Mi vecina Claudia parte II

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¡Esa se la acabo de regalar! Señaló entusiasmado el catálogo. Si supiera que el ejemplar yo lo traía en ese momento exactamente en mi bolsa.

Ya era de noche cuando Ernesto, marido de Claudia, bastante tomado como todos, puso música. Estábamos muy animados platicando de todo, riendo y bromeando sobre todo de nuestra actividad sexual. Cuando fue por más cerveza se dio cuenta que el refrigerador estaba vacío y nos gritó: “ahorita vengo, voy al súper por más cerveza o una botella de whisky”. Ni siquiera alcanzamos a contestar.

“Esa pieza me gusta muchísimo y me encanta bailar con ella”, dijo Claudia. “Pero esa no se baila” ¡El imbécil de mí! …(era puente sobre aguas turbulentas con Simon and Garfunkel). Sin embargo mi estupidez tuvo una rara recompensa. “¿Quieres ver que si?” Yo volví a poner cara de estúpido. Se acercó, colocó sus brazos sobre mis hombros, cerró los ojos y pegó su cuerpo al mío. Yo pensé que por lo tomada que estaba me estaba confundiendo con su marido. Se quitó los zapatos y recostó su mejilla sobre mi hombro. Nos empezamos a mover y ella sintió mi erección. Acomodó su pubis y se empezó a tallar con mi bulto. Yo no me pude contener más y bajé mis manos. Acaricié sus nalgas primero con delicadeza, sintiendo su forma sobre la tela. Después se las tomé con fuerza. Ella empezó a gemir un poco. Era evidente que se estaba humedeciendo. De pronto sin saber cómo, la estaba besando profundamente. Su falda se había levantado por nuestros movimientos y entre mi pene y su vagina solo había una breve braga, mi pantalón y mi bóxer.

¿Quieres que te regale más ropa interior mía? Yo me quedé helado. En ese momento, oímos el carro de Ernesto. Saltamos hacia atrás y ella se arregló el cabello muy rápido y se bajó la falda. Yo me acomodé el bulto que me estaba jalando los vellos púbicos con el glande. Me dirigí a la puerta para ayudar a Ernesto que venía con un cartón de cervezas y una botella de whisky.

Seguimos departiendo y Claudia y yo nos veíamos fugazmente a los ojos. Claudia preguntó de pronto, ¿qué opinas de la monogamia? “Hee, pues,,,no se. La verdad nunca me he puesto a pensar sobre ello. Supongo que así debe ser”…”Ok, entonces ¿qué piensas de que el hombre o la mujer puedan tener diferentes compañeros sexuales?”. “¿Los solteros?”, pregunté. “Todo mundo. Sin importar si están casados o no”. Ernesto la veía extrañado, no sabía a dónde quería llegar ella. “Pues sería infidelidad o engaño ¿no crees?”. “Supón que el esposo o la esposa estén de acuerdo”. Me rasqué la cabeza sin saber que decir. Sin avisar tomó una pequeña bolsa, empezó a poner varias bragas sobre el sillón y me preguntó “¿te gustan?”. Son todas las que me ha regalado Ernesto. Casi se caía pues estaba muy tomada. Sin embargo continuó: “Cuando me regala una, me pide que me desnude por completo y que le modele mi braguita. Ya sabes, le gusta que me agache, que alce las piernas, que me acueste y abra las piernas. ¿Tú le pides eso a Tere?”.

Noté que Ernesto no estaba molesto. Más bien estaba muy inquieto y apuró dos vasos de whisky de un jalón. ¿Sabes? Me dijo él. “Esta condenada ya me excitó demasiado”. Como él estaba sentado cerca de ella, la tomó de las caderas y las puso exactamente frente a su cara. La empezó a acariciar como yo la había hecho antes. Le levantó la falda y empezó a lamer su pubis. Ella empezó a gemir con esos gemidos que ya conocía. ¿Estás decidido? Le preguntó a Ernesto. Sin dejar su quehacer el balbuceó “Siiii”. ¿No te vas a arrepentir ni me vas a reclamar nada? Nooo dijo él con una voz perturbada por una emoción muy intensa. Yo solo veía el espectáculo. No solo su rajada era la más linda, sino sus nalgas eran una expresión de la redondez más femenina del mundo. Blancas, perfectas, tersas, estaban a medio metro de mí.

Ella se volteó. Me vio a los ojos con los suyos vidriosos por el alcohol. Ernesto quiere que lo haga con otro hombre. Tragué saliva y vi a Ernesto como preguntándole. ¿Qué opinas? ¿Es cierto? ¿No me están jugando una broma? Él la empujó hacia mí suavemente. Daba pasos muy cortitos para alargar la emoción. De pronto ella se volteó y le dio un beso muy tierno en los labios a Ernesto y dijo “Gracias. Gracias por confiar en mí”.

Volvió a dirigirse a mí pero no en línea recta. Se empezó a desnudar. En realidad solo traía una blusa, la falda y sus  lindas bragas. Los dos la observábamos sin pestañear. Yo a veces por precaución veía a Ernesto. Ella se agachó y metió su mano en mi bolsa. ¿Quiere que te modele esta? Dijo al mismo tiempo que sacaba su braga que yo había hurtado. Me puse rojo de vergüenza. Ernesto me vio, la vio a los ojos muy extrañado. De pronto, cuando entendió lo que había pasado, soltó una sonora carcajada. Yo sentí un poco de alivio.

Claudia se quitó la tanga que traía y quedo completamente desnuda. Era un espectáculo. Volvía a ver esa preciosidad de raya perfecta. Flanqueada por unos labios carnosos del tamaño justo. Su pubis y su rajada ¡eran una obra de arte!

Ahora se puso la braga que había recuperado de mi bolsa y dijo “chúpame”. Ernesto se desabrochó el pantalón, se bajó los calzones y al mismo tiempo que me decía “disfrútala” se empezó a masturbar.

Yo sentía que me ahogaba de nervios, de emoción y de excitación. Toqué con mi lengua esa tela que me separaba de la perfección. Me olvidé de Ernesto y la tome por las nalgas. Hice a un lado la breve tanga y mi lengua por primera vez tocó su botón del placer. Ella empezó a gemir con fuerza. Ernesto de pronto dejo de jalársela y subió corriendo. Bajó unos segundos después y trajo una cámara de video con tripie. ¿Puedo? Me preguntó. “Solo para disfrutar los recuerdos”. Sin un atisbo de precaución en mi mente, hice el ademán de que no me importaba lo que hiciera mientras me dejara seguir disfrutando a su esposa.

Claudia me levantó y en un santiamén me quito la ropa. Cuando se metió mi pene en su boca yo empecé a morir de placer, Ernesto se vino tan profusamente que me tocaron algunas gotas en mi cara. No me importó y seguí disfrutando la boca de Claudia en mi miembro.

De pronto se fue al sofá y me llevó de la mano. Se acostó. Abrió las piernas y dijo con autoridad “penetrarme”. Yo se la metí como un cuchillo caliente entra en la mantequilla. Estaba deliciosamente estrecha  pero completamente lubricada. Empecé a bombear cada vez con más fuerza. Ella le pidió a Ernesto que se acercara y se metió su miembro, bastante respetable, en la boca. Yo no aguanté más y me vine como nunca. No pude ahogar un alarido de placer. Los tres cuerpos de tensaron y convulsionaron casi de manera sincronizada.


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