Cuando el Amor es Infinito (1)

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CUANDO EL AMOR ES INFINITO

 

     Se despertó empapado en sudor. Otra vez la pesadilla del túnel. Javier sacudió la cabeza. Los sueños oscuros inundaban sus noches. Tratando de olvidar, se levantó y se vistió rápido para irse al trabajo.

     Pasó todo el día en su despacho, dibujando y diseñando. Era ya tarde. Debía regresar a casa.

Pero nadie le esperaba en ella. Él se llevaba bien con la soledad. Se había criado con su abuela,

pues sus padres murieron cuando él era sólo un niño. Ya sólo le quedaba ella.

     Aspiró el aire recargado de su ciudad. Sus ojos oscuros y llenos de incertidumbre otearon la calle. A esas horas de la noche sólo habitaban la oscuridad y el vacío. Javier, helado, abrió la puerta de su Giulietta, se refugió en su asiento y arrancó el motor para perderse en el asfalto.

     Llegó a su apartamento enseguida. Estaba ordenado y limpio. Casi todas las cosas que en él habitaban eran blancas. “El blanco”, pensó él, “el color de lo puro, o de la muerte”. Desterró en un instante sus pensamientos tenebrosos. Sólo lo lograría con una birra. Pero, cuando se dirigía al frigorífico, el teléfono sonó.

 

¿Sales, tío? – preguntó alguien al otro lado.
¿Qué dices? ¡No! ¡Es muy tarde y estoy cansado!
Oh, eres un viejo… ¡Venga, anímate!

 

Javier dudó.

 
Está bien.

 

     Javier y Lucas caminaban despacio, cuando se toparon con su bar de copas favorito. Ambos entraron y la música los engulló por completo. Las jóvenes bailaban, los chicos bebían, los camareros trabajaban… El ritmo frenético envolvió a Javier. Y en ese mar de locura y desenfreno una cautivadora imagen lo cegó. Lucas se giró para observar qué era aquello que mantenía absorto a su amigo con tal intensidad.

 
¡No está mal…! – le gritó al oído -. Y baila como una posesa.

 

     Javier volvió su rostro en otra dirección. Aunque, al instante, volvió de nuevo su cara hacia ella. Ya no podía dejar de mirarla. Ella reía y reía. Bailaba y reía.

 
¡Vamos! – le instó su amigo -. Si no vas tú, voy yo.
No puedo…
¿Por qué? – gritó Lucas.
No sé la razón – respondió Javier, sus ojos llenos de una penetrante oscuridad.

 

     Javier, sumido en el silencio, caminó hasta la puerta. Pero una mano apresó su brazo con delicadeza. Él se volvió. La joven que bailaba frente a él hacía unos instantes lo observaba, sonriente. Al fin, le preguntó:

 
¿No te ibas, verdad? Creía que te gustaba cómo bailaba. ¿Bailamos?
No – respondió él, tajante.

 

     La sonrisa de ella desapareció. Entonces él, lentamente, se acercó a ella y rodeó con sus brazos su cuerpo delgado. Sus bocas se acercaron, y ella abrió la suya ligeramente, emitiendo un gemido que la música ahogó. Él, suavemente, la besó. En esos instantes, Javier intuyó que algo cambiaba en su interior. No la conocía de nada. Sin embargo, sentía con toda la fuerza de su ser un extraordinario apego hacia aquella diminuta personilla.

 
Ven – le susurró.

 

     De la mano llegaron al coche, y luego marcharon al apartamento del joven. Javier la desnudó despacio. Después él se desprendió de su ropa. Se abrazaron, ya tumbados en el colchón.

 
Sólo quiero sentir tu piel – susurró él.

 

Y así, el uno junto al otro, se quedaron profundamente dormidos.

 


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