Ironía por duplicado (capítulo 3/4)

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No se habló más del tema. Yo estaba incómoda y bastante congestionada. Notaba una leve brisa de aire fresco en mi chichi desnudo y renuncié al resto de la noche alegando cansancio. Me despedí y, en el taxi de vuelta, repasé mentalmente todo lo que había acontecido durante esos quince minutos en el lavabo de minusválidos y, sobre todo, intenté recordar porqué se llevó mis bragas y procuré adivinar a qué “regalo” se refería antes de desaparecer de mi vista. “El miércoles a las siete”. Ese tipo estaba pirado. Y yo también, si decidía acudir a la cita. Llegué a casa y, antes de nada, antes incluso de enjuagarme bien la boca, eché mano de mi juguete de látex para aliviar mi entrepierna desnuda bajo la faldita, mientras aún podía saborear el gusto metálico de Akim en mis labios y oler los restos invisibles de su savia bajo mis fosas nasales.

 

El martes siguiente aún le estaba dando vueltas a todo lo acaecido en el lavabo y, sobre todo, lo más grave, es que me estaba planteando seriamente ir a ver a Akim, no solo para recuperar mi ropa intima, sino para reclamar el "regalo" que me había prometido. No podía evitar esa multitud de pensamientos calientes con la certeza de que alguno de ellos se podría cumplir al día siguiente. Ese tío era realmente desagradable y humillante. Y es justo eso lo que me ponía tan cachonda. Era la primera vez en mi vida que la rudeza de un hombre, y sus formas heterodoxas y poco convencionales, llamaban mi atención con tanto deseo. Al final iba a resultar que el imbécil de Santi me había hecho un favor abriéndome las puertas de un sexo basado en la experiencia de la obediencia y el sometimiento.

 

Ya era miércoles. El miércoles. Y pasé el día en casa estudiando y pensando. A las 6 de la tarde me dispuse a salir de casa para coger el autobús destino Akim. No me vestí de forma especialmente sexy, llevaba unos pantalones pitillo vaqueros, un jersey de lana con cuello alto, calzaba unos stilettos altos que estilizaban mi figura y portaba un bolso de mano. Me aseguré de llevar las bragas bien limpias, recién mudadas, y procuré no mojarlas durante el trayecto. No sé si iba a conseguirlo. Muchas cosas recorrían mi mente, y ninguna de ellas tenían que ver, precisamente, con las de una beata reprimida.

 

Llamé a la puerta a las siete en punto. Me sentía nerviosa y excitada. Era perfectamente consciente de la razón por la que estaba ahí, y no se me ocurrió recular en ningún momento. Ese moro asqueroso me ponía a mil. Sucio e impertinente despertaba en mí los instintos más primarios. Ya notaba cómo mis partes bajas se calentaban y humedecían por el mero hecho de estar ahí, esperando el "regalo" tras esa puerta. Por fin se abrió y Akim me invitó a pasar. Reconocí de inmediato ese olor a incienso, esa estancia morisca y su decoración recargada y acogedora a la vez. Y oteé también una silueta sentada en el suelo, al fondo de la sala, que no encajaba con lo que yo recordaba.

 

"Pasa y ponte cómoda, Eva", me ofreció Akim. "¿Te acuerdas de Tono? Iba conmigo el día que me hiciste la mamada y me corrí en tu boca".

"No sé por qué tienes que ser tan ordinario, tío", afirmé de forma retórica.

"¿Te vas a hacer la estrecha ahora?"

"No tiene nada que ver con eso..." Intenté acabar la frase cuando Akim me agarró por el brazo para atraerme hacia él contundentemente.

"Deja de hablar y enséñanos lo buena que estás", concluyó el tío cerdo.

 

Me despojó del bolso de mano y lo lanzó sobre uno de los cojines del suelo, junto al invitado inesperado llamado Tono. Y, mientras yo estaba paralizada, clavada de pie en el centro de la estancia, Akim procedía a desnudarme en silencio deslizando mi jersey por encima de mi cabeza, soltando mi sujetador para mostrar mis pechos turgentes, descalzando mis pies para facilitar la extracción de los pantalones y dejándome, finalmente, en bragas frente a su amigo. Tono dijo algo en marroquí que fui incapaz de adivinar. Pero por su cara, me lo pude imaginar.

 

"Siéntate en esta silla y mastúrbate para nosotros, Eva".

 

No pude construir frase alguna. Me senté en la silla mirando a Akim y luego a su amigo, como si estuviera hipnotizada, como si sufriera un síndrome de estrés post traumático. Era una situación muy embarazosa. Tenía que pajearme delante de esos dos orangutanes hambrientos, y yo era su único ágape del día. Se apalancaron los dos en el suelo, sentados sobre los cojines típicos, delante de mi entrepierna, tal vez a un par de metros de distancia.

 

"Tócate y ponte muy cachonda Eva, queremos ver cómo te excitas" soltó Tono. Fueron las primeras palabras que le oí decir desde que conozco de su existencia.

 

Comencé a acariciarme las tetas para endurecer mis pezones y facilitar la secreción de flujo bajo mis braguitas. Era muy difícil excitarse de esa guisa, y me estaba llevando mas tiempo del habitual, cosa que no agradó a mis espectadores que, en un impulso de sabelotodismo sexual, se incorporaron para ponerse a ambos lados de mi asiento. Akim me agarró una de las piernas para levantarla, y Tono hizo lo propio en su lado a la vez que, usando su mano libre comenzó a tantear mi coño sobre la tela de mi prenda íntima. Volvió a decirle algo a Akim en su idioma natal, y dedicó los siguientes minutos a rozar con sus dedos mi escudete ya caliente que dejaba intuir mis labios totalmente depilados. Tono se esforzó en calentarme con presteza, y su insistencia pronto dio resultados. Empecé a ponerme muy cachonda notando esos dedos jugueteando sobre mi ropa fina, y Akim abarcó entre dos de sus dedos uno de mis pezones, apretando con la presión justa para facilitar mi calentura. Tono localizo con el tacto mi clítoris hinchado y procedió a frotarlo con insistencia, obligándome a soltar un gemido que proporcionó ánimos a mis dos pajeadores. Los toqueteos sobre la zona más sensible de mi cuerpo iban a desembocar muy pronto en un orgasmo que ambos estaban deseando. Y cuando mis suspiros eran ya muy evidentes, y mis temblores característicos, Tono decidió expresarse en español:


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