LOS ANALES DE MULEY(2ª PARTE)(10)

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         XXXVll

   Yo era un mozalbete

alto y muy fornido,

guapote, bien parecido

y de epidermis morena,

mucho había crecido

en menos de una decena.

   Yo cuidaba la huerta,

yo la tierra labraba,

paciente esperaba

el mal tiempo capear;

alegre siempre estaba

con ganas de bromear.

   Pues mi carácter afable,

sano y extrovertido,

me hacía ser conocido

y siempre apreciado

por cualquier desconocido

después de haberme hablado.

   También iba por las noches

haciendo de cobrador,

de gran recaudador,

pues rentas recaudaba

para el rico arrendador

que gozoso se encontraba.

   Porque a los “señoricos”

le demostré mi valía,

me dieron su simpatía

para ese menester,

y cada pasado día

se lo debo agradecer.

   Para mí eran días felices

y de mucho movimiento,  

aprendía al momento

cumpliendo con mí deber,                                                              

solo era tener talento

para poder aprender.

   Poseía yo esa cualidad,

pues la llevaba innata,

a mi corazón se ata

y me hace discurrir,

condición muy grata

que me ayuda a vivir.

   Me hice hombre de campo

con orgullo y pasión,

tenía la convicción

de persona tolerante,

desterré mi aflicción

como buen caminante.

   También por necesidad

me acogí al trabajo,

la posguerra hambre trajo

y mucha desesperanza;

mutis por el foro hago

para adquirir confianza.

   No era hombre de letras

ni amaba la docencia,

pues llegué a la adolescencia

en su mínimo saber,

porque a la dichosa ciencia

no la podía ni ver.

   Era muy inteligente

y gran talento poseía,

pero aprender no quería

ni cuentas ni escritura,

solo algo de caligrafía

era mi apuesta segura.

   Quería ser como mi padre

y a su lado aprender,

quería como hombre crecer

y hacerme buen adulto,

ese era mi menester

y no escurrir el bulto.

   Porque el hombre de ciencia

se forma en el estudio,

pero en su justo preludio

decisión deber tomar;

la situación no repudio,

pero me hace reflexionar.

   Pero la tierra me llama,

desata mi voluntad,

aviva mi libertad

y con gozo grito al viento,

en aras de lealtad,

mi firme sentimiento.

   En aquella circunstancias

todo giró a mi favor,

con humildad, con honor,

comencé de aprendiz

de aquel gran agricultor

y me enseñó a ser feliz.

   El era mi obsesión,

mi estrella titilante,

mi maestro vigilante,

amigo y confesor,

era mi ídolo radiante

sin complejos, sin temor.

   Lo tenía idealizado,

pues era hombre honesto,

siempre estaba dispuesto

para cualquier menester,

y sin cambiar de gesto

empieza su quehacer.

   Cuando va cayendo el día,

en el quicio de la puerta,

miro hacia la huerta

contemplando su verdor;

su dulce aroma encubierta

le da su gran esplendor.

   Y cuando llega la noche

se aviva mi pensamiento,

aflora mi sentimiento,

palpita mi corazón,

pues es justo el momento

que me llena de ilusión.

   En su sordo silencio

mi padre duerme en mí,

su sonrisa escogí

y jovial la guardé;

a su encuentro corrí

y en sus brazos me eché.

 

 


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