La princesa Aria y el hombre de las manos dulces

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La princesa Aria tenía una vida que le complacía.

Era hermosa, con unos enomes ojos verdes, una ondulante melena castaña y una amplia y seductora boca. Su cuerpo era exuberante y el color de su piel se asemejaba al bronce a la luz del sol de la tarde en verano.

Aria era amada por los hombres... así le ocurria desde la mas tierna juventud.... Ella conocía aquellas miradas masculinas de interés, de amor desesperado e incluso de la mas ardiente lascivia.

En ocasiones amaba a alguno de esos hombres hasta el alba buscando el amor...pero aunque encontraba satisfacción para sus deseos, en lo más íntimo sentia el vacío y la soledad....

Pero Aria era joven, animosa y sentía que le sobraba el tiempo.

Sus días se desgranaban durmiendo hasta tarde, bailando y gozando de los placeres de la juventud... También disfrutaba recorriendo sus tierras a todo galope cuando le acosaban las ganas de huir de ella misma y convertirse en una nueva persona lejos de allí...

Un día encontró a un hombre en sus campos. El hombre se complacía observando una planta y Aria, picada en la curiosidad le preguntó que veía en esa planta.

- Es un bello ejemplar de pimpinella anisum no crees?- Preguntó el hombre.

Ella Le miró extrañada mientra él se acerco a la planta, cogió las flores amarillas y las aplastó entre sus manos. Aria se acercó a el llevando al caballo de la rienda y olió las manos del desconocido.

Olían al más dulce anís, como los caramelos que la princesa degustaba cuando se sentía golosa.

"El desconocido de las manos dulces" es como ella le recordaría siempre. Era un hombre no muy alto, calvo y siempre con una incipiente barba, de modales suaves y habla queda.

Nada en él llamaba la atención, pero Aria comenzó a pasar muchas tardes con él hablando de plantas, historias, y secretos... A véces él se tornaba hosco y ello la enfurecía y volvía al castillo y prometia olvidarle, pero a las pocas tardes volvían a verse como si tal cosa... Aria ya no se sentía sola.

Un día el hombre de las manos dulces le dijo a Aria que la amaba.

Ella ya lo sabía, pero, aunque compartía sus sentimientos, dudaba y dudaba y comenzó a evitarle y a no acudir a sus citas vespertinas. Volvió a su vida de antaño como el converso que encuentra de nuevo la religión.

Sólo lo vio una vez más para despedirse.

Le explicó que no sentía nada por él y que no podian verse más pues amaba a otro.

Vió una lagrima caer por el rostro del hombre, que sólo dijo una frase:

- En dos años, descubrirás que me amas.... pero es posible que no puedas encontrarme- y se marchó.

La princesa volvió a su vida, a contemplar el mar desde su habitación, a sus fiestas y diversiones. De vez en cuando recibia misivas y pequeños recuerdos del hombre de las manos dulces, pero ella las desechaba como recuerdos de un pasado al que no podia volver... Se convencío de que no amaba a aquel hombre extraño aunque volvía a sentir aquella vieja soledad.

Al pasar un año y 364 días y Aria se despertó con el corazón oprimido de un modo atroz. Comprendió que amaba al hombre de las manos dulces y mandó buscarle por todo el mundo conocido... sin éxito.

Gruesas lágrimas rodaron desde sus preciosos ojos verdes cuando los mensajeros le comunicaron que el hombre de las manos dulces habia desaparecido.

Con el tiempo la princesa se casó y llevó una vida plena, pero, durante toda su vida pensó en el hombre de las manos dulces y una parte de su corazón atesoró su amor por él.

El hombre de las manos ducles también se casó y fue felíz, pero jamás olvidó a la princesa Aria... y la amó siempre.


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