Rohir (Primera Parte)

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El primer día de otoño en Valle amaneció gris y lluvioso. En lo más profundo del bosque las hojas caían lánguidamente formando una alfombra dorada y un viento helado soplaba agitando las copas de los árboles. Pequeños riachuelos  bajaban de la montaña y se arremolinaban a los pies de los robles. Los charcos crecían en los caminos y el silencio, a medida que las pequeñas criaturas huían a sus madrigueras, se iba extendiendo como un manto adormecido apenas interrumpido por el gotear de la lluvia a través de las ramas.

 A un lado del Camino Largo que atravesaba el bosque, asomaba entre las raíces de un viejo castaño la posada de La Hojarasca, con su pequeña chimenea soltando un tímido humo gris hacia el cielo. Aquella mañana la puerta de la posada se abrió de sopetón y en el umbral apareció un pequeño ratón calado hasta los huesos. Cuando los parroquianos se giraron para observar al recién llegado, vieron que por los colores de su capa pertenecía a la guardia fronteriza.

-La guardia fronteriza aquí – murmuró un granjero del pueblo cobijado en las sombras- esto no puede ser bueno.

-Busco a Rohir – dijo en voz alta el guardia- ¿Se encuentra aquí?

-Aquí estoy – respondió el aludido saliendo por la puerta de la cocina. Se trataba de un ratón de campo, grande y de pelaje pardo, con tres motas blancas sobre su hocico. Sujetaba una jarra en la mano que limpiaba distraídamente.

 Se hizo un silencio tenso entre los asistentes a la escena y se oyó por primera vez el crepitar de la chimenea.

-¿Qué es lo que ocurre? –preguntó Rohir.

El guardia miró a su alrededor y sopesó por un momento si dar la noticia en voz alta. Finalmente se  encogió de hombros y dijo:

-Ciudadanos de Valle. Hace dos días vimos a Metzacal cruzar Paso Sombrío.

  Un gran alboroto estalló súbitamente en la sala. Algunos gritaron “!no puede ser!”  otros  exclamaron “!Otra vez no!”.””!Esta aquí!”. La mayoría temblaban y hacían grandes aspavientos mirando al techo de la Posada. Mesalina, la esposa de Rohir salió de la cocina alarmada por la algarabía.

-¿Qué ocurre? – Preguntó a su marido alarmado.

Este, con gesto sombrío  la miró triste y simplemente dijo:

-Metzacal ha vuelto.

 

*****

-¿Quién es Metzacal? – preguntó un ratoncito joven a una vieja comadreja llamada Greobar, y que estaba sentada en el banco de al lado.

-¿De dónde has salido tú? – respondió el otro mirando por encima de sus anteojos.

-Disculpe, me llamo Reor y estoy de paso. Viajó hacia Arroyo del Sauce.

La comadreja refunfuño desaprobadoramente.

-Hay que ser estúpido para viajar sólo a través de Valle.

-No ha respondido a mi pregunta.

Greobar aspiró fuertemente de su pipa y lanzó el humo sobre los bigotes del viajero.

-Además maleducado- gruño la comadreja, y aun así respondió al jovencito- Metzacal es la peor pesadilla que ha asolado Valle en toda su historia. Es una zorra, vieja y astuta. Hace tres inviernos cruzo el Paso, al igual que ha hecho ahora, y asesinó al menos a cuarenta y tres de los nuestros. Los torturaba y después los devoraba en su madriguera. Fue un invierno crudo y doloroso. El miedo y la locura se extendieron por el valle. Muchos ciudadanos, entre los más valientes, fueron a parlamentar con la zorra para llegar a un acuerdo y que así parase su frenesí asesino. Pero ninguno de ellos volvió.

  Reor se quedó sin palabras. Varios parroquianos se habían enzarzado, desde que se conoció la noticia, en fuertes discusiones. La mayoría se habían aproximado hasta Rohir, que les miraba una cabeza por encima con gesto impenetrable. Mesalina miraba preocupada a su marido.

-¿Entonces qué pasó? – preguntó el viajero a la comadreja.

-Entonces apareció Rohir. Afiló su vieja espada, se vistió con su antigua armadura y se arrastró a la madriguera donde se escondía la vieja zorra. Allí lucharon a brazo partido hasta que Rohir infringió una terrible herida a Metzacal en el ojo y esta huyó despavorida.

-Vaya, eso es digno de una canción – exclamó sorprendido Reor.

Rohir negaba furibundamente al fondo de la posada , mientras los parroquianos tiraban de las mangas de su camisa arremolinándose a su alrededor.

De pronto una rata grande y negra surgió de un rincón y se unió a la conversación de Greobar y Reor. Llevaba una jarra de cerveza en la mano y miraba intensamente a los ojillos del pequeño ratón viajero

-¿Sabéis lo que yo opino? – dijo casi escupiendo- Que no se puede llevar la contraria a la ley del bosque: Los grandes se comen a los pequeños y ya está. Metzacal simplemente tiene hambre, se acerca el invierno y sólo busca alimento como todos nosotros. El problema es que el alimento está aquí encerrado entre estas cuatro paredes, guareciéndose del frio y bebiendo rica cerveza del país.

Y a continuación, rió con una risa tan histérica que hizo temblar de pies a cabeza a Reor.

 


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