Mi primer todo (3 de 8)

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Cuando nos reencontramos en la sala, nos miramos, sonreímos y decidimos salir de ahí para purificar nuestros pulmones con la brisa marina de una noche cerrada que ya casi había llegado a su fin. Caminamos lentamente, cogidas del brazo, algo achispadas por el alcohol y con ganas de llegar a casa y descubrir un nuevo día. Esa noche, bajo el rocío de la aurora, abrigadas con un silencio solo roto por nuestros propios pasos, no intercambiamos experiencias jocosas como otras veces. A Lette se la veía decididamente cansada, y yo no iba a quebrantar ese momento de sosiego. Me miraba por el rabillo de los ojos, sonriendo de forma pícara y con intención de que le confesara algo:

 

-"Te debes haber puesto muy cachonda mirándonos, ¿eh guarrita?", me soltó la cabrona como el que no quiere la cosa... Me puse morada de vergüenza.

-"¿En serio que me habéis visto espiando vuestros actos?", respondí completamente ofuscada.

-"Él no sé, yo te vi un segundo cuando me estaba follando desde atrás", soltó la tía. Y añadió: "Y tú deberías desinhibirte un poco también, y disfrutar de una buena polla un día de estos. Debes andar dando palmas, hija mía, jajajajaja."

-"Ya, bueno, no soy una puta chupapollas lamevergas follafalos como tú jajajajaja". Nos reímos al unísono y cerré el tema.

 

El día siguiente se despertó gris, cerrado, denso y triste. Salí de la habitación y me encontré a Lette en la cocina preparando el desayuno, con cara legañosa y aliento de pescado.

 

-"¡Pero tía!, ¿aún no te has duchado y aseado? Apestas a zorrón de barra americana", le espeté medio en serio.

-"Lo sé Eva, pero con el día que hace hoy he pensado que podríamos hacer zafarrancho de limpieza. ¿Para qué ducharme antes?". En eso tenía razón.

-"Pues no te acerques mucho a mí o tendré que ponerme una máscara", añadí, esta vez en broma y acompañando unas risas.

-"Usted perdone, Majestad. ¿Acaso no debes oler tú a cachonda pajillera y reprimida? jajajaja."

-"Serás puta..." El caso es que tenía razón la tía. La noche anterior me había puesto a mil espiando a Lette consumando, y todavía llevaba puestas las bragas que, con tanto entusiasmo, había mojado durante la función. El caso es que limpia, limpia, tampoco iba.

 

Tras una mañana de trabajos domésticos intensos mi amiga cumplió su promesa de ducharse, y yo era la siguiente. Entré en el lavabo para hacer pis y disponerme al ritual higiénico. Aún me hallaba sentada en la taza, aliviando mis últimas gotas, cuando Lette abrió las cortinas para tantear su toalla.

 

-"Estás preciosa Eva, así sentada y con las braguitas en las rodillas" fue lo primero que dijo al pillar la toalla.

-"Gracias, jejeje". Me ruboricé un poco y, al mismo tiempo, su comentario me encantó.

-"Quédate así mientras me seco, anda", dijo a continuación.

 

La cara de lasciva que se le estaba poniendo a Lette empezaba a dar miedo. Completamente desnuda, mostrándome su cuerpo corrompido, plagado de curvaturas perfectas y de proporciones impecables, se cubrió con una bata y, tirándome de la mano, casi sin darme tiempo a recolocarme la ropa inferior, me condujo en absoluto silencio hacia su habitación y, manteniendo una serenidad hasta ahora desconocida, se sentó en una butaca frente al gran espejo de su armario, reclamando que me sentara sobre ella en la misma dirección, de cara al espejo, dándole la espalda a sus insultantes voluptuosidades.

 

-"¿Qué es lo que está pasando, Lette?", le pregunté tímidamente.

-"Solo quiero que nos lo pasemos bien, Evita. Relájate y disfruta estos momentos", soltó la tía sabiéndose la maestra de ceremonias.

-"Nena, me tocaba ducharme ahora, ¿qué quieres hacer?", reclamé temblorosa y excitada por la situación.

-"¿Te ves bien en el espejo?", preguntó.

-"Muy bien, pero está algo cerca, ¿no?"

-"Esa es la idea, cariño. Levanta los pies y colócalos sobre el espejo, abre tus piernas para que pueda verte bien desde aquí y baja los brazos a cada lado de tu cuerpo."

 

La seguridad de Lette me estaba dando ahora mucho miedo y, a la vez, me hacía temblar con un calambre por todo el cuerpo, consciente de que me había convertido de repente en cautiva de sus propias perversiones. Empecé a experimentar una atracción física real que, una vez más, colapsó en contradicciones. Pero no estaba dispuesta a omitir ni uno solo de sus virtuosismos en mi convivencia con ella, así que me dejé llevar asumiendo todas las consecuencias, si es que podía haberlas. La obedecí y coloqué mis piernas en el espejo como ella había sugerido, dejando en su reflejo mi zona más íntima expuesta, exclusivamente censurada por la breve tela que la cubría. Su cuerpo desabrigado debajo de mí transmitía un cúmulo de sensaciones indescriptibles, todas ellas derivadas del ardor que nos robábamos la una a la otra. Sus redondeces frontales, excitadas y compactas, ejercían de sustento a mi cuerpo ofrecido. Me daba un poco de vergüenza reconocer los detalles de mi propia entrepierna. La cercanía a la superficie acristalada me obligaba a doblar las rodillas, de forma que mi exposición era casi total. Un concepto que Lette aprovechó enseguida para hurgar por el exterior de mi escudete con una de sus manos mientras usaba la otra para acariciar uno de mis pezones endurecidos.

 

-"¡Hostia Lette!", le susurré inmersa en un placer repentino.

 

Y usó mi primer gemido de agitación para, desde su hundida posición, doblarme el interior de mi braga hacia afuera y dar fe en el espejo de aquello que ambas ya sabíamos.

 

-"Te recuerdo que antes me llamaste guarra, así que ahora te invito a que mires  bien cómo llevas tus braguitas, so cerda", me susurró al oído.

 


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