Donde corra el agua

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Laurá, vivía en un pueblo pequeño, donde todo el mundo se conocía, donde toda la juventud se conocía.  Que su padre era el repartidor de carbón todos lo sabían, que bebía también lo sabían. Los jovenes del pueblo la habían dejado de lado como si su juventud no fuera igual a la de los otros. Ayudaba a su padre y eso la ponía en un nivel inferior. Nunca jugó con los otros de niña, se burlaban llamandola" la carbonera". Ahora seguía como antes, había pasado la adolescencia viendo como los de más se emparejaban, se divertian en el río, tomaban algo en la terraza de la tasca. Pero ella no había vivido nada de eso, se acercaban los treinta y seis y nada cambiaba.

Un día, un turista del pueblo que había ido a dar un paseo por el río, la luna llena se reflejaba en el agua, había buscado un lugar refugiado para ver, escuchar y sentir el correr del agua. Estaba sumergido en sus pensamientos, cuando vió a cinco metros, una chica quitarse un mono de trabajo, quedarse en ropa interior y sumergirse en el agua. Él siguió mirando con miedo a ser descubierto. Había visto más veces a esa chica, siempre le había pasado desapercibida y ahora se mostraba como una anjana de río. Debajo de su ropa de trabajo había una piel blanca como la leche, su pelo trenzado era desatado y hasta ahora no se había dado cuenta que era un rubio oscuro natural, su figura no tenía nada que envidiar a la de una escultura romana de Venus, solo que sus pechos eran más grandes, destacaban como si antes tratara de hacerlos invisibles a los ojos de los demás. Su brillante pelo se pegaba a la espalda cuando ascendía, era hermosa, sentía que estaba viendo algo único. Seguramente esa piel jamás habría sido tocada por ningún chico del pueblo, su soledad demostraba verguenza, miedo a ser vista por los demás. Sus movimientos en el agua le absorvían, su danza reflejaba un ansia de libertad que de día no tenía. Cuando acabó de chapotear, escurriò su pelo y sin apenas secarse se vistió de nuevo. Se colocó su ropa, intentando tapar toda su feminidad, su cara radiante cambió de gesto, se volvió distante y seria, su pelo se lo recogió, quitando el último rastro de belleza femenina y se marchó.

El visitante se sintió más solo y triste que nunca, salió de su escondite para volver al hotel. Se durmió en seguida, y la anjana rúbia se la apareció en sueños, como una Andromeda que había que salvar, él la rescataba sín dejar de ver sú belleza desnuda. Se despertó sudando, salió del hotel bién pronto, quiso volver al río pero de camino vió el furgón del carbón, con su anjana y su padre. Le preguntó sobre el carbón al padre pero sus ojos la miraban a ella. Parecía un chico adolescente, con gorra y sin levantar la vista hacia él. -! Oye Laura, este muchacho quiere conocer La poza Turquesa, queda con él lugo y se la enseñas¡. Laura solto el saco que portaba, le pareció tán extraño lo escuchado que se quedó pálida. Al fín miró al visitante, su mirada era de incridulidad absoluta. !Venga Laura acabamos pronto y luego a las cinco quedais aquí¡. El padre parecía muy seguro de que Laura lo haría, pero el visitante creyó que ella no querría y no vendría.

A las cinco el turista la esperaba ansioso y al fín apareció Laura, con ropas anchas y aquella trenza que empezaba en la frente hacia trás, recogiendole todo el pelo, dandole un aire aniñado y poco favorecedor. Comedía mucho sus palabras, él sabía que lo hacía a proposito. Quería aburrirlo y asquearle, pero cuando pasarón unos minutos, él empezó con preguntas personales, -¿Tienes novio?, esa pregunta la hizo parar en seco y mirarle de frente con tal odio que quiso irse. Pero él la detuvo, la dijo que anoche la vió en el río, que tenía el cuerpo más hermoso que había visto jamás, que desde ese momento no ha dejado de pensar en ella, que hacer la jugarreta de hacerla quedar era para pedirle una amistad, para seguir quedando, porque quería que fuera su pareja. Laúra escuchaba, se introducian en su mente palabras jamás escuchadas. Parecía que había vivido ahogandose bajo el agua todo este tiempo y ese hombre la había sacado del agua y enseñandolé otra vida que ella se había autonegado a tener, hasta ahora.

 


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