Inspector Carrados versus Juan Diablo. (1/3)

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El Malhumor del Viejo Prefecto.


“Fue asesinado el Hijo del Rey de Yogurt”, la prensa sensacionalista se refocilaba con el crimen de uno de los hijos de un gran empresario, don Francisco Dellorto, a quien despreciaban por el terrible delito de haberse esforzado desde joven y lograr salir adelante con su empresa de helados y derivados de la leche, llegando a tener una muy buena situación económica.
“Pero la poli no da una”, los periodistas especializados en escándalos, pues no eran capaces para una labor seria, se reían de los Detectives. “ No hay ni siquiera un sospechoso, los Ratis están dando palos de ciego”.
El viejo Prefecto furioso arrojó sobre un sillón de la oficina uno de los ejemplares de la prensa amarilla.
—¡Esto es el colmo! —Su bramido tuvo como respuesta el silencio de los Comisarios Jefes, que no se atrevían ni a pestañear— Un grupo de periodistas idiotas se dedican a burlarse de nuestra Institución …, como si fuéramos un atado de ineptos.
Se dio vuelta hacia sus cuatro subalternos, quienes trataron de permanecer impasibles, pero sentían el corazón que les latía con fuerza y esperaban horrorizados que la transpiración no aflorara en sus rostros.
—¡¡¡Quiero respuestas, pistas, algo que darles a estas bestias sanguinarias del coliseo romano!!! —calló unos segundos, mientras emprendió su conocido paseo por dentro de su amplia oficina—. Veamos que han obtenido hasta ahora.
Comenzó el más antiguo de los comisarios: pistas dadas por soplones. Un desdeñoso gesto con la mano le hizo quedar en silencio, siguió con otro de los pobres Jefes de Unidades, pero éste lo miró tranquilamente a los ojos.
—Señor Prefecto, tenemos a buenos funcionarios trabajando en el caso. En mi Unidad ya tenemos a un sospechoso, pero no hay manera de sacarle una palabra coherente que nos permita llevarlo ante el Tribunal. Es Juan Diablo, un hampón muy resbaladizo que aparentemente conoce acerca de leyes, pues nos ha amenazado que si lo torturamos y lo hacemos confesar un crimen que no cometió “se irá de espaldas” ante el Juez, alegará que le sacamos la confesión a golpes. Es un narcotraficante con mucha suerte, mucho dinero y propiedades, pero se las arregla para aparecer limpio, incluso ha sido sospechoso en varios asesinatos.
—Y ¡cómo flautas no va a tener un funcionario capaz de acorralarlo y “abrocharlo” con la confesión!
—Se lo he dicho, señor, pero usted no lo acepta porque lo haya insolente.
—¡Aaaah, no me diga! ¡El famoso Inspector Carrados! —Sus ojos estaban inyectados de sangre—¡ “El Burro Flautista” que le acierta por casualidad! No, no lo quiero en la investigación …; no quiero saber que se ha metido entre los investigadores. ¡Me oyó, señor Calderón, de lo contrario buscaré la manera de sancionarlo a usted!
—Señor, el joven Francisco Dellorto, hijo, frecuentaba los locales nocturnos de muy mala reputación, los mismos que Juan Diablo. No olvidemos que el asesinato se cometió en el callejón trasero de la Discoteque El Infierno, donde este delincuente se dice vende drogas a los jóvenes incautos.
—Mire Comisario Calderón, no me interesan los detalles … ¡¡¡Quiero que este asunto se aclare de una vez por todas!!! Y ahora … ¡Fuera, a trabajar! —la falta de educación del malhumorado y viejo Prefecto, sólo consiguió que los Comisarios se retiraran en silencio sin dirigirle un saludo.

El Comisario , Gustavo Calderón, un hombre ducho en trabajos de la calle, educado y excelente Jefe de la Brigada de Homicidios, con sus brazos cruzados y uno de sus puños apoyando su mentón, casi sentado en el borde su escritorio, miraba el piso brillante de su oficina.
—Señor Carrados y señor González, contra la inquina que le tiene el “viejo”, los he llamado para que nos cooperen en el esclarecimiento del homicidio del joven Francisco, hijo del Rey del Yogourt. Sé que los estoy metiendo en un posible lío al desobedecer las órdenes del anciano —movió la cabeza con una sonrisa—, pensar que puedo llegar a ser un viejo estúpido como él … ¡Ja! me da escalofrío.
—Ordene, Jefe, nosotros obedecemos —la voz apacible y clara de José Carrados hizo que Calderón lo mirara. La simpatía que sentía por el hábil investigador que le miraba serenamente, lo estremeció y tuvo sentimientos encontrados: su admiración por el impávido joven y la rabia que le provocaba el Prefecto que ya debía haberse retirado de las filas de la policía.
—No es necesario que lo diga, señor Carrados, sé que cuento con ambos — tomó asiento en su sillón, rascándose una oreja—. Debemos tomar una estrategia para burlar a ese viejo de …
Gonzáles, el Detective ayudante del Inspector Carrados, casi suelta una de sus sonrisas, pero miró de reojo, como era su costumbre, a su Jefe superior inmediato. Éste con cara impasible se limitaba a escuchar al despierto Comisario.
—Como la orden es que usted no figure entre los funcionarios que interrogan al malandrín, nosotros tres estaremos en la oficina vecina de la sala de interrogatorios con la puerta abierta y observaremos los acontecimientos.

Continua.


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