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A las siete de la tarde, se despidió de Julia con un beso, que ella le dio entre labios, mientras murmuraba múltiples recomendaciones y alegorías sobre la responsabilidad.
Odiaba ese trabajo. Igual y, asombrosamente, sin desgano, caminó el tramo semioscuro, hasta la estación del ferrocarril.
Ya transformado en pasajero, no pensó en nada. Se apeó en la terminal .
Anduvo, despacio, tranquilo y hasta alegre, por las calles cálidas de esa noche de otoño.
Cuando llegó a destino, se tomó un café, se fumó un par de cigarrillos, y se descerrajó un tiro en la cien.
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