El principio de un martes cualquiera.

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Abro los ojos con la impresión de haberme quedado dormida, la luz del día entra por las ranuras de la contraventana y se propaga por el dormitorio convirtiendo las paredes blancas en un retumbo de luz.

 Escaneo mi memoria en milésimas de segundos intentando ubicarme en el día, martes, que día tan mal posicionado en la semana, justo después del ultrajado lunes y tan lejos del venerado viernes. 

 Pienso en el día que me espera, no me apetece nada. Así pues, casi sin encontrar las fuerzas suficientes, salgo de la cama y con caminar pesado, como si mis piernas no estuvieran de acuerdo con la decisión, me encamino a la cocina pasando por el salón, iluminado a esa hora temprana por una luz tenue y templada, dándole a la habitación un ambiente acogedor y cálido y que, por supuesto, luce perfectamente ordenado. 

Después de poner una cafetera bien cargada, repitiendo el ritual de todas las mañanas, y más animada ante la idea de disfrutarlo al salir de la ducha, me decido a entrar en el baño.  Al limpiar el vaho que ha dejado en el espejo el agua caliente, me encuentro una vez mas con las arruguitas que ya se marcan alrededor de mis ojos y siento impotencia por no poder hacer nada para remediarlo. Mientras busco alguna arruga nueva que todavía no conozca, pienso en esa crema que vi el otro día en la tienda, milagrosa y carísima, que además, no pienso comprar por falta de fe. No hay marcha atrás, el paso del tiempo se plasma en mi rostro, sin clemencia ni indulgencia, se burla y se mofa de mi. La famosa frase, quien ríe mas tarde ríe mejor, no sirve en este caso, por lo tanto es mejor olvidarlo por ahora.

 Apoyada en la encimera de la cocina, saboreo el primer café de esta mañana de martes, desprende ese aroma penetrante, que mi mente siempre relaciona con un momento de dicha, y mientras tanto escucho las noticias de la televisión, madrugadoras y por supuesto nefastas, como todos los días. Pienso que las cosas buenas de la vida están en estos pequeños instantes en soledad o compartidos con los seres queridos, que suelen carecen de importancia ya que se repiten a diario y quedan en la rutina. Pero que sin embargo son los momentos importantes del día.

 Quien sabe, en un segundo tanta cosas pueden cambiar...

Abstraída en mis pensamientos, suena el timbre de la puerta a la hora de todos los días laborales, bolso, llaves, móvil y salgo a la calle dispuesta a colocarme en la línea de salida de este martes cualquiera.

 

 


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