Diavolo (parte II)

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Al poco tiempo, llegarían días negros para Amir, consecuencia de la acumulación días grises. El dolor que sentía en la espalda era tan grande que decidió ir a un hospital, (uno de los lugares que más detestaba) y donde le diagnosticarían, de la forma más cruda y quizá inhumana, que tenía cáncer. Un tipo de cáncer que consumía lentamente pero de una forma segura y eficaz, su columna vertebral, que estuvo infectada desde mucho antes que sintiera los terribles punzones que aquejaba por las noches.

Y como era de esperar en él, caería en una profunda depresión: evitando el contacto de todos a su alrededor. Concentraría todo su amor y el poco afecto que le quedaba en su mascota. A él le hablaría con cariño en sus últimos días. Se rehusó a seguir una quimioterapia y su único deseo fue que lo dejaran morir con dignidad. Siempre tuvo la idea de que la quimioterapia te daba más tiempo, pero no precisamente para vivir. Siguiendo ese tratamiento no llevaría una vida normal y en cierto punto, tenía razón.

Con el dolor que solamente puede ofrecer un acto tan fatal como el sacrificar a un hijo, sus padres aceptaron esa decisión, luego de incontables intentos por hacerlo desistir. Sin embargo, su suerte estaba echada, lo único que lograrían es que acceda a tomar calmantes y píldoras que disminuían el dolor que ya se presentaba días y noches. Quizá para él, un santo remedio era permanecer al lado de Diavolo, que siempre se acercaba cuando Amir comía algo.

De esa forma encontraba algo de paz en su tormenta particular. Encontraba sonrisas puras y una alegría inexplicable para su estado emocional. Diavolo se mostraba siempre como una salida para un túnel sin final feliz. A pesar de esa indiferencia constante y ese retrato de desprecio dibujado en su rostro era un golpe anímico para Amir. Y de esa forma tan penosa pasaría sus últimos días.

En el último día de vida pediría que trajeran a Diavolo y lo colocaran sobre su lomo. Y mientras trataba de sostener con fuerzas que ya no tenía, al gato que no disfrutaba de sus caricias, empezaba a sentir los síntomas de la fatalidad; su respiración pesada, su organismo a punto de ceder ante la insistencia del mal que ya estaba demasiado avanzado. Sabía que no duraría mucho y a pesar de ello, callaba. Se refugiaba como siempre lo hizo en el orgullo que lo dejaría completamente solo, porque en ese momento, Diavolo se zafó de sus brazos y salió de la habitación.

Entonces, finalmente comprendería con lágrimas de resignación que había desperdiciado el tiempo que le otorgaron, que se encargó de matar todos los sentimientos puros que alguna vez lo acompañaron y que ahora se quedaría sin recuerdos para el largo viaje que le esperaba. Todos estos pensamientos merodeaban su cabeza como fantasmas, y serían estos los últimos, en la soledad de su desdicha, antes de dejar de existir.


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