El laberinto escarlata, 1/2

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I. Amanecer

      Cursaba mis últimos meses de escuela cuando me mud‚ por casualidad a un pequeño pueblo en los suburbios de la ciudad. Aquel lugar me dejaba una sensación de ansiedad y aislamiento, así que para combatirlos, corría en las madrugadas acompañando a uno de mis escasos vecinos. Gracias a el pude conocer a algunas chicas de la localidad, pero nunca a la celebérrima chica más guapa del pueblo, con la que mi vecino tenía el honor de  salía. No recuerdo si alguna vez mencionó el nombre de su chica o si lo olvidé, pero llegó a decir algo sobre sus estudios medicina. De cualquier forma solo la historia me interesó y siendo yo un desconocido en el pueblo, no podía relacionar nombres con personas.
      En esos días, en el barrio universitario de la ciudad, (bastante lejos del pueblo), me encontr‚ con un par de chicas caminando a toda prisa. La una pelirroja y la otra impresionante de brillante cabello negro y hermosos ojos, la pieza más perfecta de la inspiración divina. Ambas entraron al edificio de una escuela de idiomas, hasta dónde las seguí. Los cursos habían comenzado cuatro días atrás, pero logr‚ ser admitido en la clase de las chicas. No era en absoluto el curso, ni el horario apropiado para mí, pero no me mportó. Así pude conocer a aquella chica radiante y rabiosamente bella que se llamaba Kismet.
Después de algún tiempo prudente empecé a tratarla sin titubeos, pero su personalidad arrolladora nunca dejó de abrumarme. Para mi asombro, resultó que ella vivía en el mismo pueblo donde yo. Ella estaba próxima a terminar sus estudios. Yo temía que mi carga de trabajo no me permitiese el tiempo ni la dedicación suficientes para conquistar el corazón de Kismet pues a pesar de todas nuestras coincidencias no lograba su atención. Hasta que un día inesperado, cambiando su voz Kismet me contó un poco de sus difíciles romances y de las inevitables heridas. Consider‚ aquello como un avance, pero internamente yo me negaba a ser su confidente, torturado por su cada día más arrebatadores, e irresistibles ojos negros me hacían soñar en el romance definitivo. Entonces dios intervino, y ella comenzó a buscarme voluntariamente, incluso alguna vez me visitó en casa, dónde para mi sorpresa dijo querer acompañarme en mi próximo viaje de campamento de ascenso a la montaña. Al fin Kismet me habría las puertas de su corazón. Pero el cronómetro estaba en mi contra, ella estaba por partir a sus prácticas profesionales y yo saldría del país. En aquellos días en una de las charlas de ruta con mi vecino, él me mencionó una vez más con todo orgullo, el nombre de ¨su chica¨. Ésta vez aquel nombre me sonó como el choque de dos espadas, dejándome consternado. Lentamente al repasar las coincidencias entre ¨su chica¨ y ¨mi¨ Kismet descubrí que ambas eran la misma persona. Hundido en un silencio culpable, no fui capaz de revelarle a mi vecino nuestra terrible coincidencia. Aún sin responderme las preguntas fundamentales que me atormentaban, adiviné una inminente guerra, contemplándome en ella decido a todo, aún en mi escaso margen de tiempo. Decidí radicalizarme. Esa noche le llevaría a Kismet una romántica serenata de Mariachis hasta su balcón y para averiguar su agenda, de inmediato fui a buscarla, sólo para encontrarme con una fría sorpresa. En la puerta de su casa ella me anunció su partida y se despidió de mí dándome un abrazo tan fuerte que dobló mi desconcierto. Recibí el único abrazo que Kismet me dio, bañado en tristeza, mientras intentaba sin lograr, reponerme. Luego algo inverosímil sucedió. Tal vez por mi reacción, Kismet descubrió algo en mí que antes no, e intentó una improvisada propuesta: me pidió que la siguiera en su viaje. Qued‚ estupefacto contemplando su mirada, mientras recobraba la cordura, entonces descubrí en sus ojos y en su voz el titubeo de inseguridad. En ése justo momento mi intuición llegó a un punto crítico: Kismet era una de las mejores alumnas de la universidad y por ello poseía el privilegio de seleccionar el lugar dónde realizaría su estancia médica. Y por primera vez surgió en mí la perspicacia. ¨Qué razón impulsaba a Kismet a aislarse en una lejana región absolutamente desfavorable para su perfil y carrera?. Record‚ que aquella pelirroja compañera de su facultad, varias veces desconcertada, no supo responder, cuando yo le preguntaba porque Kismet rehuía a que la visitase en la facultad o en sus guardias en el hospital. En pocos segundos deduje la historia detrás de todo. No sin esfuerzo traté de ocultar la decepción y tristeza, para serenamente desistirme, argumentando mi próximo viaje. Cuando diferente hubiera sido todo si el corazón de Kismet no hubiese estado dividido. Sin duda yo habría partido con ella, dejando absolutamente todo aún lado. En cambio aquella fue la última ocasión que la vi. Durante días, desesperadamente intenté sepultar los besos de amor que había reservado solo para ella, pero al extrañarla tan severamente, decidí buscarla, y sin embargo era demasiado tarde. Ella se había ido sin mencionar con precisión hacia dónde. Su mamá y hermanas, nunca consintieron revelarme ni un poco y nadie más pudo decirme dónde se encontraba. Aguzando mi investigación, y a punto de acudir a la facultad de medicina para obtener datos, entendí que en realidad era Kismet quien quería que yo supiese nada más de ella. Entonces me detuve, a la orilla de la playa frente al mar que se negaba a recibirme. Meses después me enteré de su matrimonio y luego de la llegada de un hermoso bebé.
Desde la partida de Kismet me sentí dentro de un laberinto, en el que herido y desconsolado, me desterré en un largo viaje, que duró más de una década, hasta que cansado y extraviado, me detuve a miles de kilómetros de casa, al comprender y aceptar que protagonizaba una absurda huida, con un gran costo: la soledad y el infame dispendio del privilegio de amar y ser amado por las mujeres extraordinarias que llegaron a mi vida peregrina, encontrándome distante, perdido.


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