Arañas (parte 3)

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ARAÑAS (parte 3)

 

 

Finalmente, llegamos al consenso de que era mejor suspender la operación.

 

-Total –argumentó ella con toda la razón-, ya él tiene unos cuantos años. De una operación nunca se sabe cómo puede salir uno. Y tú sabes bien cómo ha sido él toda la vida, tan quisquilloso para su ropa, tan impecable para salir a la calle. Cuando vea que tiene que cagar por un costado y en una bolsita de la que para colmo jamás podrá desprenderse, se va a morir de tristeza. ¿Tú no crees que es mejor dejarlo tranquilo? ¡Qué se muera cuando Dios quiera!

 

 

Antes de dejar La Habana, Marieta quiso conocer Coppelia. Salió de su prisión voluntaria, y sin mirar a nadie, esperó afuera a que papá terminara de preguntarle a Ramona lo que debían hacer para llegar a la heladería. Apenas mis tres sobrinas encontraron el camino libre, entraron a la habitación con el ánimo de revisarle la maleta. La curiosidad por ver las burundangas que esa tarde Marieta pensaba llevarse a su pueblo, pudo más que los buenos modales, y no vacilaron en forzar la cerradura.

 

Ante sus ojos fueron apareciendo potes de helado vacíos, cacharras plásticas, y toda clase de deshechos que de seguro tenía destinados a decorar sus alacenas. Pero de pronto, cuando inspeccionaron mejor, las risas de burla quedaron congeladas en sus rostros. Disimulados entre las ropas, descubrieron pomitos con aceite que explicaban el por qué se terminaba tan rápido el que tenían en la cocina. Había también un poco de champú, un jabón “Palmolive”, dos blúmers de Ramona, y hasta varias felpitas para el pelo, que constituían el negocio de mi sobrina menor.

 

-¡Es una ladrona! –exclamaron casi al unísono henchidas de soberbia-. ¡Hay que botarla de aquí! ¡Vamos a ponerle sus cosas en la calle!

 

-¡No! ¡Eso no! –exclamó Ramona que en ese mismo instante entraba también al cuarto-. ¿Para qué provocarle un disgusto más a papá? A fin de cuentas, se van hoy por la tarde.

 

-Pero por lo menos vamos a sacarle de la maleta todo esto –dijo la hermana menor.

 

-No. Yo tengo otra idea mejor –dijo la mayor, y luego de explicar su plan, las tres hermanas, con el consentimiento de Ramona, buscaron en sus monederos todo el menudo en divisa que les quedaba, y corrieron a la “shopping” más cercana para comprar en el departamento de juguetes, tres arañas de plástico. El parecido con los arácnidos reales era tal, que estallaron en una risa nerviosa, imaginando las posibles reacciones de Marieta cuando las encontrara. Dejaron en su sitio los pomitos de aceite, los potes de helado, el champú y el jabón; pero en lugar de los blúmers y las felpitas, colocaron los trapos que había empleado Marieta para taponar las rendijas de la puerta. Por último, acomodaron en lugares bien estratégicos las tres arañas peludas, y cerraron la maleta de forma tal que ella no tuviera sospechas.

 

 

*******************************************************  

 

 

Dos días después, me tocó a mí telefonear a Ramona para comunicarle que en la mañana habíamos enterrado a Marieta.

 

-¿Pero qué pasó? –preguntó ella atemorizada, e imaginando la explicación que yo le iba a dar.

 

-Le dio una cosa.

 

-¿Una cosa?

 

-Sí, un ataque al corazón.

 

Ramona enmudeció del otro lado de la línea. Pero yo le seguí contando. Le avisé que un hermano de la difunta pretendía acusar a la familia, y le pedí que al día siguiente fuera a esperar a papá a la estación de ferrocarriles.

 

-¿Cómo que a papá?... –recuperó la voz con la noticia.

 

-Tú eres la hija hembra, Ramona. ¿Quién si no se va a hacer cargo de él ahora? Ya sabes que mi casa es demasiado chiquita; y además, como tú siempre has dicho, yo no puedo atenderme ni a mí mismo... Eso te toca a ti. Te lo mando en el tren espirituano. El pobre, está deshecho...

 

Paré de hablar. Del otro lado, la comunicación se había interrumpido.

 


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