Recorrer tu cuerpo...

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Cada noche frente al espejo se miraba a los ojos intentando ver algo en su interior que se le escapara. Se cepillaba los dientes despacio, el pequeño movimiento de su brazo deslizando el cepillo hacía que sus senos se movieran despacio, sin sujetador donde apoyarse, aún tersos y firmes podían apreciarse bajo la amplia camiseta que algún novio habría dejado años atrás. Cada movimiento provocaba un ligero roce que estimulaba sus pezones, endureciéndolos, marcando sus pequeñas rugosidades haciendo imaginar su forma, su apariencia bajo la tela que los cubría. Un fino hilo de agua se deslizó sobre sus labios, haciéndola imaginar que no era agua lo que emanaba de su boca.

El siguiente paso era hidratar su piel. Se quitó la camiseta despacio disfrutando del roce breve pero ansiado sobre sus pezones. Se mantuvo frente al espejo, observando cómo la crema blanca cubría su piel; ahora eran sus manos, sus dedos, quienes recorrían cada poro, cada recoveco. Comenzó por su cuello, sin prisa, desde sus clavículas hacía su mentón. Sabía que lo mejor estaba por llegar. Bajó a sus pechos que esperaban anhelantes el tacto de sus yemas, recorría en círculos sus senos, sus areolas hasta llegar a sus pezones duros que pellizcó suavemente provocando un escalofrío que la recorrió de pies a cabeza.

Se despojó de los pantalones y colocando una pierna sobre la pequeña silla que decoraba el aseo comenzó a hidratar su piel desde el tobillo, hacía el rincón que más ansiaba a sus dedos. Ya en sus muslos notó cómo unas pequeñas contracciones le enseñaban el camino, llegó antes de lo que debería y el leve roce sobre sus labios hizo que cerrara los ojos y mordiera su boca.

De repente sintió tras ella, en su espalda, que había atraído lo que más deseaba en esos momentos. Erecto, sólido y férreo, Paula quiso notarle justo ahí, así, al menos unos segundos antes de darse la vuelta; segundos que Álvaro aprovechó para colocar sus manos en sus pechos provocando un sutil gemido que no hizo sino endurecer aún más todo su cuerpo.

- Llevo observándote un rato, déjame que siga yo.

- No sabrías.

- Déjame intentarlo.

Álvaro se separó haciendo que Paula dejara de sentir su erección. Colocó un poco de crema en sus manos y situándose tras ella las puso en su vientre, rodeando su ombligo, bajando hacia el pubis, suave, sin apenas vello, notando cómo todo su cuerpo vibraba por lo que estaba haciendo. De repente apartó sus manos llevándolas a la cara interna de sus muslos y sus ingles, bajando y subiendo, dejando a sus labios y su interior llamándole a gritos, gritos sordos que solo ambos escuchaban.

- Sube, por favor, no te alejes.

- Tranquila, la crema tiene que introducirse despacio en tu piel.

- No, lo único que quiero dentro de mí es a ti, ahora.

Mientras Paula hablaba no se dio cuenta de cómo Álvaro se había quitado sus bóxers y su sexo la esperaba tan anhelante como ella lo hacía. No quiso más segundos de sensaciones, se dio la vuelta y no sin mirar antes lo preciosa que era, la llevó entre sus piernas y sin dar tiempo a Álvaro a reaccionar la introdujo de principio a fin provocando un gemido intenso en ambos, que esta vez sí pudo escucharse.

- ¿No podías esperar? Sabes que sintiendo como se dilatan tus paredes y humedeces mi entrepierna ya no puedo escapar.

- No escapes. Baña mis paredes y cólmame.

Álvaro la colocó sobre la pared y sujetándola fuerte, acometió sin reparos, con dureza, se deslizó entre sus aguas intentando sentir cada rugosidad a pesar de estar invadida por su excitación. Apenas unos minutos después, ambas aguas se fundieron mientras sus cuerpos se estremecían con un orgasmo intenso vigorizado por el frió de los azulejos, vaporizados por el calor de sus cuerpos.

Escuchando sus respiraciones aún aceleradas y entrecortadas, se sentaron uno junto al otro esperando poder retomar lo vivido, esta vez entre el cálido ambiente de las sábanas...


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