DESENGAÑO-2

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Por descontado no tocaría nada, ya empezaba a conocer como se las gastaba esa mujer y bajo ningún concepto quería ser el causante de su furia. Dio buena cuenta del plato de vianda y de la patata hervida, la albóndiga, un muslo de pollo y cuatro garbanzos. De postre se comió un cuenco de macedonia y un café con leche aderezado con unas gotitas de coñac.

La tarde pasó muy rápido y dio paso a la noche con una rapidez pasmosa. Parecía que no iba a llegar, pero ahí estaba él vestido con las mejores galas apunto de ir al aeropuerto para recibir a esos invitados tan ilustres. Por fin se desvelaría el misterio, aunque bajo su perspectiva no fuera para tanto…

Llegó a la terminal y tomó asiento, deseando que el vuelo llegara puntual y no tuviera que estar allí mucho rato. No por nada en particular, sino porque las esperas jamás le habían gustado. En ese aspecto era muy meticuloso, le gustaba la puntualidad extrema y no soportaba que nadie, bajo ningún concepto, rompiera esa regla. Ni siquiera un adinerado venido de Boston el cual parecía iba a subir aun más, si cabe, el gran imperio de su señor.

Diez minutos después vio desfilar a los recién llegados del vuelo de Boston, así que se levantó de su asiento y abrió la cartulina donde sencillamente rezaba su nombre, para que ese supuesto magnate supiera a quien dirigirse cuando llegara a la terminal.

Poco a poco fue desfilando el pasaje, pero nadie se acercaba a él preguntando y, la verdad, empezó a ponerse nervioso, ¿sería de los últimos? La verdad, pensó, es que con tanta expectación que creaba su llegada, iba a ser expectante hasta el último momento.

Pero después de ver que un cuarto de hora más tarde, la terminal se había quedado vacía, empezó a preocuparse de veras. El bostoniano no había llegado y eso era bastante sospechoso. Según palabras del señor, tenía al americano por un hombre serio y cumplidor, sobretodo en lo concerniente a los negocios.

No pudiendo soportarlo más, se acercó a la ventanilla de información, por si alguien hubiese preguntado por él. Al llegar y referir lo que sucedía, una muchacha joven peinada con un moño en la nuca y vestida con el traje típico de las compañías aéreas le dijo que había llegado un sobre, el cual debía entregarse en mano al Sr. Zacarías Méndez.

Después de acreditarse como corresponde, le fue entregado el sobre. En ese momento, no supo que hacer, por un lado iba dirigido a él, pero por otro…por otro provenía del bostoniano con el cual iba ha hacer negocios su jefe.

Tomó la determinación de llamarle por teléfono y ponerle al corriente del asunto, pidiendo autorización para abrir la misiva. El señor se la dio y le emplazó a leerla en voz alta.

Abrió el sobre y sacó la carta, la cual iba acompañada de unos documentos con el membrete de una empresa americana. En pocas líneas, el gran invitado daba a entender que era una pérdida de tiempo, así como de dinero el realizar un viaje tan costoso para solo el simple hecho de firmar un contrato. Así que había hecho redactar el mismo, lo había firmado y pedía que una vez que se hubiera firmado en España por el responsable de los viñedos, le fuera devuelta su copia  a la dirección que figuraba en el membrete.

El señor le dio las gracias y le dijo que regresara a casa con esa carta y esos documentos, los leería con calma. Le manifestó que siempre hubiera sido preferente tratar el asunto mano a mano para intercambiar opiniones. Zacarías asintió en ese particular y cortó la llamada.

Cuando iba conduciendo por la carretera y meditando sobre todo lo acontecido no pudo por menos que recordar esa famosa película de Berlanga y, sin comerlo ni beberlo, le entró un ataque de risa descomunal y empezó a entonar mentalmente: “americanos, os recibimos con alegría…” Sí, esto había sido algo parecido a lo de Mr. Marshall, aunque según recordaba él lo de la película no daba el fruto esperado, por lo menos aquí había un contrato firmado. Ahora solo faltaba que su señor estuviera de acuerdo con el mismo.

Media hora más tarde, había llegado a la mansión y ya había hecho entrega del sobre. Se disculpó ante su jefe y dijo que se retiraba a cambiarse el ropaje para estar más cómodo. Éste le dijo que adelante, él iría a su despacho y estudiaría el contrato con detenimiento.

Zacarías al llegar a su habitación y mientras se ponía su pijama azul y su bata de cuadros, no pudo por menos que pensar en la Sra. Smith. Pobre, tanto ella disponiendo el menú, como las criadas ayudando y poniendo todo su empeño para el gran evento y luego, nada. Desde luego, con el genio que se gastaba, se recordó a si mismo no pisar la cocina en mucho, mucho tiempo…

FIN


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