UN REINO FELIZ (4ª Y ULTIMA PARTE)

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... Se había cumplido el hechizo, la princesa era ahora una estatua de mármol blanco en el jardín de sus juegos. Hasta allí acudieron los reyes y gran parte de los moradores del castillo para ver tan significado evento, para ver a su princesa convertida en estatua. Todo era lamentaciones y llantos, los arrebatos subían hasta las nubes como implorando clemencia, y las trompetas de palacio tocaron a lamento, los allí presentes se arrodillaron y cantaron una canción triste de despedida a la princesa. Los reyes no sabían dónde poner la estatua, en el jardín no podía ser porque sería una continua peregrinación de los súbditos del reino, y no querían que aquel lugar se convirtiera en un santuario. Tuvo que ser el HADA BUENA quien diera una solución aceptada por todos. Propuso que la estatus la llevaran al bosque, en un lugar a elegir para que cualquier caminante que pasase por allí la contemple y para que se cumpla lo expresado en el hechizo y, quien sabe, algún caminante podría deshacerlo. La hada acabó diciendo:<<La esperanza nunca debemos perderla>>.

Los monarcas organizaron un cortejo fúnebre con la estatua de la princesa sobre una carroza descubierta en dirección al bosque. El cortejo lo presidía los reyes y a él se sumaron la gente del castillo, los moradores del pueblo, y también se unieron al cortejo los numerosos animales. Algunas aves se posaron sobre los brazos y los hombros de la estatua, y los animales más fuetes tiraban de la carroza. Era un cortejo fúnebre muy especial, todos lloraban en silencio y la pena pululaba por doquier. Dejaron la estatua en medio del bosque, debajo de un gran árbol centenario, frondoso, de enormes y pesadas ramas, era el lugar ideal donde la princesa reposaría su eternidad, después todos volvieron a sus hogares portando la misma pena, o más, que cuando salieron del castillo.

Pasó el tiempo, pasaron los años, y todos se olvidaron del hechizo, de la princesa, pero el reino seguía triste, solo los amaneceres lo dotaba de una luz que devolvía, por unos instantes, la alegría a sus habitantes. La reina era la única persona que acudía cada día al bosque para ver a su hija. La estatua ya había perdido su brillantez, se podía contemplar lozana, mantenía su belleza, fiel reflejo del rostro de la joven princesa que un día se convirtió en piedra de mármol. La reina ya era una persona mayor con sus cabellos llenos de tiras blancas, y en su cara se podía ver el repliegue de su piel. Ella, como madre, lloraba a su hija perdida y se lamentaba de aquel fatídico día que e se olvidó del HADA MALA.

Un día espléndido de primavera, cuando las flores florecen y muestran su belleza, cuando los valles se visten de verde y las montañas lloran regando con sus lágrimas esa bella tierra, llegó al castillo una embajada de un reino lejano. La comitiva iba presidida por un embajador, el príncipe heredero, sirvientes y carrozas con cofres y baúles llenos de regalos para los reyes. Venían a conocer el reino, y a quienes vivían en él, porque a sus oídos llegaron la belleza de esa tierra, próspera, y con unos súbditos ejemplares, pero la verdadera razón de aquel viaje era conocer como humanos y animales vivían juntos y se respetaban mutuamente, pues, el príncipe, que su nombre era ALFONSO, sentía mucho cariño por los animales, en especial por las aves. Los reyes recibieron a los extranjeros con toda la amabilidad y simpatía que sus corazones almacenaban, los trataron con exquisitez, como merecen personas de tal rango, y los invitaron a conocer el reino, a quedarse todo el tiempo que ellos vieran conveniente. Aquella embajada quedó preñada de la amabilidad, simpatía y grandeza de los monarcas y sus súbditos. La víspera de su partida, el príncipe estaba echado en la cama con su mirada al techo:<<Esplendido reino. Excelentes sus súbditos. Es fantástica esta tierra, pero nadie me ha hablado de ese maravilloso bosque>>. Se decía ALFONSO, y, sin pensarlo más, salió de la habitación, se montó en un caballo que había en el jardín y se dirigió al bosque perdiéndose en la espesura. El animal lo llevó hasta la estatua de la princesa, se paró ante ella, y el príncipe quedó absorto ante la cara de aquella estatua que parecía radiar vida. Quedó admirado de aquella belleza de piedra, se bajó de la montura, subió al pedestal de la estatua y, sin pensarlo, besó los labios fríos de aquel mármol que representaba la figura de una joven princesa. De repente se oyó un gran estruendo seguido de una luz blanca, brillante, que iluminó todo el reino, y cuando volvió la normalidad, la estatua había cobrado vida, se había roto el hechizo y la princesa volvió a la vida, y los pájaros del bosque le dedicaron su mejor trinar.

-Señora, tomad mi corazón. –Dijo el príncipe a la princesa arrodillándose ante ella.

-Llevo mucho tiempo esperando a mi príncipe. Levantaros, por favor. –Contestó la princesa.

Se fundieron en un apretado abrazo y se besaron con deseo, con amor. Los animales del bosque, al contemplar la escena, se volvieron locos de alegría y los pájaros volaron raudos a comunicarles a los reyes la buena nueva. Y poco tiempo después, los monarcas consistieron en la boda de ALFONSO y ALEXIA, así lo comunicaron a todos los habitantes del reino. Proclamaron siete días de fiesta por tal enlace, por la boda de los futuros reyes del reino, al cual acudieron saltimbanquis, malabaristas y otras gentes del gremio que hicieron las delicias de todos los presentes. Invitaron a todo el reino, animales y humanos, también vinieron mucha gente del reino del príncipe, pero esta vez la primera persona que invitó la reina fue el HADA MALA, que deseó buenos augurios a los príncipes.

 


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