Día de muertos

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La escena, como en todas las regiones cercanas, era extraña y contrastada; llena de matices que a cualquier otro podría haber dejado atónito. Sin embargo, ella llevaba todo el año esperando aquel día. Podría decir incluso que toda una vida.

Mirara a donde mirara veía flores, frutas exóticas, platos llenos de deliciosa comida y adornos. Los niños jugaban alegres entre los túmulos, mientras los mayores entonaban antiguas canciones y rezaban por quienes ya no tenían a su lado.

Su corazón estaba acelerado y su mirada perdida en recuerdos que iban y venían a su antojo por la memoria. Amores perdidos pero no olvidados que había quedado atrás, pero que de alguna extraña forma seguían junto a ella, ceremonias inusuales cargadas de buenas intenciones y una enorme fantasía. Largas noches de conversación, abrazos, cervezas y buenos momentos. Anhelos pasados e ilusiones futuras. Todo se arremolinaba cobrando diferentes formas y colores, que se entremezclaban con los olores y sonidos de aquel sacramental escenario.

Distraída se tocó aquel lindo pendiente en forma de calavera que reservaba para aquellas ocasiones y que ahora cobraba aún más significado. Sabía que no podía recrearse, pero quería paladear cada momento, porque sabía que su sueño la estaba esperando y estaba dispuesta a luchar por él.

Aquella niña de mirada perdida había inspirado a escritores y poetas, había tocado corazones y los había marcado con fuego para siempre. Aquella mujer anclada en la nostalgia, con unos ojos tan negros como blanco era su espíritu y una sonrisa tímida en la cara, había perdido el miedo a vivir y vivir con deseo era lo que haría a partir de aquel momento. La fuerza que desprendía bajo la sempiterna coraza cortaba el aliento y contrastaba con la infinita dulzura de su corazón.

Con un profundo suspiro, cogió con fuerza el vaso de tequila que sostenía casi olvidado en su mano izquierda y de un trago lo vació sintiendo de inmediato el calor cuerpo abajo, enterrando los miedos que tanto tiempo la habían acompañado, sintiéndose libre y extrañamente feliz.

Poco a poco las lágrimas nublaron su vista, unas lágrimas para nada tristes, pero que se secó rápidamente; nunca le había gustado que la viesen llorar. Dio media vuelta y, con paso calmado, se fue alejando de aquella tumba desconocida, que durante un rato había compartido sus secretos. Era hora de mirar hacia delante.


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