo encima. Entonces ideó un plan de venganza. Estaba acatarrada, tenía carraspeo. Comenzó a acumular saliva en la cavidad bucal. Carraspeó dos o tres veces, con tanto ímpetu, que en una de las ocasiones hasta notó cómo, desde las profundidades de los bronquios, fue subiendo un magno gargajo verdoso. Acercó la taza de café de su jefe y lo escupió todo en ella. Hizo esta operación dos veces más, hasta dejarle una ingente cantidad de saliva espumosa en la superficie de la taza. Era un auténtico café capuchino. Pero su sed de venganza todavía no había sido saciada. Metió el dedo meñique de la mano derecha, con disimulo, en el interior de las fosas nasales. Estaba de suerte. Consiguió sacar unas dos o tres “lombrices” de cada orificio y las fue echando a la dichosa y odiosa taza de su jefe. Con la cucharilla removió un poco la mezcla, para que no diera tanto el cante. Menos mal que el hombre ya asomaba por el fondo, que si no, Carla acabaría sacándose incluso la cera de los oídos.

 


--Bueno, ya estoy aquí –dijo Federico, y le pegó unos cuantos tragos al café--. Se me ha quedado un poco tibio, por la tardanza en el servicio, pero está muy rico. Estos pringaos van aprendiendo. Hoy se han superado. Hasta el día de ayer solían hacer unos cafés horrorosos.

 


Carla se llevó un chasco. No imaginaba que al cabeza de chorlito de su jefe le fueran a gustar tanto sus ingredientes recién elaborados, marca de la casa. “Debería de haber empezado por la cera de los oídos, que es más amarga”, pensó Carla para sus adentros.


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