La muerte de Fletcher Parte 1

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Asió la piedra con ambas manos, pesaba un poco y, por 

ello, debió soltar un bufido mientras se la subía a la altura 

del pecho, después la dejo caer sobre la cabeza de Fletcher. 

Este vociferó un aullido del intenso impacto que recibió, 

pero no lo suficientemente fuerte como para arrebatarle la vida. 

-Si no lo haces bien, sufriré bastante– explicó Fletcher 

mientras la sangre le cubría ya parte de la cara. 

-Lo sé, pero es que me duele hacerlo- espetó el otro, que no 

era más que Walter. 

-¡Pues hazlo ya de una maldita vez! 

Walter cogió de nuevo la piedra y la levantó, no sin un 

nuevo esfuerzo, esta vez apuntó bien a la cabeza, concretamente 

a la sien. Pero para cuando soltó la piedra se hizo a un lado para 

no mirar el desastre que allí sucedía. Esta vez sí había acertado. 

Un grito desgarrador que debió oírse a cientos de metros a la redonda, 

casi un kilómetro, puso fin a la vida de Fletcher, que ahora 

tenía la sien totalmente hundida y un ojo fuera de sitio por la presión 

ocasionada. Una fractura cráneo-encefálica totalmente mortal. 

Walter había cumplido su parte del trato, ahora tocaba entregarse 

a la policía. 

Walter había sido un tipo más de los Estados Unidos de 

América con derecho a comer todos los días y dormir bajo un 

techo, “aunque no todos, pero sí un noventa por ciento de los americanos”, 

y disfrutar de vez en cuando del fútbol americano con un 

par de latas de cervezas bien frías en el estómago. Tenía mujer e 

hijos y hasta un buen coche, un Mustang. No sería el mejor, pero 

tenía coche, por Dios bendito. Hasta que la crisis ninja se apoderó 

del mundo y lo dejó en calzoncillos. Su mujer murió de cáncer 

de mama y los hijos fueron dados en adopción a los abuelos 

paternos, porque, para entonces, Walter había empeñado no solo 

el coche, sino hasta la nevera que enfriaba las cervezas. Lo había 

perdido todo y pasó a engrosar esa parte de señores y señoras que 

viven en la calle, puesto que en su trabajo no habían cotizado por 

él y como resultado no tenía derecho a ningún tipo de subsidio. 

Ahora estaba realmente jodido. Sin familia, sin dinero y sin futuro, 

entre otras muchas cosas. A decir verdad, sin nada. Hasta 

que conoció a Fletcher en la calle, dónde si no. Un mendigo más, 

con una cara de sufrimiento marcado en la piel como esculpido el 

paso del tiempo en la puta calle, harto de esa vida y con el cuerpo 

lleno de llagas. Intentando conseguir unos peniques al día para 

llegar al dólar y emborracharse para no pensar en nada. 

-¿Eres nuevo por aquí?- Inquirió Fletcher mirándole con 

unos ojos indignados. 

-Tú qué crees, ¿me has visto antes? 

-No. Era solo una manera de entablar una conversación. 

-Aquí fuera todos somos iguales, ¿no? 

-No creas, hay que tener mucho cuidado con algunos. Hay 

demasiado loco suelto por estas calles de la vida y se echó 

a reír jocosamente, mientras mostraba un único diente protuberante 

que asomaba por las comisuras de los labios cortados 

por el sol. 

El caso es que charlaron un buen rato y congeniaron bastante 

bien para ser el primer día. Fletcher le ofreció algo de cerveza 

y Walter se la bebió casi sin respirar. En la calle pierdes los 

modales y la vergüenza. La sed, el hambre, el sueño. Todo se magnifica 

cuando estás fuera. Allá fuera, sin que nadie haga nada por 

ti, ves cómo todo se hunde a tu alrededor y en él, como una vorágine 

tormenta que lo succiona todo. 


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