Un regalo para mi esposa Parte II

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Pasaron casi 15 minutos y mi esposa estaba exhausta. De pronto ella tomó el mando. Mientras lo besaba en esos labios enormes y carnosos, tomó al monstruo con sus manos que parecían pequeñísimas asiendo tan grande instrumento.

Ella estaba palpando al objeto que le había hecho sentir algo que en sus 47 años no había soñado siquiera que era posible. Entonces se bajó y la empezó a chupar, a besar, a acariciarlo, parecía que le hablaba a un bebé. Lo tomó entre las palmas de sus manos con los dedos estirados. Parecía que estaba rezando con la paloma del placer entre las manos. No abría los ojos, solo lamía una y otra vez el glande del miembro perfecto. Yo me metí en medio y alternábamos besos con chupadas mutuas al objeto del placer, a la verga perfecta.  Esto continuó y continuó. Penetré a mi mujer y me vine profusamente, pero creo que ella ni se enteró. Seguía embelesada con el monstruo en las manos y en la boca.

Apolo que todo lo había hecho en completa calma, de pronto dio señales de vida y empezó a cerrar los ojos y a mover su cabeza hacia atrás. “¿En donde quieres que te de mi lechita mi negra?”, preguntó con perfecto acento cubano. Ella puso la cara y sus pechos. Parecía que la estaba decorando como pastel. Yo alcancé a probar ese semen no tan espeso ni tan aguado. Mientras él le daba su regalo a ella, yo agradecido no paraba de chupar de lado el gran tolete. Él dejó sus brazos a los lados en reposo mientras yo manipulaba la gran manguera para que no quedara una sola gota de la primera entrega.

Caímos exhaustos. Apolo se paró y me preguntó que si podía comer algo. Mientras ella se quedó profundamente dormida. Lo acompañé a cenar y a tomar champagne. Me platicó varias anécdotas curiosas y de cómo una pareja pretendió llevárselo a Alemania. Yo lo miraba absorto. Era un tipo realmente guapo y varonil. Sin pensarlo, de manera inconsciente me fui acercando y lo besé. Aceptó de buen agrado. Me di cuenta lo que pueden significar unos labios tan carnosos, perfectos y húmedos. Entonces él tomó la iniciativa y me levantó de mi cómodo sillón. Me empezó a acariciar como había hecho con mi esposa. Me hizo sentir mujer en tres segundos. Me hinqué y volví a introducir a mi viejo amigo en mi boca ansiosa. De pronto él me incorporó, me volteó y apuntaló la estaca en mi culo. Se puso un condón extra grande y en un instante retaco mi cola de gel lubricante. Yo estaba aterrado, sabía lo que venía. Sin embargo lo hizo tan despacio y tan lento que cuando abrí los ojos aterrado, ya estaba empalado hasta el fondo. Él no se movía y yo empecé el vaivén. Tomé sus manazas y le pedí que masajeara mi pecho como si fuera yo mujer. Me imaginaba a mí mismo dándole mis nalgas, completamente penetrado. Con Apolo dentro de mí. Pensé en que un placer tan intenso como el sentir a alguien dentro de uno, no podía estar reservado a la mujer. Entonces concluí que eso era una prueba de que el sexo, era universal, biyectivo y conmutativo.

 En medio de esta mezcla perfecta de dolor-placer, abrí los ojos cuando sentí que alguien introducía mi pene a su boca. Era mi esposa. Me vine en menos de un minuto y quedé exhausto.

Desperté casi en la madrugada cuando sentí un movimiento intenso y rítmico. Ella estaba debajo de nuestro gran Apolo y lo abrazaba rodeándolo completamente con las piernas entrelazadas sobre su gran espalda, mientras él como un toro, la bombeaba y parecía que la partía en dos. Vi como ella clavaba sus uñas en el colchón y las cobijas mientras se retorcía de placer. La volvió a poner en cuatro y entraba y salía de ella como de una pequeña muñeca.

De pronto, ¡Ella empezó a llorar! De verdad a llorar. Tuve la intención de decirle a Apolo que se detuviera, pero observé más a detalle y en con el lenguaje del llanto ella estaba diciendo claramente “¿por qué hasta ahora, por qué hasta ahora….¡Hooo Dios mío, dame muchos años más para vivir esto una y otra vez! Por favor…”.  Volvió a entrar en ese ciclo automático de orgasmos múltiples. Estaba bañada en sudor que se mezcló con el semen que copiosamente Apolo vertió en toda su humanidad.

Quedó como en coma. Con una sonrisa como de Mona Lisa. Apolo recogió sus pocas ropas, se dio una ducha súper rápida y salió discretamente, no sin antes darme un beso profundo e intenso. A ella le dio uno simbólico que lanzo con la palma de su enorme mano. No quiso interrumpir esa paz tan intensa en la que parecía estar sumergida. 

Volvieron a aflorar unas lágrimas que escurrían de sus ojos que no quería abrir. Sus manos reposaban en su vientre. Yo me atreví a preguntar “¿Estás bien?”. Ella sin abrir los ojos empezó lo que parecía un reclamo: “¿por qué, por qué?” “¿Por qué, qué? Le insistí. Pensé lo peor. Pensé que estaba arrepentida de lo que habíamos hecho. Imaginé que me pediría el divorcio apenas llegáramos a México. Imaginé como le contaría a toda la familia la forma en que la entregué a otro hombre de manera voluntaria, de cómo la había pervertido contra toda su voluntad. De pronto ella se incorporó, me vio a los ojos y yo tragué saliva. Ella inquirió urgiendo una respuesta  “¿Por qué hasta ahora?”  “¿De verdad te gustó?”  “¿Estás loco? Siento que toda mi vida anterior a esto que acaba de pasar simplemente no tiene sentido. Quisiera decirle a todo el mundo que prueben el verdadero sexo. Que vivan, que sientan correr la sangre por sus sienes. Que no tengan miedo al placer, a vivir”. “Entonces, ¿si te gustó tu regalo”…ella volteó, me beso tiernamente.

Hicimos el amor por primera vez desde que nos conocimos ya hacía treinta años. Hicimos el amor por primera vez después de tener cinco hijos. Hicimos el amor de manera sublime, sin prisas, saboreando cada centímetro de nuestra arrugada piel.

Nos quedamos dormidos.


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