Divino Tesoro.

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El joven, de unos veinte años de edad, caminaba con agilidad por el enorme pasillo iluminado por la luz diurna que entraba a través de los vidrios que reemplazaban a los antiguos muros. Sus pasos se dirigían a tres escalones y debía franquear una gran puerta de cristal celeste. Logró distinguir a una decena de adultos que estaban sentados en pupitres como si estuvieran en una sala de clases.
Un hombre maduro, de unos cincuenta años lo observaba con el ceño fruncido. A un lado de la “sala de clases” alcanzó a distinguir otra, totalmente transparente también, y sentado detrás de un escritorio a un viejo que lo miraba con evidente curiosidad.
–Mmm, supongo que usted es el señor Guillermo Dronus, llega bastante atrasado a la prueba.
–Cómo está, señor Aruín, ruego perdone mi atraso. En la entrada del edificio me detuvieron para constatar mi identidad. Ah, mi apellido es Dronos, claro algunos todavía piensan en latín.
Todos los varones vestían con camisas de manga corta, menos el muchacho que lucía con garbo una elástica polera que se ajustaba a su atlético cuerpo.
Recibió una serie de documentos de diferentes colores. Los examinó parsimoniosamente ante la dura mirada del hombre mayor, en tanto que los otros escribían sus respectivos papeles.
Dronos escogió uno de ellos y el resto simplemente los dejó con cierto orden en el suelo, ante la dura mirada del “profesor”.
Con rapidez anotó las respuestas y en tres minutos estaba entregando sus respuestas. El adulto se apresuró a examinar el documento, sus ojos brillaban con admiración.
–Sírvase pasar donde el Director, don Teclo Oradi – señaló la oficina del anciano.
Parado ante el escritorio, con gran respeto, inclinó su cabeza a modo de saludo.
–Un agrado conocerlo al fin, señor Drono –abandonando su silla, el anciano acudió a saludar de mano al joven, le dio un beso en cada mejilla–. Mis respetos; le ruego se acerque a esa sala donde está Rosita, mi asistente. Ella procederá a tomarle exámenes que, espero, sean de su agrado.
Rosita, una rubia curvilínea y muy bella, aparentaba tener una edad cercana a los 40 años. Éste se sonrió cuando vio que, al darle la espalda, el delantal blanco dejaba ver sus hermosas nalgas y recordó que sus senos parecían querer escapar en el escote.
Su dulce voz lo invitó a acostarse en un lecho, pero que debía quedar totalmente desnudo. Con una mueca burlona, el muchacho mostró a su atlético físico y ella, sacándose el delantal se echó sobre él.
Todos los miraban mientras la pareja se movía en la danza del amor. Nadie se asombraba por lo que veían, más bien parecían estar examinando a un par de animales de laboratorio, preocupados por sus reacciones. Ambos se pusieron de pie y en una ducha cercana se bañaron; la mujer sonreía.
–Gracias, señor Drono, hacía mucho tiempo que no tenía este goce.
Él se limitó a sonreírle. Una vez vestidos ambos se acercaron al anciano, quien lo contemplaba con los brazos cruzados y una de sus manos se acariciaba la barbilla, hasta que finalmente sonrió.
–Vaya, no está mal para su edad, estimado Guillermo Drono. Dígame ¿es cierto que usted es la tercera generación de los Drono?
–Sí, mi tatarabuelo nació el siglo 21 y fue él quien descubrió el camino a la juventud. De sus hijos, Pedro, un nombre común en ese entonces, pasó tranquilamente los cien años de edad, aunque ya había gente antigua en la familia que también fueron longevos, hasta que nací yo y fui objeto de estudios desde mi infancia.
–Interesante, interesante, estimado caballero. Con mis 120 años parezco su abuelo o bisabuelo; debí haber seguido los consejos de mis padres. Su familia era famosa a nivel mundial. Ahora queremos saber aquel secreto tan escondido que han tenidos ustedes para conservar su juventud.
–Seños Director, con agrado he acudido a esta reunión de sabios del planeta.
Todos los estudiantes, o más bien sabios, se aproximaron e hicieron una media luna ante el joven Guillermo Drono, aprestándose a oír aquello que todos querían saber.
–Caballeros, con mis respetos a todos ustedes quiero recordarles que nuestros nombres ya no son como en siglo 21. Se repetían tanto que las autoridades debieron dictar leyes para para crear nombres y apellidos y así no tener en un mismo país hasta diez personas llamadas iguales.
“–Mis antepasados, y yo mismo aún, hacíamos deportes y gimnasias para fortalecernos. Uno de ellos, descubrió que una alimentación especial producía una buena digestión y yo …, con toda humildad, practico aquello que ustedes quieren oír”.
Silencio absoluto en los presentes. Sus rostros mostraban el desastre provocado por el transcurrir de los años.
–Uno de mis juveniles tíos, a los treinta años se recibió de médico y debió operar del cerebro a un paciente que tenía un tumor. El hombre se veía extremadamente joven para su edad y en la unión de ambos hemisferios descubrió una glándula de apenas medio milímetro; notó que estaba activa en ese enfermo sesentón. Mantuvo en secreto sus estudios con el paciente y llegó a la conclusión que allí estaba la fuente de la juventud.
“Nos transmitió su misterio y así he llegado con este aspecto para cumplir en unos días más… 141 años de edad. Sí, este secreto hoy lo entrego a la humanidad y puedo decirles que … todo el proceso es MENTAL. No se preocupen más por sus edades, quédense en aquella que les acomode más … no lloren en silencio por estar envejeciendo, sino más bien alégrense por el aspecto que HOY tienen y … el proceso de decadencia se detendrá”.

 


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