El misterio de la mazmorra

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Sentía pánico, todo se tornaba bastante confuso y la profunda atmosfera de oscuridad que envolvía aquel recinto era sin duda siniestra. Él había entrado por decisión propia pocos minutos antes y ya quería salir de allí, tan solo le disuadía su profunda curiosidad por descubrir lo que ocurrió realmente en aquellas mazmorras treinta años atrás.

Apenas le quedaban cerillas y tanto su miedo a la oscuridad como su angustia se acrecentaban, debía resolver aquel misterio inmediatamente o salir de aquel lugar si no quería enloquecer por completo. Oía voces, pero sabía perfectamente que no eran reales, tan solo deliraba y se preguntaba una vez más la razón por la cual decidió entrar.

Era consciente de las múltiples leyendas negras de personas que tras adentrarse en tan horrible lugar desaparecían y nunca más se las volvía a ver. Él estaba por encima de todo eso, o al menos así lo creía para evitar ceder ante el pánico.

Finalmente, tomó la decisión de entrar en una celda abierta. Aquel lugar estaba impregnado por la muerte literalmente, pues por todos los rincones podían observarse huesos humanos y restos de carne en descomposición que delataban ser recientes, lo cual le revolvía las tripas y por poco llega a vomitar. En la pared de aquel habitáculo se podía observar lo siguiente—:

—La curiosidad es equivalente a la muerte, pero el miedo es proporcional a la locura.

Resultaba sumamente inquietante y desconcertante dicho mensaje, escrito seguramente con sangre, aunque él no se atrevió a comprobarlo. Por primera vez estuvo completamente convencido de que se había metido en la boca del lobo de forma innecesaria, pues no solo era muy probable que muriera, sino que además sería increíblemente complicado localizar el cadáver de aquella joven desaparecida. Empezó a sentir mucha angustia y apenas podía respirar, por lo que se sentó sobre el suelo y tras apoyar la cabeza entre sus manos, comenzó a reflexionar.

Él no debía rendirse tan pronto y por lo tanto se levantó con sumo esfuerzo e intentó dirigirse hacia la celda más cercana, no siendo posible por un suceso inesperado, la puerta se había cerrado y no parecía haber forma humana de abrirla desde dentro. En aquel momento si que era ocasión para desesperarse, pues no solo estaba solo, sino atrapado.

Ya no le quedaba alternativa, debía al menos explorar concienzudamente aquella celda para mantener la mente distraída por un corto periodo de tiempo, después ya habría momentos para utilizar la astucia. Con esta exploración descubrió que una de las esquinas no había sido explorada por él, ya que desde lejos no parecía contener nada interesante, pero en la pared se hallaba un mensaje de despedida, escrito y firmado por la chica desaparecida tres décadas atrás. El mensaje decía así—:

—15 de noviembre de 1984.

Nunca pensé que iba a terminar mis días de forma tan penosa y sin la posibilidad de despedirme de mis seres queridos. Si alguien lee este mensaje es señal de que se halla en la misma situación que yo y aunque ya no tenga fuerzas para seguir luchando, insto al prisionero que lea este mensaje a que luche por su vida y no se rinda.

Florentina Hernández Jiménez.

El mensaje era desolador pero al mismo tiempo aquella chica guardaba un ápice de esperanza por la salvación de cualquier incauto atrapado allí. Debía escapar y para hacerlo tuvo la idea de buscar el cadáver de Florentina, pues este no se encontraba junto a la pared y por lo tanto confiaba en que podría portar algo que le ayudase a escapar.

Su cuerpo sin vida y reducido a un montón de huesos se encontraba en la celda más próxima y esto puedo verlo gracias al zum de su potente cámara, razón que le hizo comprender que había alguna forma de salir de aquella celda y que a pesar de su aparente rendición ella siguió luchando hasta el final. No obstante, lo más desgarrador de todo para él fue encontrar un pequeño túnel en el suelo que conectaba con la celda en cuestión, había muerto después de una larga lucha, pensó el compadeciéndose de su desdicha.

Atravesó el túnel gateando y al final consiguió llegar a su destino, un lugar invadido también por la muerte, pero en el cual solo había una persona muerta, era ella. Tan solo quedaba su esqueleto y a su lado se encontraban unas llaves, no demasiado lejos de un pequeño plano incompleto que logró confeccionar ella durante su desafortunada estancia en la mazmorra.

Las llaves le permitían abrir las puertas y el plano le podría ayudar a orientarse, por lo que finalmente pudo salir de aquel lugar, no olvidando jamás que ella luchó hasta el final y su muerte sirvió para que él se salvara.


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