Sé lo que hice este verano (6 de 6)

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Desde mi posición más inferior pude apreciar cómo el maromo invitaba a su amiga a meterse la polla en la boca. Aunque Ana no parecía estar muy centrada en dar placer, sino más bien en recibirlo, sí que se esforzó por felar ese nabo sin reparos. Girando su cabeza para poder abarcar a Juan con la boca, la mía todavía besaba, mordía y succionaba la almeja de la susodicha. El dedo permanecía dentro de su culo y mi lengua jugueteaba caprichosamente en todas sus zonas mojadas. Ella ya tenía todo el bastón de Juan dentro de la boca, o prácticamente todo, ya que la posición forzada y la profundidad del gaznate de Ana no parecían muy propicios para esa práctica, pero él la agarraba del pelo para marcar los movimientos y profundizar lo máximo posible entre alguna arcada y sobresalivación, aunque lo que realmente la estaba volviendo loca eran mis intrusiones que, finalmente, y entre sollozos de satisfacción, me obligó a detener con una palmada en mi frente para apartarme hacia atrás y empezar a chorrear su delectación contra mi cara. La ducha caliente de Ana me golpeó en la jeta haciendo que todo su rocío me regara por completo. Fue una irrigación única y abundante que ni siquiera pudo contemplar debido a sus propias convulsiones. Juan oteaba el panorama asido a su mango erecto y con semblante de incredulidad. Dudo que hubiera visto nada parecido en directo en su puta vida.

 

Completamente regada por Ana me levante del suelo a por una toalla mientras ella volvía en sí y comenzaba a asumir lo que había sucedido. Me miró y sonrió en voz alta.

 

"Lo siento tíaaaa", intentó excusar su orgasmo sobre todo mi cuerpo.

"Pero qué dices, ha sido una pasada", le contesté con tono complaciente.

 

Ana se incorporó entre el dolor de sus extremidades entumecidas y se arrodilló sobre una toalla debidamente doblada frente a Juan para empezarle, o más bien continuarle, una mamada que el tío estaba pidiendo a gritos. Me quedé mirando cómo ese enorme rabo se follaba la boca de mi amiga con la esperanza de ser testigo de una buena corrida sobre su cara. Con ese trabajo de pulido no iba a tardar mucho en descargar, y cuando Ana notó que, en efecto, Juan se endurecía y crecía aún más dentro de su cavidad, estiró uno de sus brazos para indicarme con un gesto de su mano que me acercara a ella. No dudé ni un segundo, y tan rápido como me permitió el espacio, me arrodillé junto a la chupona en el mismo instante en que el hombre gruñía su llegada y ella se extraía de la boca el miembro que ya había descargado dentro la primera ráfaga, y que ahora, con la ayuda de su mano, regaba primero su cara y luego la mía en un ejercicio que permitía repartirnos el semen de forma equitativa. La paja que hacía Ana exprimía ya las últimas gotas de leche, y nuestras caras y cabelleras eran testigos de la abundancia con que Juan expresaba su sexualidad. Aún delante de él, Ana y yo besábamos nuestras bocas embadurnadas creando hilos de pastosidad que obligaban a mover nuestras cabezas mientras él nos castigaba las mejillas con su incipiente flacidez.

 

Fin


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