Ojos en la oscuridad (parte II)

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Controlaba la respiración. Cada movimiento era cuidadosamente orquestado. Con tranquilidad, con precisión, tensó el arco. Los músculos de sus brazos contraídos. Paciencia, es la clave de todo, esperar tu oportunidad. Coger aire, soltar aire y dejar volar la flecha que da justo en su objetivo.

Aun le recuerdo como un joven fuerte y orgulloso pero con una visión del mundo algo distorsionada.

Gareth Aldur. Hijo de una casa noble de las tierras del sur. Diestro con la espada, gran cazador y de ideales fuertemente establecidos.

Alardeando frente a su primo Halig esperó mientras los sirvientes cargaban con el venado y se dirigieron al castillo.

Por el camino se dedicó a contemplar el territorio por el que pasaban. Su padre, Rodric, era el señor de la zona, uno de los duques mejor considerados por sus súbditos dado su honor, benevolencia y justicia. El ducado pertenecía a las llamadas Tierras Estivales. El clima era siempre cálido llegando a ser terriblemente sofocante en algunos periodos de tiempo. Apenas llovía y sin embargo todo estaba verde. Una tierra de la que enamorarse decían muchos románticos. Puede que careciera de grandes montañas o increíbles bosques frondosos pero con sus llanuras y praderas, sus lagos cristalinos y el sol calentando la pie,l poco más se necesitaba.

Gareth siempre amó esa tierra por la sensación de libertad que desprendía. Sin avisar a nadie, espoleó a su negro semental, Orgulloso, y partió al galope. Al caballo le encantaba correr y lo agradeció.  Llegó al patio y le pasó las riendas al palafrenero que allí aguardaba. Subió la escalinata principal y se dirigió en busca de su padre.

Lo encontró en la biblioteca del tercer piso. En su sofá favorito se encontraba leyendo una misiva. La alegría de la caza se esfumó en el aire al observar cómo los ojos de su padre se posaban en él.

-          He recibido una carta del rey. –comenzó el duque – Quiere que un representante de cada región participe en un torneo de gran importancia diplomática.

Algo iba mal. Gareth no conseguía determinar por qué este torneo era de algún modo especial.

-          Dada mi reciente mala salud yo no puedo asistir. Por ello, y como mi heredero, el rey ordena que vayas en mi lugar.

-          Por supuesto. Será un honor representaros y participar en el torneo, padre.

-          Los barcos llegarán en menos de una semana. Tenemos hasta entonces para preparar tu viaje.

El asombro se reflejó en el rostro de Gareth.

-          ¿Los barcos?-preguntó.

-          Exactamente. La semana que vienes viajarás al continente.

                ______________________________________________________

Al continente.  Nunca se había aventurado tan lejos. Las Tierras Estivales se encontraban rodeadas por agua en todos sus límites. Una isla de inmensa extensión. Gareth había recorrido gran parte de ella desde que era un infante, acompañando a su padre en sus viajes.

Normalmente la gente no pensaba en el continente. Apreciaban tanto su hogar que no se planteaban la idea de abandonarlo ni siquiera temporalmente o por curiosidad.

Los rumores que llegaban del continente no eran halagüeños. Se decía que era una tierra oscura gobernada por hombres codiciosos, sin escrúpulos y nada confiables, que tenían una idea equivocada del honor.  Gareth había escuchado algo sobre una antigua traición de la que nadie quería hablar. La idea popular era que las relaciones con el continente eran tensas y ausentes la mayor parte del tiempo. Incluso las relaciones comerciales se cortaron hace muchos años.

¨…de gran importancia diplomática¨

No estaba en sus manos discutir. Su rey requería su presencia y él iría.

                _______________________________________________________

Corría en la noche. No sabía de qué huía. La ansiedad le ahogaba, escuchaba el corazón martilleándole en los oídos. No veía nada, no sabía adónde iba. Oyó un grito en la distancia, no distinguía la criatura de la que procedía. ¿Una persona, un animal?

 Chocó contra algo y cayó hacia atrás. Una roca, una roca inmensa. No. Un muro. Un líquido le corría por la cara y le llenó la boca. Sangre, sangre cálida como la que le cubría las manos.

Otro grito, esta vez sonaba desesperado, y una voz. ¨Huye¨

Giró la cara con rapidez y los vio. Dos ojos rojos lo miraban con fijeza desde una oscuridad antinatural.


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