LA ENFERMERA SINGULAR 1

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Félix Buch que era un hombre de cincuenta años de edad, con una sosa expresión en su alargada

cara de caballo; corto de vista; y de un temperamento nervioso, el cual no suscitaba ninguna

simpatía a los que tenía a su alrededor, en aquel instante se hallaba en la consulta de su 

neurólogo.

- Bien señor Buch. ¿Qué le sucede? - inquirió el médico solícito sin apartar la vista del ordenador.

- Verá. Vengo a que me recete unas pastillas más fuertes para los nervios, porque las que tomo

ahora ya no me hacen efecto - dijo Félix-. Es que vuelvo a tener insomnio.

-Bueno. Yo le receto lo que usted me pide, pero las pastillas no son el todo. Usted tiene que

esforzarse en hacer una vida más normal; distraerse más - le respondió el facultativo-. En

realidad le convendría volver a casarse y así no estaría tan solo.

- ¡Huy! Esto es difícil. Yo no gusto a nadie. Si mi mujer se casó conmigo fue por despecho a un

pretendiente que la dejó por otra. Pero ella a mí no me quiso nunca.

- Lo que a usted le falta es tener más autoestima. Usted tiene su lado amable como todo el

mundo que debe de aprender a potenciar. La primera impresión es la que cuenta. Para

empezar, sonría. Sonría siempre, que es una manera de demostrar que es una persona posi-

tiva. ¿A ver cómo lo hace? - le instó el neurólogo.

Félix hizo una forzada mueca enseñando sus largos dientes, en la que se advertía su falta de

espontanedad.

- Bueno. Cuando se encuentre ante alguien trate de pensar en algo agrdable, y sonría. Ensaye

en su casa frente al espejo - le recomendó el médico.

Justamente en aquel momento irrumpió en la estancia una joven enfermera de prominentes

senos; rubia, y de ojos azules, llamada Olga cuya mórbida anatomía hacía pensar en las

modelos del pintor flamenco Rubens, la cual depositó unos informes sobre la mesa del 

neurólogo, a la vez que prestaba una especial atención al consultante.

Entonces Olga pensó que el sujeto por más que se esforzara le sería muy difícil despertar el

interés de su prójimo. Pues así como había quien nacía con cualquier deficiencia física, también

había gente con una carencia anímica como en el caso de Félix.

Por tanto en ella afloró una inusitada conmiseración filantrópica hacia aquel hombre que la

indujo a entregarse incondicionalmente a los más desfavorecidos por la naturaleza.

Así que cuando Félix salió de la consulta la enfermera le alargó una tarjeta con su número de

teléfono.

- Si lo deseas, llámame aquí - le dijo ella.

Félix tomó extrañado lo que se le ofrecía, salió a la calle dispuesto a comprar el nuevo

medicamento.

En días posteriores Félix durmió con placidez, hasta que de súbito sintiéndose abrumado por su

situación de aislamiento, y picado por la curiosidad se atrevió a llamar a Olga, y ésta lo citó

a media semana en un viejo edificio de Nuñez y Navarro.

Olga recibió a Félix con una luminosa sonrisa, envuelta en una exótica bata negra con motivos

chinos.

- Y bien. Querías hablar conmigo ¿no? - le dijo el visitante expectante, azorado.

- En la consulta del doctor me enteré que eres viudo. ¿Verdad?

-Pues sí. ¿Y qué?

- Que yo me pongo en tu lugar, y sé lo solo que se queda uno cuando se nos van los seres

queridos.

-A todo se acostumbra el ser humano - respondió él con su habitual laconismo-. ¿Acaso te doy

lástima?

- No. Pero yo estuve cuidando durante un largo tiempo a mi anterior pareja que estaba muy

enfermo, y desde entonces ya no soy la mujer egoísta de antes. Me dedico a ofrecer mis

cuidados a quienes lo necesitan.

Seguidamente Olga se inclinó sobre aquel hombre que estaba rígido como un palo, y lo besó

en los labios, al tiempo que lo acarició suavemente en el pecho, dando lugar a que su

aparente reticiencia se fundiera como la mantequilla al fuego, dando paso a su instinto vital.

Se tumbaron en el ancho sofá y allí hicieron el amor con total deshinibición. Luego Félix se

explayó con la enfermera hablando por los codos, poniendo en evidencia su falta de comunica-

ción con los demás.

-Si quieres, podemos salir juntos - le propuso él.

- No, porque yo tengo otros compromisos. Pero tú ven cuando me necesites.

Tras aquella experiencia Félix se sintió rejuvenecer al menos veinte años, hasta el punto que

se olvidó de tomar el nuevo medicamento. Y llevado por su euforia le contó su aventura a un

primo suyo llamado Guillermo, que era un gigante de casi un metro noventa de altura.

Este fenómeno consiste en un trastorno del crecimiento celular de origen genético a partir de

una malformación de la hormona del crecimiento, y se localiza en los huesos, por lo que

Guillermo tenía una extremedidades de gran longitud, y se caracterizaba por sus torpes movi-

mientos, así como por su infantilismo psíquico. En consecuencia era marginado hasta por sus

familiares.

Félix al ver lo necesitado que estaba su primo de tener un contacto sensitivo con una mujer,

lo llevó a visitar a Olga. 

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