EL ESPERANZA ( PARTE 3/4)

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-Como mi abuelo. Se llama PASCUAL.

-Los abuelos quieren mucho a sus nietos. Me imagino que tu abuelo te querrá mucho.

-¿De dónde viernes? –Preguntó TOÑO raudo.

-No importa de donde venga uno, lo importante es su llegada. Aquí estoy, he llegado.-Contestó.

-No me has dicho quién eres, ni cómo te llamas. Quisiera saberlo. –Dijo MARIA como enfadada.

Aquel hombre miró a la pequeña con dulzura, se levantó despacioso y se puso frente a la niña con una sonrisa que los niños correspondieron con otra.

-Mi nombre es JUAN. Voy caminando por el mundo, voy de aquí para allá. Quiero conocer gente, sus lugares, sus costumbres… -Comentó JUAN.

-Pues ya nos has conocido a nosotros.-Dijo MARIA alegre, con sus ojos abiertos como ventanas.

-Sí, es verdad. Os he conocido…también a “canijo”.

Los dos niños rieron con soltura al oír el nombre del can. MARIA cogió a JUAN de la mano y le dijo que si quería conocer a su abuelo, era una persona muy mayor, pero era gente como lo que él quería conocer. Asintió levemente con la cabeza y todos juntos se dirigieron al puerto, allí estaba el tío PASCUAL. Sentado en el suelo junto a otras personas, entre ellas algunas mujeres, estaba el viejo pescador arreglando las redes rotas, o sus desperfectos, y secándose para que los barcos pudieran usarlas en los caladeros. PASCUAL no advirtió la presencia del grupo, fue MARIA quien llamó la atención de su abuelo con un pequeño ronroneo de su garganta. El viejo sabía que era su nieta, la miró despacio, vio el grupo y miró a todos. MARIA presentó aquel hombre a su abuelo, y le dijo que se llamaba JUAN, que venía caminando por el mundo. “Debe de estar cansado, abuelo. Ha tenido que caminar mucho” Le decía su nieta inquieta, asombrada, con unas palabras que salían rápidas de su boca.

“ ¿A dónde se dirige?”. Preguntó el abuelo a JUAN. Aquel hombre alto se mostró serio, miró hacia la bocana del puerto, hacia el horizonte donde la mar marca esa línea que impide ver más allá de ella. No contestó. Se limitó a mirar en su rededor: el puerto, los barcos, la gente en su faena… y a sus espaldas las casas del pueblo que hacían del lugar un tranquilo paraje. Para romper aquel hielo, el tío PASCUAL, le invitó, si conocía el arte de arreglar redes, a que se sentara con ellos y les ayudara en dicho arte. JUAN, ante el asombro de todos, se sentó junto al tío PASCUAL, este le ofreció una aguja de coser redes, y JUAN se puso a demostrar que también él sabía dicho arte. Al abuelo le agradó aquello, y cuando vio la destreza de aquel hombre con la aguja, le vino a la memoria el recuerdo de su hijo porque ANDRES tenía mucha maña con la guja y no había nadie en el pueblo que cosiera las redes como él. MARIA y TOÑO volvieron a la playa a jugar en la arena, “canijo” saltaba en torno a ellos. Era la alegría de los niños. JUAN se quedó ayudando a la gente que cosía las redes, era poco hablador, pero lo aceptaron como uno más de ellos. JUAN les contó, dirigiéndose al tío PASCUAL, que él había sido pescador, que había navegado por todos los mares soportando mil y una galerna, pero lo había hecho en un barco grande, con grandes redes de arrastre, en un barco que no cabría en el puerto. Su juventud la pasó en la mar navegando de puerto en puerto. No recordaba donde había nacido, no sabía si tenía familia, por ello nunca contestaba a quién le preguntaba de donde venía, o adonde se dirigía. Un día, les dijo a los presentes, que se cansó de la vida en la mar, y que quería conocer gente, otras tierras, otra forma de vivir, y se encaminó a cumplir sus deseos. A PASCUAL el hombre le caía cada vez mejor, era joven y ya con mucha experiencia en la mar. Sabía que era sincero, que decía verdad, y apostaba por él, pensó que era una buena persona. El abuelo invitó a JUAN a almorzar con él, con su nieta y con su nuera en la casa donde vivían, allí, junto al bosque. Cuando llegaron a la casa, ROSA se mostró amable con el hombre, puesto que era un invitado del abuelo, y JUAN correspondió hablando largamente con ella. Le contó lo que dijo en el puerto al abuelo y a la gente allí presente, ella se alegró porque comprendió que su invitado era una persona tan sencilla como cualquiera del pueblo. La casa tenía un pequeño jardín con varios árboles que daban buena sombra, y bajo un árbol estaba sentada MARIA, a su lado “canijo”, resguardándose del sol, puesto que a esas horas sus rayos radiaban más calor. Tras la ventana, JUAN vio la escena, salió de la casa, se sentó junto a la niña y cogió a “canijo” en brazos.

-Aquí se está al fresco. Buen lugar has elegido. -Dijo JUAN a la niña.

MARIA lo miró con tristeza y comenzó a decir:

-Mi padre también era pescador. Me quería mucho. Me lo ha dicho mi madre. Jugaba mucho conmigo, y cuando llegaba corría, corría hacia mí, me cogía en sus brazos y me abrazaba fuerte, fuerte. El barco de mi padre era mucho más pequeño que el tuyo. Se llamaba “EL ESPERANZA”. Un día, cuando yo era muy pequeñita, tenía dos años, me dijo mi madre que mi padre salió a pescar con el barco como hacía cada día, pero aún no ha vuelto. Mi madre dice que algún día “EL ESPERANZA” volverá, y veré a mi padre. Voy todas las tardes al puerto cuando regresan los barcos por si el de mi padre volviese, pero nunca llega, y mi madre dice que si algún día no fuese al puerto, mi padre, ese día, entrará con su barco, pero que si no me ve, se volverá a marchar. Por eso voy todos los días al puerto, para que me vea cuando llegue y no se vaya otra vez.

-Tú madre lleva razón. - JUAN trajo a la niña sobre sí, la apretó cariñosamente y ella se acurrucó a él.-- No hay que perder la esperanza. Algún día, cuando menos te lo esperes, aparecerá tu padre. Tienes que perseverar y ser paciente. “EL ESPERANZA” volverá a puerto.

El tío PASCAUL le ofreció a JUAN una habitación para pasar la noche, el hombre, agradecido, aceptó y allí pernoctó. A la mañana siguiente, MARIA, corrió como un torbellino por la casa y abrió con fuerza la puerta de la habitación donde dormía JUAN…


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