This is where the magic happens

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Habían pasado mas de dos años desde su última visita, él vivía en Amsterdam, un lugar difícil de abandonar. Ella, incapaz de dejar su pequeña ciudad, siempre fue como un pez grande para ese pueblo, igual que él.

Pero regresó y como siempre la buscó, deseaba verla, tenerla otra vez, pelear tontamente para buscar la reconciliación de un apasionado beso con lo que empezaba todo. Hacían el amor cada vez que se veían, es que eso era inevitable.

Así, sin siquiera haber superado el jet lag, la llamaba, siempre tomándola por sorpresa...verla, escucharla, saberse, conocerse cada vez más, con esa admiración mutua, con solo olerse tenían, o al menos así era para ella. Y ese juego previo en el que ni siquiera se tocaban, y a veces ni hablan, era lo más erótico de su relación. Ella conseguía mojarse con solo imaginar que al terminar esa plática él se le echaría encima, torpemente, pero con las ganas de un sediento que bebe de la más fresca de las aguas. Mordiéndola, besándola, atrapando su lengua, tocando sus senos, fascinado de ver como sus pezones se encendían de excitación.

Y así fue, de pronto él se volvió a encontrar con esos senos que llenaban sus manos, entonces comenzaba a gemir de emoción, a tocarlos rudamente y luego a ser delicado, jugando como si el tiempo se detuviera, sólo deseando estar ahí para ella. Ya no pudo más, necesitaba desabrochar ese pantalón, hacer a un lado todo lo que estorbara y comprobar con sus dedos la humedad que había provocado. Ella estaba ansiosa de esa mano, sabía que no había marcha atrás, era imposible detener esas ganas de meterse en el otro. Y disfrutaba de esos dedos que tocaban sus labios mojados, que de pronto encontraban su clítoris y la hacían retorcerse de gusto.

Él suplicó ir a la cama, ya lo había dicho 'this is where the magic happens' y ese día pasó, vieron estrellas, y se hizo la magia.

Entonces la desnudó, volvió a ver entero ese cuerpo que conocía hacía más de diez años. Y su pene se encendió, se puso duro, erecto, perfecto, listo para ella. Deseaba hacerle el amor, no sólo cogerla, contemplarla, besarla más y más, chuparla toda. Le abrió las piernas, la cargó y la puso sobre él. Y se detuvo, tenía que decirle lo sexy que era, no por sus senos, ni por su cuerpo, por ella misma. Entre ellos quedaban restos de su viejo amor. Y ella guardó esa imagen y todas las que pudo, para recordarlas en la soledad y tocarse y volver a llegar a ese lugar que visitaban juntos.

Ya no esperaron más, habían pasado más de tres años sin hacerse el amor. Tenía que pasar, él se puso el condón, se recostó mientras ella lo trepaba. La penetró, había tanta humedad, se balanceaba, subía y bajaba a su antojo con un ritmo exquisitamente placentero. ¿Qué se puede hacer entre dos que se gustan tanto, que se desean desde siempre? Y perdieron el control de sus manos, de sus labios, de sus gestos, todo era placer no había manera de ocultarse, de ser tímido, mucho menos de fingirse civilizados.

Ella no tenía idea del nombre de aquella posición sexual, pero bien sabía que era su favorita, inevitablemente llegaba al éxtasis del orgasmo, y no quiso tragarse el grito, gimió, tan fuerte como su placer le ordenaba, se entregó a la sensación y se detuvo el tiempo. Se quedó ciega, cerró los ojos, estrellas chispeantes la rodeaban. Él no dejó de moverse quería verla loca de gozo, que se viniera una y otra vez. En ese momento ella sólo deseaba recostarse a su lado, contemplarlo. Se sentía tierna e indefensa, en medio de penes erectos, clítoris hinchados y vaginas escurriendo de humedad, recordó que lo quería. Esos momentos eran odiosos, pues comprobado tenían que no estarían juntos en mucho tiempo, y que ese placer era nostalgia.

Y volvieron al amor, él se recostó y ella le quitó el condón que en ese momento estorbaba. Besó su pene con dulzura, suavemente hizo un círculo con su lengua, él tembló, respiró profundo y se quedó quieto. Sintió en su boca un pene tan erecto que no necesitó de sus manos, a veces buscaba sus ojos, pero él la veía con la mirada perdida, frunciendo el ceño, levantando las cejas. Y lo acariciaba, no descansaba hasta ver como perdía el control de sus caderas, levantándose, para sentirla cada vez más profundo. De pronto su lengua sintió como por dentro su semen corría para ser expulsado. Ese cosquilleo le avisaba que estaba listo para venirse en su boca. Pero él no quería que eso pasara, deseaba disfrutar por mucho tiempo más. La abrazó, puso su manos entre sus senos y hablaron del sexo. Él le contó como cogen las europeas, son rápidas y quieren que las penetren como un taladro. Ella en cambio habló poco de sus amantes, no reveló quien le había enseñado a dar ese sexo oral de calificación casi perfecta, ni como descubrió cual era su posición favorita. Mucho menos contó como en su ausencia, había tenido una aventura-de años-con su mejor amigo, detalles innecesarios. Contó lo importante, que le gustaba, y cuanto disfrutaba de él cuando la tocaba.

Buscó a tientas un nuevo condón, rápido lo colocó y se montó en ella le abrió las piernas y metió su pene, tan profundo como pudo, la abrazó. Entró y salió y ambos jadeaban. El sudaba, gotas caían, su espalda estaba empapada pero no se detenía. Prefirió besarla, apretar sus senos, morder su cuello, prenderla como si fuera la primera vez. Entregarse el uno al otro diario, eso sí sería vida. Jugaban con su lengua, se chupaban sólo por divertirse, demostrando de todas las formas posibles las ganas que se tenían.

Nuevamente se recostó, la abrazó por atrás, las nalgas rozaban con su pene, sus manos la rodeaban hasta llegar a sus senos. Comenzaron a moverse ligeramente, suavemente y lo que sería un descanso, se convirtió en un volver a empezar, de pronto ese juego terminó en penetración, embonaban tan perfectamente, ahora era placer y dulzura. Esta vez él no pudo más y lloriqueó al venirse, explotó dentro de ella y la abrazó. Y descansaron, había sido un día muy largo. Podían pasar interminables horas hablando del mundo, de la asquerosa política, meditación, yoga, familia, de la pasión que cada uno tenía por su trabajo. Se comprendían y se acompañaban y se deseaban, sabían que el fin no había llegado. Y para siempre se querían, probablemente se amaban, lo que sí es seguro es que harían el amor una vez más, promesas para la vida.


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