Un niño, su tirachinas y el cuervo

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Antonio, era un padre de familia dedicada a trabajar en el campo, donde además de sembrar otras cosechas y a mantener animales domésticos, se dedicaban a sembrar maíz y a este, en aquella zona al llegar a principios de septiembre, los cuervos le comenzaban a picotear las tiernas mazorcas y con ello, más que comer, producían muchas pérdidas en la producción del maíz: Antonio por experiencia de los años, sabía que la solución para que los cuervos no volvieran al maizal, era la de matar uno de ellos y luego colgarlo en la cima de una estaca bien alta, donde lo vieran todos ellos y con eso los cuervos dejarían de ir a picotear el maíz, pues ni a los mismos espantapájaros le tenían miedo. Pero lo peor era matar uno, porque los cuervos es como si tuvieran un sexto sentido y cuando alguien está escondido esperando con una escopeta a que ellos vuelvan al maizal, estos ya no vuelven, el motivo no se sabe, aunque Antonio pensaba que huelen la pólvora, o que antes de ir a comer, vigilan desde algún árbol todo lo que está pasando. Por eso fracasó, en el intento de matar alguno de un tiro, en los días que perdió de dormir la siesta, que era cuando los cuervos hacían más daño en el maizal.

Al quejarse en casa a la hora de almorzar, de que no era capaz de matar ningún cuervo: dijo su hijo Julito de 14 años ¿yo mataré uno con mi tirachinas?, los padres, como no tenían nada que perder, por qué lo intentara el niño: se callaron (aunque esto les parecía, poco menos que un imposible) y con esto Julito comprendió que le daban el permiso.

Después de comer a mediodía, el niño en vez de ir para otra parte, como iba los demás días; se metía en medio del maizal armado con su tirachinas, sin embargo, a pesar de esperar allí bastante tiempo, no tenía la ocasión de usarlo contra ningún cuervo. Aunque no desfalleció y todos aquellos días, después de entrenarse con su tirachinas un poco por las mañanas, lanzando piedras: luego de yantar, se metía de lo más incognito entre el maizal y esperaba lo más escondido que podía, a ver si llegaba algún cuervo para intentar matarlo. Hasta que un día, le llegó su oportunidad, pues se posó uno en el maíz como a 20 metros de él y apuntó lo mejor que pudo para no fallar: lanzando la piedra, que le dio al cuervo en la misma cabeza, quedando muerto en el mismo instante.

Lleno de orgullo; lo primero que hizo Julito, fue llevar el cuervo para casa, enseñándoselo a sus padres y hermanos, quienes quedaron sorprendidos, porque nunca creyeron que esto iba a suceder y después colgaron el cuervo, en donde más daño hacían al maíz y con eso salvaron lo que les quedaba de aquella cosecha.      


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