Los últimos días de Alejandro(2)

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Al día siguiente, el sueño de Alejandro de llegar más allá de las montañas nevadas del norte se había derrumbado completamente. Se encontraba reposando en cama  tras un largo día de combate y aunque había resultado en victoria, la sentía como una derrota al ver la reacción de sus hombres a continuar hacia el Ganges. Sus tropas, tras enterarse de sus intenciones, se habían amotinado, negándose a avanzar y expresando su firme deseo de volver a sus hogares. La batalla de aquella jornada se había extendido por más de ocho horas, y fue, sin lugar a dudas, la más sangrienta de toda su campaña militar.

Antes de comenzar la batalla, había cruzado el río por un vado alejado del campamento enemigo, situado en la orilla contraria, con un contingente de diez mil infantes y cinco mil jinetes. Dejando el grueso de su ejército en la otra orilla frente al campamento indio, para no alertar al enemigo.

Al amanecer, el rey indio, Poros, se despertó con un contingente griego a pocas millas de su campamento, de modo que corrió a hacerle frente con la mayor parte de su ejército, posicionando una pequeña hueste en el río para frenar el cruce de los griegos.

A pesar de la superioridad de Alejandro, en aquel momento se encontraba alejado del resto de su ejército, y el enemigo se mostraba mucho más numeroso, además de contar con dos centenares de elefantes de guerra. Sin vacilar, cabalgó con sus jinetes hacia el flanco izquierdo enemigo al tiempo que la falange macedonia avanzaba a ritmo de trompeta con paso firme, sin dejar ver un ápice de temor ante las enormes bestias que su enemigo había convocado.

Mientras los piqueros helénicos contenían la embestida de la infantería y bestias del adversario, Alejandro y su caballería rodearon al enemigo y tras recibir refuerzos del grueso del ejército que había cruzado el río, derrotó a su adversario. Aun así, los elefantes de guerra habían ocasionado enormes bajas en sus filas, atropellando a sus piqueros a pesar de los proyectiles y armas presentados como intermediarios.

Tras este episodio, sus hombres se negaron a seguir avanzando, temiendo la embestida de una nueva horda de elefantes.

No tenía otra opción, debía volver por donde había venido, hacia Babilonia. Sin embargo, no deseaba hacerlo. Alejarse de aquellas tierras significaba perder toda oportunidad de volver a ver las montañas nevadas del Himalaya, y su deseo de cruzarlas quedaba destruido.

Finalmente regresaron al Asia Menor, para luego volver parte de su ejército a su Grecia Natal. A pesar de todos sus esfuerzos, el mundo que Alejandro había construido se derrumbó en un abrir y cerrar de ojos. Él quería unir las culturas helénica, persa, y todas las que encontrara a su paso, para alcanzar un mundo más justo, más libre. Así mismo, había deseado por encima de muchas cosas conquistar y descubrir todas las tierras que le fueran posibles, pero no pudo llevarlo a cabo. Ni tan siquiera pudo su imperio sobrevivir, lo que habría supuesto la unión de culturas y razas que él quería, y una posterior expansión hacia la India. Pero al volver atrás, su gran amigo y amante, Hefestión, murió a manos de la enfermedad, y tras llorarlo amargamente durante un día y una noche, negándose a abandonar su lecho de muerte, regresó finalmente a Babilonia, donde trasintentar consolidar su imperio, murió, probablemente víctima de la enfermedad, o de las numerosas conspiraciones palaciegas que sus generales llevaban a cabo día y noche.

Su imperio se dividió y fraccionó, y quedó repartido entre sus generales de confianza que en lugar de llevar a cabo el sueño de Alejandro, masacraron a sus familiares y se mataron entre ellos sin compasión, olvidándose de su antigua amistad y sus sueños comunes. De esta forma queda reflejada la naturaleza de algunos hombres. Muchos son buenos y nobles, y luchan por hacer de este un mundo mejor, y solo unos pocos de estos buenos hombres, alcanzan un gran poder, y deciden usarlo para mejorar el mundo a un nivel que nadie podría soñar jamás. Mientras que, por debajo de estos grandes hombres, otras personas, buenas antaño, y corrompidas ahora por la codicia y la envidia, buscan la ruina de su señor. Y una vez derrocado el soñador, el utópico, se enfrentan unos a otros por los restos de sus posesiones y logros, cual buitres luchando por la carroña.

Alejandro Magno fue un soñador, un visionario, que quiso unir dos mundos, separados por siglos de guerras para así conseguir la reconciliación y evitar futuros conflictos. Sin embargo, el lado oscuro del hombre jugó siempre en su contra, haciendo de su vida una carrera contrarreloj por hacer lo máximo, en el poco tiempo disponible. 


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