Mi amor.

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Noté como una lágrima resbalaba por mi mejilla, rozando mi piel, recordándome a sus manos cuando me acariciaban , cuando me besaba. Siguiendo el recorrido de la lágrima a través de mi rostro, reflejado en la ventana, vi cómo se escurría lentamente desde mi mentón hacia la carta que reposaba en mi regazo, observando como el papel absorbía la humedad y desteñía las letras del sobre. Con un movimiento tembloroso, logré poner las manos sobre la carta. Ese papel que contenía lo que tanto había esperado, el secreto, que no había podido ver antes por falta de coraje. Después de cometer el crimen reuní el suficiente valor para abrirlo. Vi reflejado en el espejo mi rostro feliz, sonriente. Me asustaba mi fría reacción ante aquella tragedia, ante el dolor que un simple acto podía causar. Acaricié el sobre tal y como había hecho con su cabello una vez estaba muerta, tal y como la había besado en su agonizante trayecto hacia la muerte, como su último suspiro recorrió mi rostro tal y como hacía en ese instante la brisa que entraba por la ventana. Al fin me decidí, saque del envoltorio el fino pergamino, tal fue mi sorpresa al verlo vacío que decidí quitarme la vida, saltando des del abismo de la vida hacia el infierno, el lugar merecido. Cheshire Siempre me había considerado una persona curiosa y muy desconfiada, no tenía amigos ni familia, no tenía obligaciones ni preocupaciones, amaba mi vida tal y como era. Hasta que me enamoré del caos, de la desgracia, ella era diferente. Cada momento, cada segundo impregnaba mis sentidos con su descomunal belleza, con ese aroma que desprendía su piel. Ella era mi droga, estaba completamente enamorado, era su títere, podía controlarme a mi contra. Desafiaba la ciencia, ella era demonio y dios, blanco y negro, la paz y la guerra, la templanza y el desenfreno, no existían puntos intermedios, me dominaba. Su cuerpo delgado y su piel pálida eran mi inspiración, sus llantos y susurros el motivo para vivir. Su laceo cabello le tapaba media cara, sus ojos grisáceos mostraban tristeza y su preciosa silueta esbelta relucía radiante con aquel vestido, color esmeralda. Me encontraba como un imbécil observándola boquiabierto y ella como siempre con la mirada perdida en el horizonte, desbordando la razón. Delicadamente se acercó a mí, posó sus manos sobre mis hombros y acercó sus labios a mi cuello. Noté como sus afilados colmillos penetraban mi piel, absorbiendo mi sangre, como gozaba de placer ante tal acto y me arañaba con sus afiladas uñas. Por un instante logré abrir los ojos y quedé completamente horrorizado ante aquello, pude observar como aquella mujer preciosa que yo había conocido se había transformado en algo horrible, su mirada permanecía fija ante mis ojos, mostrando odio. Su figura putrefacta y desnuda me provocó nauseas. Su cabello estaba enmarañado y sucio, su aliento apestaba a algo que nunca antes había olido, me empecé a sumergir en mi propia pesadilla, no podía resistirme, ya era tarde. Aquella criatura, llamémosla así, me estaba devorando vivo, ya no tenía fuerza para abrir ni siquiera los ojos o gritar. Agonizando de dolor me vi envuelto en una luz blanca, ese era el final.

Cheshire.


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