Teutoburgo. Parte 1.

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Roma invicta

-¿Retroceder?-bufó el centurión.-Nunca. Nunca retroceder.-el legionario calló y volvió a su puesto en la segunda fila de la formación.-Roma no se rinde. ¡Roma vinci!
Sus hombres corearon con él para armarse de valor frente a lo que se avecinaba. Pero él no lo hizo, se mantuvo en silencio, tan solo vigilando las lindes del bosque, aguardando al enemigo.
Se escucharon gritos de dolor al fondo del camino y de pronto vio pasar varias siluetas de un árbol a otro. El sonido de la batalla se podía oír por todo el bosque y aquello era lo que más les aterrorizaba. Pues la lucha se acercaba y el enemigo era implacable.
-Manteneos juntos. Unidos sobreviviremos.-dijo su centurión, que también se había percatado de las sombras que se deslizaban en la espesura.
-Allí.-señaló uno de los hombres. Y vio cómo su centurión caía al suelo abatido. Una flecha atravesaba su desprotegido rostro. Seguía vivo, pero no se podía hacer nada por él.
-¡A cubierto!-al tiempo que una andanada de proyectiles caían sobre ellos. Alzó el escudo y junto a él su compañero cayó sobre la dura tierra del sendero. Muerto. Con cara desfigurada por el proyectil.

Teutoburgo. Germania Magna. Año noveno después de cristo.

-En los árboles.-siguió la mirada de su compañero y los vio, por primera vez en su vida vio auténticos guerreros del norte, germanos. Bárbaros, salvajes y descorazonados. Les arrancarían el corazón en cuanto tuvieran ocasión.
-¡Escudos!-El suboficial asumió el mando y la centuria volvió a alzar los escudos, evitando la muerte que llegaba desde la espesura.
Al momento un aterrador coro de voces gritó al unísono haciendo temblar el cielo y la tierra.
-En posición.-cientos de enemigos corrían colina abajo hacia ellos, pintados como demonios y gritando como si lo fueran.
La zona había sido limpiada de árboles por la vanguardia, de modo que se dispusieron en formación de defensa, con hombres a ambos lados. Pues los germanos cargaban por delante y por detrás.
Una jabalina pasó por encima de su cabeza, rozando el metal de su casco pero no se preocupó por ver el final de su trayectoria, pues el primer enemigo real al que se enfrentaba golpeaba su escudo con fuerzas. Le gritó a la cara, escupiéndole e insultándole en una lengua totalmente desconocida para él, pero no se dejó amedrentar. Empujó con su escudo, mayor que el suyo para desequilibrarle y en cuanto retrocedió unos pocos pasos, dejándole espacio para maniobrar, preparó su espada. El bárbaro se volvió a pegar al escudo mientras que con su garrote intentaba golpearle en la cabeza. Se agachó para evitar un golpe y rápidamente sacó el gladius por un lado del escudo y como tantas veces le habían enseñado, acuchilló el costado del salvaje. Calló al suelo dejando escudo y arma a un lado y retrocedió a rastras. No fue tras él, pues semejante herida significaba la muerte. Pero no tuvo descanso, pues otro contrincante lo golpeó con tal fuerza que lo hizo trastabillar y de no ser por el apoyo que le dio el legionario que se encontraba a su espalda, habría roto la formación.
Imprimió toda su fuerza a empujar a su enemigo y en pocos segundos recuperó el puesto ayudado por su compañero que lo sostenía por detrás. Aprovechó el momento cuando el germano dio un paso hacia atrás para crearse espacio para atacar y fuertemente lo golpeó con el escudo. Aquello podría haberlo tirado al suelo de no ser por la segunda estocada que daba Marco con su arma.
Se mantuvo unos instantes en pie antes de caer al suelo muerto, mientras que él volvía a la formación, pero esta vez a descansar, pues por suerte podían luchar por turnos. A cientos de metros, al fondo del camino, podían ver legionarios luchando en solitario contra manadas de germanos que los cazaban uno a uno. A su alrededor, cada poco tiempo caía un hombre y su retén ocupaba su lugar. La centuria se había visto reducida drásticamente, a unos cincuenta hombres. Sin embargo el rectángulo que habían formado se iba haciendo cada vez más pequeño para soportar la presión y la escasez de hombres.
No había forma alguna de pedir refuerzos y no sabían si aquello estaría pasando a lo largo de todo el sendero y si el ejército habría sido ya aniquilado. Por suerte, de vez en cuando, pequeños grupos de romanos se unían a ellos, reforzando sus filas. Los cuernos, cornetas y trompetas se oían por todo el bosque. Pidiendo ayuda, tocando al ataque o la retirada. De modo que supuso, que aún quedaba resistencia.
Eran el único bastión visible de la legión. El águila no estaba con ellos, pero su estandarte les infundía el mismo valor. Una docena de auxiliares agitaban sus hondas y tensaban sus arcos para disparar contra los enemigos que corrían por entre los árboles. Pero la lluvia de flechas era interminable y constantemente alguien era alcanzado.
Y de pronto, de la misma forma con la que habían aparecido, los bárbaros desaparecieron. Poco a poco, pero a los minutos ya no quedaba de ellos nada salvo sus caídos.
El suboficial volvió al centro de la formación y ordenó a uno de los auxiliares que tocara la corneta para alertar a los hombres que se agruparan. Una vez los legionarios de la zona hubieron llegado, reanudaron la marcha en busca del grueso del ejército.
-¿No deberíamos atrincherarnos?-preguntó uno de los hombres al lugarteniente.
-No, hemos de encontrar al general y salir de aquí. Si nos quedamos moriremos.-parecía seguro de que fueran a encontrar a alguien, contagiando aquella confianza a los hombres.
Sin embargo, a cada paso que daban iban perdiendo la esperanza. Pues cientos de romanos yacían muertos en el suelo, algunos tenían el rostro completamente deformado. A otros les habían arrancado la cabeza o mutilado. Quiso pensar que había sido durante el fragor de la batalla. Pero tal vez no fuera así.


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