Mi primer todo (6 de 8)

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Me aproximé tanto a la pareja que la gabacha guarrona metió sus manos bajo mi faldita y me arrebató las bragas bajándolas a toda prisa para extraérmelas del todo. No entendí muy bien para qué necesitaba airear mi chocho si íbamos a practicar una mamada en canon, pero preferí no contradecir a la mamona reina. A medida que doblaba mis rodillas para acercar mi cara a ese hermoso glande brillante fui asumiendo la grandeza de sus proporciones. Mi último movimiento culminó en una postura calcada a la de mi compañera, justo a su lado, de cuclillas, casi rozando nuestras mejillas para abarcar ambas ese órgano amenazante. Lette empujó mi cabeza desde la nuca invitándome a abrir la boca mientras, con su otra mano, permanecía asida a la verga. Introduje lentamente el glande en mi boca que, a medida que asumía más superficie, forzaba mis comisuras. Cuando conseguí abarcar con mis labios todo ese grosor me dio la sensación de haber desencajado la mandíbula, pero ese pensamiento desapareció cuando Lette empujó mi cabeza por sorpresa, y de un golpe, hacia adelante para que el empalador de Texas gozara la estrechez de toda mi profundidad. Sé que lo disfrutó  porque el tío emitió un gruñido de satisfacción bastante evidente y, a la vez, yo notaba cómo ese falo de piedra se endurecía aún más apoyado sobre mi lengua.

 

-"Chúpale bien la polla a este cerdo, nena", espetó la Puta de Babilonia mientras acompañaba los vaivenes de mi cabeza desde atrás hacia adelante hasta generarme una arcada tras otra.

 

Empezaba a quedarme sin respiración y no tuve más remedio que sobrevivir a través de mis fosas nasales. Cada vez que la tensión en mi boca permitía una mínima relajación, escupía un reguero de saliva espesa y blanquecina que mi organismo fabricaba a un ritmo inusual. Mi amiga disfrutaba muchísimo mi forzada situación porque, cuando yo roncaba un gemido de disgusto, ella empujaba aún más mi cabeza hacia los huevos de Alberto obligándome a tragar carne hasta la campanilla. Solo faltaba Peter Pan. En un momento dado Lette cambió de posición y se colocó justo detrás de mí, segura de que la mamada estaba ya controlada y que su rol en esa escena debía evolucionar. Agachada y apoyada sobre mi espalda introdujo una mano en mi entrepierna y comenzó a pajear mi coñito con gran intensidad. Cuando noté esa sensación brutal de placer repentino extraje todo el tronco de mi boca, bañado en espuma, y emití un fuerte gemido de aprobación.

 

-"Cómo te gusta que te hurgue la patata, ¿eh, amor?", soltó la tía con total seguridad. "Vuelve a meterte a Alberto dentro, quiero que os corráis a la vez".

 

Obedecí y adapté mi hueco bucal para asumir de nuevo la excitación pétrea de mi follador. Empecé a acostumbrarme a que esa barra de metal caliente jugueteara dentro de mí, y fui perfeccionando la técnica en cada envite. Pero pronto dejé de prestarle mi total atención porque Lette no descansaba en mi entrepierna. Mi vejiga no había sido liberada antes, y esa supuesta incomodidad fisiológica acrecentaba mi sensibilidad y, por lo tanto, mi placer. Cuando Alberto observó que mi interés por él había menguado, fabricó con su propia mano una coleta en mi cabellera para servirle de empuñadura y controlar sus movimientos finales. Aunque fui consciente de esa osadía de dominación, yo estaba demasiado excitada pensando en el orgasmo que estaba a punto de llegarme. Lette me susurraba todo tipo de guarradas pornográficas al oído, y Alberto sencillamente me usaba para pajearse mientras me abofeteaba suavemente las mejillas y las sonrojaba al ritmo de su propio éxtasis, ese que poco a poco iba llenando ya de semen mi garganta, descarga tras descarga, gruñido tras gruñido. No tenía intención alguna de tragarme todo ese engrudo espeso y caliente que, por momentos, me estaba dando más y más asco. Tampoco podía tomar ninguna decisión mientras ese cabrón me tuviera aprisionada entre su mano y su verga. Es algo que me preocupó solo por un momento, porque mi propio orgasmo iba a acaparar ahora toda mi energía y mi atención. Solté un grito que delató el momento a mi amiga y, mientras ésta rozaba y palmeaba con gran habilidad el botón de mi secreto, mis convulsiones derivaron en un largo y abundante chorro de orina que, desde hacía horas, estaba reclamando salir. Mientras me meaba y me corría en la mano de la putita del año, conseguí liberar mi boca del cautiverio y expulsé en el suelo toda la viscosidad lechosa que había conseguido retener.

 

Durante unos segundos quedé exhausta, apoyando mi equilibrio con una mano sobre Alberto, escupiendo restos de lefa e inspeccionando el charco que había generado justo debajo de mí, mientras Lette se incorporaba y me invitaba a hacer lo propio. Me pasé la manga por la boca para eliminar cualquier resquicio visual de la intromisión oral, me calcé la braga y salí del local atravesándolo por el interior hasta su puerta principal. Mi amiga me dio alcance en la calle, me colocó bien el cuello de la blusa y me rodeó con su brazo por encima de mis hombros. Caminábamos a toda prisa sin rumbo todavía fijo, pero su mirada de reojo y su sonrisa de pícara mostraban una necesidad imperiosa de revivir la última media hora a golpe de sonrisas. Y es que ella era muy consciente de que esa resultó ser la primera vez que un tío se vaciaba en mi boca.


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