Tu cama...

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No te haces una idea de lo que me gusta tu cama.

Cada vez que estoy en ella, me haces gozar de tal manera que siento que el tiempo va demasiado rápido, que se escapa entre mis dedos, y que siempre es demasiado pronto para dejarla. Adoro la forma en la que me haces retorcerme de placer entre las sábanas, la forma lasciva que tienes de mirarme cuando te lanzo una sonrisa traviesa y comienzo a tocarte, despacio, provocándote, haciendo mía tu erección. Mía. Y de nadie más. 

Adoro la forma que tienes de acariciarme, el cómo te inclinas sobre mí para lamerme con delicadeza los pezones. El cómo sonríes de puro placer al escucharme gemir bajo tus manos y tu lengua. Me encanta sentir tus manos bajando por mi piel mientras me miras fijamente a los ojos, sintiendo cómo se van dirigiendo lentamente hacia mi intimidad... Adoro las veces que me haces desear, en las que me lames los muslos con parsimonia, lentamente, sin darme el objeto de mi deseo, sin permitirme, aún no, tener tu lengua entre mis piernas. Me encanta sentir tu excitación cuando te cojo del pelo para exigirte más de ese fantástico oral que me practicas.

Tus manos... Me transmiten toda tu lujuria cuando las siento acariciando mi cuerpo, apretándome contra ti, agarrándome de las caderas con fuerza cuando te monto. Qué momentos tan salvajes, yo encima tuya, tú tirando de mis caderas en continuo, pidiéndome más, exigiéndome más, sin darme ni un solo momento de respiro. Tampoco es que lo quiera. Tu cuerpo, tus labios, me embriagan demasiado, y nunca quiero parar, me dejo llevar por esas embestidas clamorosas que tu cuerpo pide a gritos, hasta que me dejo ir, extasiada, y siento que te dejas ir conmigo. 

También me gusta tu cama por la mañana, cuando me dices "Buenos días, preciosa", y te falta tiempo para darme a entender que tienes muchísimas ganas de echar un normalmente escaso polvo mañanero. Me encanta la forma que tienes de provocarme aún medio dormida, y aunque me cuesta reaccionar, siempre consigues despertarme de la más dulce de las maneras, y terminamos los dos retorciéndonos de placer con la intensidad de nuestros orgasmos.

Y tu almohada... Mi mordaza favorita. Es especialmente ideal cuando me colocas bocabajo en la cama y me penetras desde atrás, agarrándome las manos, tumbándote sobre mí y mordisqueando mi oreja. Me permite ahogar los intensos gemidos que me provocas con todos y cada uno de tus centímetros.

Dios, cómo adoro tu cama.


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