40 minutos y un analgésico

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Me levanto de la cama por la mañana y lo primero que, me encuentro al incorporarme es un tablón de corcho que ocupa media pared blanca de la habitación, en donde tengo unas cuantas cosas colgadas, de las cuales hay unas fotos que son, la de; mi madre, padre, hermanas, tías, primos, sobrinos y la de mí difunto perro. También tengo, la tabla de multiplicar y unas hojas de libreta grande con el verbo creer, escrita a mano. Bajo a la primera planta, debido a que vivo en una casa de dos plantas. Enseguida me tomo un buche de café caliente. Acto seguido, cojo el camino en dirección al lavabo, ya noto como se me va abriendo los ojos (como si fuera un ave saliendo del cascarón). Abro un poquito el grifo de agua fría y la dejo correr, mientras observo el chorro de agua caer,… pienso en la primera vez que estuve en un McDonald`s. Era sábado por la tarde, anochecía. Allí me encontraba en medio de una cola imponente de gente, en un McDonald`s de un centro comercial. Iba con la idea de pedir un; Big Mac, McFlurry, Whopper y una coca cola grande. Yo nunca había pronunciado el nombre de los dichos alimentos, entonces cuando, tocó mí turno quise pronunciar lo que iba a pedir y no pude, no porque yo no quisiera, sino porque no me salía - tierra trágame – me dije a mí mismo. Rodeado de gente, el empleado me miró fijamente con una papera descomunal y me dijo en un tono cansino – mira ve hombre, que es lo que quieres, que no tenemos todo el día - sudando como una bestia y la mente no sé dónde, se me ocurrió levantar el dedo índice y señalar a un cartel gigante en donde ponía el nombre de los productos alimentarios y decir – eso, eso otro, eso también y una coca cola – al final no me dieron lo que quería, me dieron otra cosa. Fue una experiencia traumática, horrible, de la que, me estoy recuperando todavía….de vuelta al lavabo, me enjuago la cara y luego cojo lo primero que veo de ropa en un perchero marrón claro, ancho y alto que hay en el comedor. Listo y preparado, Pongo el dedo gordo del pie derecho fuera de casa y hecho a andar con el Mp3 en las manos.

Inmediatamente pongo en funcionamiento el incansable Mp3 azul antiguo “mira que es duro”, mientras voy andando por la acera, cuyas losas son de color blanco y rosáceo, es mediodía y aunque hace mucho frio, el digno sol que llega a la piel se hace notar. Vagando bajo el hospitalario sol de invierno voy por la calle mirando los enormes arboles álamos, y me fijo que sus hojas son como televisores de pantalla plana de 22 pulgadas, repentinamente me ausento y discurre en mi cabeza un recuerdo en el que fui a un guadal par de Portugal y allí conocí a una muchacha que trabajaba custodiando los toboganes, poniendo orden entre el acaloramiento de un montón de cuerpos humanos sudorientos y mentes inquietas por dejarse caer por un tubo. Recuerdo que ella era alta y muy delgada con la cabeza llena de pelos rizados rubio fluorescente, sé lo de, su pelo fluorescente porque nos quedamos encerrados a oscuras en…...- buenos días compadre – me saluda, el Barba con voz ronca. De vuelta a la realidad por la inigualable voz gastada que salía de los oscuros labios de aquel hombre que permanecía en la puerta del bar, en donde se encontraba una mañana más con un cigarro Ducado entre los amarillentos dedos índice y corazón de la mano izquierda, mientras que la mano derecha, domina un vaso de tubo mediano en el que contiene “ponche caballero” y por tanto encontrándose a sí mismo. Continúo andando y llego a la única parada de autobuses que hay en la zona. Justo bajo la chapa de la parada, la cual se encuentra al aire libre, hay una chica que, lo único que se le ve en la cara son las cejas y el tabique de la nariz, unos tres centímetros de carne, más o menos. Lleva consigo; bufandas, guantes, pañuelos de lana, auriculares de terciopelos y otras cosas de abrigo. Desde luego, que hacía mucho frio, hacia tanto frio que, la chica daba saltos pequeños continuados de un lado a otro.

Después de haber dejado atrás a la chica, dando pequeños saltos en la parada de autobuses. Levanto la mirada y con todo detalle realizo una mirada al paseo marítimo en donde rodeado de cámaras de televisión, se encuentra el alcalde del pueblo costero, explicando de manera zigzagueante a los medios de comunicación de la zona, la enigmática obra que se va a realizar en los próximos meses. Por lo visto y oído, las magníficas amígdalas de nuestros concejales de urbanismo, han optado por; construir una fuente de grandes dimensiones, cambiar todo el suelo del paseo marítimo y, a su vez incorporar una gran cantidad de alfombras de madera, que van sobre la arena de la playa. Enseguida me pregunto cuanto de grande será la mordida del presupuesto final, y sobre todo, que cantidad de jurdeles se repartirán entre las lustrosas caras de los implicados peleteros.

De vuelta a casa, paso por la plaza de Fátima en donde se encuentran unos niños que juegan a la pídola en el centro de la plaza. Ver a esos niños y niñas; correr, reír, chillar, sin ahorrar en libertad, explica muy bien la embriaguez de la pura inocencia. El hecho de ver la satisfacción y la felicidad que radiaban los rostros de esos niños, hizo que sonriera continuadamente hasta quedar en babia, y así, hacer desaparecer el encabronamiento adquirido en el paseo marítimo. Entro en casa y me quedo mirando fijamente al fuerte caballo blanco que hay en un cuadro grande en medio del comedor. Con la mirada perdida en el cuadro, me viene otra vez, al pensamiento, la chica del guadal par de Portugal, en el que me había quedado encerrado a oscuras en medio de un tobogán, en el que yo gritaba palabrotas sin parar. No sé porque razón veía una figura bastante luminosa a lo lejos del tuvo en donde permanecía atascado. Fue un ataque de pánico en aquel tuvo negro cerrado en el que, la humedad se presentó haciéndose protagonista del momento, de forma que, ya no podía hablar claro y solo balbuceaba. Cuando de momento veo flotar en el aire una peluca fluorescente y me dije – hay Dios mio, voy a ser atacado por una peluca….no, no, no, espera esto es producto del pánico – alegremente era Susana, la chica de pelos fluorescente que trabajaba en el parque acuático. Al final, me saco de aquel sitio y desde entonces somos íntimos conocidos de buenas costumbres. Mi mirada vuelve al cuadro del caballo y noto un dolor en la cabeza. De manera que, tomo un analgésico y espero el efecto en umbrío.


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