La oferta de Denisse.

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Ni hablar. Lo hecho, hecho estaba.

No puedo negar que mi primera reacción fue de enojo: ¿Cómo ser tan tonto para caer en un juego como el de esa mujer?

Cuando abrí los ojos las razones saltaron a la vista de inmediato. El cuerpo tendido a mi derecha resultaba muy atractivo. Cada músculo estaba precisamente tonificado . . . cada detalle cuidadosamente trabajado. Las pequeñas manos que aún cubrían su cara eran lánguidas y cuidadas.

- ¿Estás arrepentida?, pregunté creyendo saber la respuesta. No hubo reacción.

- En verdad lo lamento.

- Yo no, dijo Denisse provocando mi sorpresa.

Al mostrar nuevamente el rostro su expresión era la misma que me desafió en el auto mientras me mostraba sus encantos.

- ¿Sabes? No sé qué me hiciste... pero me encantó. Para entonces su tono era franco y alegre.

Se movió para quedar acurrucada a mi lado y comenzó a besarme cara, cuello, pecho... recorrió lentamente mi vientre. Su caliente aliento recorriendo mi cuerpo aceleró el ritmo de mi corazón… y mi sexo comenzó a reaccionar. Para cuando ella llegó a mi entrepierna, su respiración era agitada, jadeante. Me lanzó una mirada llena de deseo... tomó el trozo de carne palpitante y lo comenzó a besar, recorriéndolo pausadamente con sus finos labios. De los besos pasó a las caricias y ligeras succiones.

Cuando finalmente lo metió de lleno en su boca la sensación fue espectacular. El recorrido que ya había hecho preparó el camino. Cuando con la mirada preguntó si aquello era satisfactorio, lo único que pude hacer fue abandonarme al cúmulo de sensaciones. El ritmo y fuerza de las caricias comenzó a subir, lo mismo que la sensación de compresión en todo mi cuerpo. El disparo de semen fue inesperado y cabalmente aprovechado por ella. Con verdadero placer tragó cada gota que salió entre las contracciones de mi consentido sexo.

Se acurrucó encima de mí y así permanecimos largos minutos. El contacto de su piel era suave, agradable. El perfume de su pelo era delicioso. Sentir su respiración plácida y relajada me inspiró una gran ternura.

De pronto comenzó a hablar, como si fuera un monólogo.

- ¿Sabes? Javier, mi prometido, es homosexual. Nuestro matrimonio es una manera de guardar las apariencias. Nuestras familias son amigas desde hace muchos años. Javier fue compañero de escuela de mi hermano Gustavo, en algún momento durante esos años se enamoraron y han sido pareja desde entonces. Mi padre ha sido amante de mi futura suegra desde hace muchísimo tiempo. Ante todo eso, mi madre buscó refugio en las drogas y el alcohol, hasta que finalmente se suicidó hace cinco años.

Comenzó a sollozar muy suavemente... yo no atinaba a decir nada. Levantó el rostro y me preguntó a quemarropa:

- ¿Aceptarías desvirgarme?

No me dio tiempo a responder... son una suavidad increíble volvió a besarme. Sin despegar sus labios de los míos comenzó a colocarse encima de mí, buscando con las manos la dureza de mi sexo.

Jugueteó con él un momento terminando de endurecer la erección que no había cedido. Se irguió, y levantándose sobre sus deliciosas piernas, cerró los ojos y se fue introduciendo poco a poco mi virilidad en su húmeda entrepierna.

Disfruté cada pliegue, cada salto, cada avance. Con los ojos cerrados, su expresión de esfuerzo dio paso a una de alivio al quedar sentada sobre mi cadera, tan profundamente penetrada como era posible. Se inclinó sobre mí y comenzó a recorrer mi sexo con el suyo, comenzando con un ritmo lento, pero acelerando conforme aumentaba su placer. De pronto sus movimientos se volvieron frenéticos y perdió la coordinación. Abría la boca con angustia, como si el aire no le fuera suficiente. Con las manos en sus caderas comencé a coordinar sus movimientos con los míos, lo que ella agradeció con una sonrisa adorable. Finalmente explotó en un grito lleno de emoción, la tensión de su cuerpo fue desapareciendo entre espasmos para convertirse en un largo orgasmo. Los movimientos fueron bajando de intensidad, hasta que quedó desfallecida sobre mí.

- Termina dentro de mí, ¿sí?, dijo cuando recuperó el aliento.

- Por supuesto que no... podría embarazarte.

- No te preocupes. Todo está previsto, dijo mientras se colocaba boca arriba con las piernas abiertas, dejando ver su espesa mata de vello.

Tomé mi posición y la penetré sin preámbulos. Estaba excitadísimo y sentirme dentro de ella renovó mis fuerzas. Una vez que estuve dentro le pedí que cerrara las piernas y comencé a disfrutar de aquella mujer que hoy era mía por voluntad propia. La llené de semen en medio de intensas sensaciones y sus gemidos.

- Tenemos que irnos, dijo.

Un regaderazo rápido, vestirnos y salir corriendo del Motel.

- ¿Quieres que te lleve a tu casa? - ofrecí.

- No. Quiero ir por mi auto... dijo mientras sacaba de su bolso las llaves. Ante mi asombro agregó: y no te preocupes, estoy tomando anticonceptivos desde hace tres semanas.

- No entiendo, le dije.

- Las tomé desde el mismo momento en que decidí que tú serías mi primer amante.

Justo en ese momento llegamos a su auto. Ante la cara de sorpresa que no había desaparecido ella dijo: Claro... siempre y cuando aceptes. Me dio un beso fugaz y salió corriendo a su auto.

Y ahí quedé yo, ante la decisión de tomar o dejar lo que ella me ofrecía.

Hoy, muchos años después, estoy seguro de haber tomado la decisión correcta.


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