Tres días con Paula (parte I)

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“El desdichado no tiene otra medicina que la esperanza”

– Shakespeare

 

Soy consciente de que lo nuestro no duraría, en realidad no pensé que funcionaría y creo que siempre conservaré esa duda, pero también conservaré el hermoso recuerdo del mejor fin de semana con la chica más perfecta que haya podido conocer. Han pasado dos años y aun tengo la esperanza de volver a encontrarla. Sé que es difícil pero creo en el destino y si mi destino es ella, sólo es cuestión de tiempo para volver a ver a Paula Hayashida. Ay Paulita, ¿qué será de tu vida? ¿Dónde te habrás metido ahora chinita?

Nuestra accidentada y truncada historia inició un jueves. Jueves santo. Ella estaba ahí riendo con todas sus fuerzas, aplaudiendo, incluso dando pequeños saltos. Siendo ella en su mundo de alegría, lejos de la realidad muchas veces triste. Recuerdo que cuando la vi, ya no pude ver más hacia otro lado. Su piel canela clara, sus ojos rasgados típicos de las orientales, sus largos y lacios cabellos de color castaño que se meneaban con el movimiento de su cuerpo perfectamente distribuido. Paula tenía todo en su lugar. No le sobraba ni tampoco le faltaba nada.

Asistimos a la misma fiesta. Aparentemente demasiado temprano. Quizá fue pura coincidencia como dicen mis amigos, lo cierto es que estuvo a la hora indicada para conocerla entre las pocas personas concentradas en el lugar. Podría decir que la vi, me acerqué y le hablé, pero no fue así. Siempre hay una incómoda complejidad que se presenta al conocer a una chica. Tenía que elaborar un buen discurso e inventar una excusa para acercarme a ella, así que fui al baño a confeccionar un rápido y efectivo plan. La primera impresión debe ser la mejor es lo que oí, pero cuando salí no tenía idea alguna. Fue ahí cuando me di cara a cara con ella y nuestras miradas se cruzaron por primera vez. Sucedió la bochornosa escena del lector de movimientos averiado. Ese momento en el que tratas de esquivar a alguien pero terminas bloqueando su camino incontables veces. Eso me sucedió con Paula y antes de que me de cuenta que había encontrado la excusa perfecta y que debía iniciar una conversación. Ella riendo me dijo: – ¿Me dejas pasar por favor? Y su sonrisa, ¡qué sonrisa! Creí haber visto el cielo cuando me sonrío. Y por instinto y urgente necesidad de hablarle, emití las primeras palabras: –Hola ¿cómo te llamas? –Paula, oye hablamos luego, enserio necesito ir al baño.

Así que esperé a que luego llegara pero la verdad estaba tardando, la gente estrechaba el lugar y me hacía imposible encontrarla. El lugar de la fiesta era una casona bastante grande con una piscina en el patio y luego un jardín plagado de árboles que lo hacían parecer un bosque en miniatura. Les conté a mis amigos de ella pero ninguno la conocía. El solo nombre Paula no me sería muy útil para encontrarla en Facebook, así que entré en desesperación. Por suerte mis amigos me recordaron que el precio de la entrada incluía barra libre, así que fui a llenar de alcohol mi sangre y a divertirme, la razón original por la que me encontraba ahí.

               Luego de unos mojitos ya había olvidado mi hermoso y fugaz encuentro. La música sonaba alto y no podía dejar de moverme como un maniático alrededor de la piscina. El alcohol había subido a mi cabeza y llegué al punto de perder la gravedad. Dos pasos en falso y ya era el único huevón que estaba dentro de la piscina. De no haber sido porque todos empezaron a reírse y a imitarme no hubiera ido al jardín. Y por supuesto, no hubiera encontrado a Paula que me siguió luego del embarazoso chapuzón.

-          Ja ja. Tú sí que sabes como divertirte

-          …

               Sí. Es correcto. No pude articular palabra alguna. Me sentía tan avergonzado que incluso llegué a pensar que caminó hasta allí sólo para burlarse de mí. Me equivoqué. Fue hacia mí porque quería que cada uno de sus invitados esté pasándola bien. Ella era la dueña de tremenda casa y anfitriona de la fiesta y la verdad yo no parecía divertirme mucho con la cabeza dándome vueltas.


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